Donald Trump molesto
Donald Trump, presidente de los EE UU, da un discurso ante sus seguidores durante una campaña el 27 de junio de 2018. (Justin Sullivan/Getty Images)

Por muy desafortunado y patán que sea lo que dice y hace Donald Trump en política exterior, no lo hace de forma casual, está en la línea con lo que el presidente ha ido mostrado a lo largo de los años en diversas intervenciones públicas, a pesar de demostrar su falta de conocimiento y su interés por destruir el orden internacional.

Podemos discutir todo lo que se quiera sobre qué tipo de presidente es Donald Trump, pero una cosa innegable es que está empeñado en cumplir sus promesas de campaña. Cuando fue elegido, muchos analistas se preguntaron si su retórica de campaña no era más que teatro y si, una vez en el cargo, daría un giro hacia una política exterior más convencional. De ninguna manera.

Antes de las elecciones, conocíamos ya bastante bien la visión del mundo de Trump, aunque no nos atreviéramos a pensar que fuera a convertirla en una política presidencial. En un artículo premonitorio publicado en Politico en enero de 2016, el investigador de Brookings Institution, Thomas Wright, alegaba que las opiniones de Trump eran coherentes, pese a su apariencia confusa. Su afirmación se basaba en un análisis de las declaraciones del presidente sobre política exterior ya desde los 80. No solo tenía unos temas constantes, sino que es evidente que todo lo que ha dicho y hecho desde que está en la presidencia sigue esa misma línea. Casi todos los presidentes han aprendido y evolucionado en el cargo, pero Trump ha insistido, aún más, en sus promesas de campaña desde que gobierna para la gente que le eligió. Lo que dice lo dice en serio, y tenemos más de tres décadas de citas suyas para comprobarlo.

La base en la que se apoyan las opiniones de Trump es la inquietante mezcla que constituyen su escasísimo conocimiento del mundo y su historia, su famosa impaciencia con los detalles políticos y su firme convicción de que los presidentes que le han precedido fueron ingenuos y confiaron demasiado en el resto del mundo. En especial por lo que respecta a Obama, puesto que Trump parece obsesionado por deshacer hasta el último detalle de su legado presidencial. Para Trump, la política es un juego de suma cero, con “ganadores” y “perdedores”, y de ahí que aprecie tanto a los líderes “fuertes” y “duros” como Vladímir Putin.

Aunque Trump no lo exprese en estos términos, el tema fundamental de sus quejas en materia de política exterior es el orden liberal internacional. Está convencido de que los aliados de Estados Unidos se han aprovechado del país tanto en lo militar como en lo comercial. Esta no es ninguna revelación reciente, sino algo de lo que Trump habla desde hace décadas. Todos hemos oído sus declaraciones de que “el mundo está riéndose de nosotros” y “nuestro país ya no gana nunca”. Ya en 1988, dijo a Oprah Winfrey: “Estoy harto de ver cómo estafan al país […], estamos dejando que otros vivan como reyes y nosotros, no”. En esa misma entrevista especuló con la posibilidad de ser presidente y predijo que “Estados Unidos ganaría un montón de dinero de esos países que han estado aprovechándose de nosotros”.

Esa convicción de que el mundo se está riendo de Estados Unidos mientras los norteamericanos pagan la seguridad de todos ha quedado patente en las actuaciones de Trump en el extranjero, y la cumbre de la OTAN en julio lo ha confirmado. Podemos comenzar por varios titulares de la prensa española que habrían sido impensables hace unos años: Los aliados temen que Trump pacte con Putin a sus espaldas, Las presiones de Trump enrarecen el ambiente en la cumbre de la OTAN o Trump contra todos. El tono antagonista no ha sido muy distinto del que el presidente adoptó con los aliados de EE UU un mes antes, en la cumbre del G7 en Canadá. Y si, después de Canadá, fue a entrevistarse con el presidente norcoreano Kim Jong-un, tras la cumbre de la OTAN se ha reunido con Vladímir Putin.

Una visión del mundo que se opone al orden internacional bajo el liderazgo estadounidense resulta preocupante, por no decir más, en un presidente de Estados Unidos. El centro de la política exterior estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial, tanto con presidentes demócratas como con republicanos, ha sido mantener y expandir el orden mundial, la red de países conectados fundamentalmente mediante la defensa común y el comercio. En el corazón de este orden está la alianza transatlántica, lo cual significaba que, aunque EE UU y Europa tuvieran disputas, como ocurre en las familias, siempre se unían contra cualquier amenaza exterior.

No se me ocurre ninguna forma de comprender la visión de Trump sin tener en cuenta su falta de conocimientos históricos, de por qué se creó la OTAN y por qué Estados Unidos asumió un papel tan decisivo en defensa tras la Segunda Guerra Mundial. Tal vez lo que mejor lo ejemplifica es el anuncio de una página entera que publicó en 1987 en The New York Times, con una carta en la que criticaba duramente a Japón y otros países ricos y se quejaba de que EE UU no debería pagar su defensa.

