Sirios andan por una calle de la destruida ciudad de Alepo. Youssef Karwashan/AFP/Getty Images

Tras casi seis años de combates, una cifra estimada de 500.000 muertos y, aproximadamente, 12 millones de desplazados, parece que el presidente sirio Bashar al Assad va a conservar el poder por ahora, pero sus fuerzas no pueden, ni siquiera con ayuda extranjera, poner fin a la guerra y recuperar el control total. Así lo demostró, recientemente, el hecho de que Daesh volviera a apoderarse de Palmira sólo nueve meses después de que una campaña militar respaldada por Rusia expulsara al grupo. La estrategia de aplastar a la oposición no yihadista llevada a cabo por Al Assad ha servido para fortalecer a grupos islamistas radicales como el Estado Islámico y Jabhat Fateh el Sham (el antiguo Frente Al Nusra). Los rebeldes no yihadistas se han visto debilitados también por la reciente derrota en Alepo; están divididos y sufren las consecuencias de las diferentes estrategias de los Estados que los apoyan.

El momento en el que el régimen volvió a tomar la parte oriental de Alepo, en diciembre, señaló un cruel punto de inflexión, marcado por el implacable asedio y bombardeo de la población civil a manos del Gobierno y sus aliados. Los diplomáticos occidentales manifestaron su horror y su indignación, pero no ofrecieron ninguna reacción concreta. La evacuación de civiles y rebeldes se hizo, con interrupciones, sólo después de que Rusia, Turquía e Irán llegaran a un acuerdo. Posteriormente, estos tres países se reunieron en Moscú para "revitalizar el proceso político" y acabar con la guerra. No invitaron ni consultaron a Estados Unidos ni a la ONU. El alto el fuego negociado por Rusia y Turquía a finales de diciembre pareció fracasar en cuestión de días, cuando se vio que el régimen continuaba sus ofensivas militares a las afueras de Damasco. Esta nueva vía diplomática es, a pesar de los obstáculos que se avecinan, la mejor posibilidad de reducir la violencia en Siria.

La guerra contra el Estado Islámico va a continuar y es necesario y urgente asegurarse de que no produzca más violencia y desestabilización. En Siria, dos campañas rivales contra Daesh —una dirigida por Ankara y la otra, por la filial siria del partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK)— están vinculadas al conflicto entre el Estado turco y el PKK en Turquía. Washington apoya a las dos ofensivas e intenta minimizar los choques directos entre ellas. La nueva Administración Trump debería preocuparse más por rebajar las tensiones entre sus socios turcos y kurdos que por la captura inmediata de territorio yihadista. Si la violencia entre los dos bandos se intensifica, Daesh será el más beneficiado.

Daesh mantiene su califato en franjas de Irak y Siria, si bien ha perdido mucho terreno en el último año. Aunque sufra una derrota militar, es muy posible que reaparezca, o también que surja otro grupo radical, mientras no se aborden los problemas fundamentales de gobernanza. De hecho, el Estado Islámico nació de un fracaso similar en Irak, y difunde una ideología que todavía está movilizando a jóvenes de todo el mundo y constituye una amenaza mucho más allá de las fronteras de Irak y Siria, como demuestran los recientes atentados de Estambul y Berlín.

En Irak, la lucha contra Daesh ha dificultado aún más las tareas del Gobierno, ha causado una inmensa destrucción, ha militarizado a los jóvenes y ha traumatizado a la sociedad iraquí. Ha fragmentado a los partidos políticos kurdos y chiíes en facciones rivales y fuerzas paramilitares que dependen de sus patrocinadores regionales y se disputan los recursos del país. La lucha para derrotar a Daesh, cuyo ascenso ha aprovechado, entre otras cosas, los sentimientos de agravio de los árabes suníes, ha empeorado aún más la situación en las zonas que gobierna el grupo. Si queremos evitar males mayores, es necesario ayudar y presionar a Bagdad y al gobierno regional de Kurdistán para que controlen a los grupos paramilitares.

Si la actual campaña militar encabezada por Estados Unidos para recuperar Mosul triunfa, y no se gestiona esa victoria como es debido, el resultado final puede ser un fracaso. Además del Ejército regular iraquí, las fuerzas especiales antiterroristas y la policía federal, que encabezan las operaciones dentro de la ciudad, también participan grupos locales, que buscan aprovecharse de la victoria. Además, Irán y Turquía compiten por establecer su influencia a través de representantes locales. Cuanto más se prolongue la batalla, más posibilidades habrá de que esos grupos aprovechen para adquirir un control territorial que les dé ventajas estratégicas, lo cual hará más difícil llegar a un acuerdo político.

Irak debe, con ayuda de Estados Unidos y otros socios, mantener el apoyo militar y logístico a las tropas que intentan entrar en la ciudad y establecer fuerzas formadas a partir de la población local en las zonas arrebatadas a Daesh para garantizar que no se pierdan los territorios ya ganados. Asimismo, deben poner en marcha instituciones de gobierno en las que participen actores políticos locales y aceptados por la población.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia