Alemania no parece esperar nada especial de la Presidencia española de la UE. Tal vez porque España tampoco ha anunciado nada extraordinario a Berlín al respecto y porque la diplomacia española no ha ejercido ningún protagonismo en los últimos tiempos en cuestiones europeas o comunitarias. Probablemente nadie en Berlín ha derramado una lágrima o un suspiro a causa de ello. Pero hay otro dato a destacar. Mientras Alemania celebra cumbres o reuniones regulares con los gobiernos de Francia o Polonia, este año que acaba, sin ir más lejos, ni siquiera ha habido la tradicional cumbre bilateral entre la República Federal y nuestro país. No es que las de otros años anteriores hayan brillado por sus contenidos o por su duración, pero sí que es llamativo que no se haya dado una oportunidad de encuentro, cuando la canciller ha celebrado numerosos reuniones bilaterales con otras personalidades a pesar de la campaña electoral y los comicios generales del pasado septiembre en Berlín.

El 25 de noviembre José Luis Rodríguez Zapatero cenaba con Angela Merkel en el palacio de Meseberg para explicarle las prioridades de este semestre de presidencia española. Nada trascendía de ese encuentro, excepto que duró tres horas y media, 90 minutos más de lo previsto, y ello a pesar de que el presidente del Gobierno español llegó a Alemania con más de una hora de retraso. Algo que los anfitriones no apreciaron en absoluto. Fuentes muy próximas a Merkel me precisaban días después que Zapatero había abordado temas como el clima, Latinoamérica, la superación de la crisis económica y que su enfoque resultó bien documentado y nada superficial.

Pero lo cierto es que a Alemania parece darle casi igual quién está al frente de la Unión, excepto si se trata de Francia, y mucho más en esta nueva etapa en la que entra en vigor el Tratado de Lisboa. Ya no va a tener tanto protagonismo el primer ministro del país que asume la presidencia, ya que a partir del uno de enero ya está en acción el presidente del Consejo Europeo. Además, ahora se trata de ver cómo se pone a funcionar Bruselas bajo el mando del belga Herman van Rompuy y de  la nueva vicepresidenta de la Comisión y responsable de exteriores, la británica Catherine Ashton, así como su coordinación con unas presidencias de turno que cada vez serán menos relevantes.

En todo caso, Alemania pasa cada vez más de Europa, por más que Merkel afirme, de vez en cuando, y de manera rutinaria, como hizo su padrino político, Helmut Kohl, que “la unidad de Alemania y la unidad de Europa son dos caras de la misma moneda”. Este pasotismo quedó claro en el tibio apoyo a Van Rompuy -como si diera lo mismo él o cualquier otro graue maus (ratón gris)-, e incluso en la decisión bastante sorprendente de enviar como comisario europeo al presidente de un land (Günther Öttinger, ministro-presidente de Baden Württemberg) sin ninguna experiencia comunitaria y sin especial relieve político tampoco en Alemania. Es verdad que Öttinger va a ocuparse de la cartera de Energía, un asunto de importancia para el país germano, pero es seguro también que su función será más bien actuar en Bruselas -o no actuar- de manera que Berlín pueda preservar sus intereses y pactos bilaterales con Rusia en materia de suministros energéticos. Y ya se sabe que en este capítulo Merkel sigue los pasos de su antecesor en el cargo, Gerhard Schröder, para quien la relación con Moscú era, desde el punto de vista estratégico, mucho más fundamental que con una Europa a menudo dividida cuando no internamente enfrentada, en este y en otros asuntos fundamentales.

Angela Merkel ya salvó  a Europa hace dos años sacando a los 27 del impasse y la confusión  creadas por el “no” francés y holandés a la Constitución Europea. Con el Tratado de Lisboa ya en marcha, quedan pocas operaciones de rescate pendientes. Sin embargo, en esta nueva etapa parece que ella y los grandes europeos han perdido la pasión por Europa, que no nos saca de los enormes deuda y déficits públicos originados por los planes de saneamiento anticrisis.

El Pacto de Estabilidad Europeo es una entelequia irrealizable, por más que le duela a Berlín, que fue uno de los primeros socios que lo incumplió. Europa no tiene una respuesta conjunta aún para un mayor compromiso en Irak ni un plan coordinado de salida y estabilización (¿alguien se acuerda todavía del Ejército Europeo o de la Europa de la Defensa?). Europa se ha dado a sí misma personajes grises como tarjeta de presentación de manera que Merkel y Sarkozy se sientan seguros de su poder y de su brillo personal. Para Berlín, ahora lo que cuenta es hacerse dentro de dos años con la presidencia del Banco Central Europeo y colocar allí a un ortodoxo, preferiblemente Axel Weber, actual presidente del Bundesbank alemán. Y lograr un puesto estable, por sí mismo o como representante de la UE, en un Consejo de Seguridad de la ONU que todo el mundo sabe que convendría reformar, aunque nadie mueva un dedo. Eso es lo que interesa a Alemania. Lo demás, sinceramente, son juegos florales.