Después de Bashar al Assad, el diluvio.

 

El profesor de la Universidad de Princeton Philip Hitti llamó a la Gran Siria  -el antecedente histórico de la actual república– “el más inmenso pequeño país en el planeta, microscópico en tamaño pero cósmico por su influencia”, abarcando en su geografía, allí donde confluyen Europa, Asia y África, “la historia del mundo civilizado en miniatura”. Esta afirmación no es una exageración, y porque no lo es, los disturbios políticos actuales son más importantes que otros que hayamos visto antes en Oriente Medio.

 

NIKOLAY DOYCHINOV/AFP/Gettyimages

 

Siria fue el término utilizado en el siglo XIX por el Imperio Otomano para denominar a la región que iba desde las montañas de Tauro en el norte Turquía, hasta el desierto árabe en el sur, y desde el mar Mediterráneo en el oeste a Mesopotamia en el este. Los actuales países de Siria, Líbano, Jordania, Israel, el occidente de Irak y el sur de Turquía estaban todos incluidos en una conformación geográfica inmensa. Lo que significa, que este concepto no estaba unido a ningún sentimiento nacional específico.

El colapso del Imperio Otomano al final de la Primera Guerra Mundial provocó su desmembramiento en media docena de Estados. Aunque el territorio se había dividido en diferentes partes, el debilitado mandato francés sobre la zona contuvo no sólo a las sectas beligerantes y a los intereses tribales y regionales, sino también al centro espiritual del movimiento panárabe residente en Damasco, cuyo principal objetivo era borrar todas las fronteras que los europeos acababan de crear.

El panarabismo -del cual la Siria independiente emergente después de la Segunda Guerra Mundial proclamó como su “vibrante corazón”- funcionó como un sustituto del débil sentimiento nacional del país. Además, el inquebrantable odio hacia Israel fue una forma de escapar a sus propias contradicciones internas. Aquellos sentimientos nacieron a partir de los intereses parroquiales de los grupos étnicos regionales y de los sectarios: árabes suníes en el corredor central Damasco-Homs-Hama; la escuela herética, de perfil chií, de los alauíes en las montañas del noroeste; los drusos en el sur, con sus estrechos lazos tribales con Jordania y los kurdos, cristianos árabes, armenios y circasianos en Aleppo.

La estabilidad del sistema estatal post otomano no debería darse por resuelta.

Entre 1947 y 1954, Siria fue escenario de tres elecciones nacionales que fueron definidas de acuerdo a las líneas regionales y sectarias que conformaban el país. Después de veintiún cambios de Gobierno en veinticuatro años y un intento fallido de unirse con Egipto, en 1970 el oficial alauí de la fuerza aérea Hafez al Assad dio un golpe de estado y tomó el poder. Con mano de hierro, mantuvo la paz en el país durante tres décadas. Cuando los Hermanos Musulmanes se levantaron en Hama en 1982, asesinó a más de 20.000. Su sucesor -hace una década- e hijo, Bashar, todavía no ha definido su perfil como su progenitor. Aún no está claro si el vástago es lo suficientemente visionario como para satisfacer las exigencias de los manifestantes, o tan cruel como su padre como para permanecer en el poder. Su supervivencia quizás requiera un balance de estos dos atributos. Un factor que hace más compleja la situación, comparada con épocas pasadas, es que el actual presidente se encuentra atrapado dentro de una red de grupos de interés que incluye un establishment de negocios corruptos y un estamento militar y de inteligencia con aguda aversión a cualquier reforma.  Por lo que es posible que la crisis en el país aumente.

En este momento histórico Siria representa un enigma. ¿Es propensa a los conflictos como lo indican las elecciones de los 40 y 50, o la población ha conformado una identidad nacional en las décadas recientes, aunque sólo sea por la experiencia de vida compartida bajo una dictadura? Ningún experto sobre la región puede tener una respuesta segura.

Si la autoridad central se debilita sustancialmente o si se desploma, el impacto regional sería mayor que en el caso iraquí. Irak está rodeada por Estados fuertes como Turquía e Irán en el norte y en el este, y está separada de Arabia Saudí en el sur y de Siria y Jordania en el oeste por inmensas regiones desérticas. Es cierto que la guerra de Irak expulsó refugiados a estos dos últimos países, pero el impacto de una descomposición política en Damasco similar a lo acaecido en la antigua Yugoslavia podría ser aún mayor. Esto es debido a la proximidad del país a zonas densamente pobladas como Líbano y Jordania, también países inestables.

Es necesario recordar que Líbano, Jordania e Israel han sido geográfica e históricamente parte de la Gran Siria, motivo por el cual los sucesivos regímenes en Damasco desde 1946 nunca aceptaron la legitimidad de aquellos. Los franceses dibujaron las fronteras libanesas de tal forma que colocaron a una gran parte de población suní bajo el dominio de los cristianos maroníes, grupo franco parlante y aliado clásico de los franceses, que tenía además un Concordato con el Vaticano. No obstante, si el régimen alauí de Damasco sucumbe, la frontera con Beirut podría desaparecer, si efectivamente los suníes de ambos lados se unieran, con la segura resistencia de los chiís libaneses y los alauíes sirios. Entonces, la formación poscolonial de Oriente Medio habría terminado y nos encontraríamos de nuevo en las vagas fronteras del Imperio Otomamo.

Lo que parece extravagante hoy podría ser inevitable en los próximos meses o años.  Israel, quizás, más que enfrentarse a un Estado implacable y que niega su existencia, pero que es predecible en su conducta como foco de la resistencia árabe, debería enfrentarse a un pequeño Estado árabe suní desde Damasco a Hama –posiblemente influenciado por los Hermanos Musulmanes– junto con otros pequeños feudos. Los disturbios en Siria quizás lleven a Oriente Medio al precipicio. En forma pacífica o no, el futuro de la región será el de una autoridad central débil. Mesopotamia, al menos, tiene una estructura histórica, conformada por sus tres entidades definidas a partir de sus perfiles étnicos y religiosos, desde el norte hacia el sur, pero la Gran Siria es más bien una mescolanza.

Previo al periodo colonial, las cuestiones fronterizas en la región no tenían tanta importancia como en la actualidad. Ciudades como Aleppo en el norte de Siria y Mosul en el norte de Irak tenían más contactos entre sí que con sus respectivas capitales en Damasco y Bagdad. Las ruinas de Hatra, al sudoeste de Mosul en Irak, un punto del camino de la seda que alcanzó su esplendor en los siglos II y III después de Cristo, da cuenta de un pasado que podría retornar en la forma de países más descentralizados, los cuales podrían superar las perversiones tiránicas del moderno sistema de Estados nacionales. Hatra permanece como la ecléctica mezcla de estilos asirios, helenísticos, partos y romanos que establecieron el escenario para una arquitectura islámica temprana. También están las ruinas de Dura- Europos, fundado en el año 300 AC, a medio camino entre Siria y Mesopotamia, conocido como la Pompeya del Este. Estos dos conjuntos de ruinas tienen un significado político vital en el presente, porque señalan la posibilidad de una región sin fronteras rígidas que se benefició del libre flujo del comercio y la información.

Pero la transición desde el imperio de regimenes absolutistas en Oriente Medio hacia un mundo comercialmente orientado, será un proceso a más largo plazo, más costoso y confuso que la transición en los Balcanes después de 1989 –zona más desarrollada durante el Imperio Otomano. El estado natural de Mesopotamia se vio reflejado en las tres vilayets (provincias) otomanas de la Mosul kurda, la Bagdad suní y la Basra chií. Mientras que la frontera de la Gran Siria es aún difusa, más allá de la constelación de ciudades como Fenicia, Aleppo, Damasco y Jerusalén.

En el siglo XIX y principios del XX, los líderes europeos estuvieron absortos por la llamada cuestión oriental. Esto es el conjunto de levantamientos nacionalistas e inestabilidad en los Balcanes y Oriente Medio causados por la aparentemente interminable y profunda descomposición del Imperio Otomano. La cuestión oriental terminó con el cataclismo de la Primera Guerra Mundial, de la que emergieron los Estados árabes modernos. No obstante, después de cien años, la estabilidad del sistema estatal post otomano no debería darse por resuelta.

 

 

 

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