En general, los hombres que han aspirado a la presidencia de Estados Unidos habían dedicado toda su vida a refinar su visión del mundo, y, en este sentido, Trump es igual. La diferencia está en su rechazo a aprender de los asesores y expertos y en su incapacidad de explicar esa visión y los argumentos en los que se basa. Y no le hace falta explicar sus opiniones con detalle a sus votantes, que están encantados de aceptar algo que les parece de sentido común. ¿Por qué va a tener que pagar Estados Unidos la defensa del mundo?

No es extraño que el desdén que siente Trump por el orden internacional influya también en sus opiniones negativas sobre el comercio. En su opinión, el marco actual de acuerdos comerciales sitúa a Estados Unidos en desventaja. Durante la campaña ya despotricó contra los acuerdos de libre comercio como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) —“el peor acuerdo comercial firmado jamás en la historia mundial”— y el Acuerdo Transpacífico (TPP) —“va a ser un desastre”—, de los que dijo ante sus votantes que eran el motivo de que hubieran perdido sus puestos de trabajo. Una de las primeras cosas que hizo después de tomar posesión fue ordenar que EE UU se retirase del TPP, lo cual no solo implicaba renegociar su vilipendiado TLCAN (que se firmó en 1994 y, por tanto, necesitaba una actualización), sino profundizar unas alianzas en Asia que dejarían a China al margen. En los últimos tiempos, Trump ha hecho realidad sus promesas de subir los aranceles a los productos chinos.

Por otra parte, a Trump le gustan los líderes “fuertes” y “duros”. La amistad entre él y Putin se vio durante toda la campaña electoral. Putin elogió a Trump, algo que ningún candidato normal, ni demócrata ni republicano, habría recibido con agrado. Pero Trump no era un candidato normal, así que presumió de ello en televisión, y, cuando el periodista que le entrevistaba señaló que Putin es un líder que mata a periodistas e invade otros países, su respuesta fue: “Bueno, me parece que nuestro país también mata bastante, Joe”. Su oposición al orden internacional, en especial a la OTAN y las alianzas comerciales de Estados Unidos, beneficia a Rusia y China, que podrían tener puntos de vista diferentes sobre la cuestión pero todavía son más bien espectadores al margen de ese orden.

Es difícil reconocer y aceptar que un presidente de Estados Unidos quiera derribar la base de la política exterior de su país desde la Segunda Guerra Mundial y destruir el orden internacional, pero lo que hace que su política exterior parezca caótica es un problema de comunicación. La retórica sin contexto ni argumentos razonados, los tuits belicosos y de gramática dudosa a primera hora de la mañana y la frecuente afición a apartarse de lo que sus asesores y su equipo de política exterior aconsejan, ofrecen una imagen confusa y aparentemente desordenada.

La cumbre de la OTAN en julio nos dio ejemplos constantes de ello. El jueves 12 de julio, los smartphones de todo el mundo recibieron alertas de que Trump había amenazado con salir de la OTAN si los miembros no se apresuraban a elevar el gasto militar. La necesidad de que los miembros de la Alianza cumplan el objetivo de un aumento del 2% de gasto militar no es nada nuevo, desde luego, y también lo pidió Obama. Pero Trump, en la cumbre, habló de que el aumento debía ser del 4% y exigió que fuera inmediato, y dijo que, si no, Estados Unidos se iría. Sin embargo, después firmó una declaración que reafirmaba los compromisos de la OTAN y pronunció un discurso en el que afirmó: “Tengo fe en la OTAN”. Y luego, después de firmar la declaración, dijo que los países miembros habían acordado elevar el gasto en defensa y que estaba encantado de haber obtenido el acuerdo “que quería”. El resultado fue la confusión de los periodistas y de sus propios asesores, que, al parecer, tuvieron que dedicarse a intentar explicar las palabras del presidente cada vez que decía algo.

No es la primera vez que Trump ha presumido de lograr una victoria sin que haya ningún compromiso escrito. Eso es lo que hace que sea muy difícil, si no imposible, juzgar cuánto daño va a ser capaz de hacer en el orden mundial durante sus cuatro —o tal vez ocho— años de mandato. Por si fuera poco, también contribuyen a la confusión sus tuits, que son la pesadilla de cualquier asesor de comunicación. Puede que los que lanzó desde la cumbre de la OTAN no tuvieran mucho que ver con la realidad, pero sí con lo que lleva años diciendo: “Otros presidentes han intentado, desde hace mucho, conseguir que Alemania y otros países ricos de la OTAN pagaran más por su protección frente a Rusia. No pagan más que una mínima parte de lo que cuesta. Estados Unidos dedica decenas de miles de Millones de Dólares en exceso a ayudar a Europa, y pierde a lo Bestia en Comercio”. Lo que impresiona es ver ese estilo, esas mayúsculas al azar, esas exclamaciones, viniendo de un presidente de Estados Unidos.

Sin ninguna duda, lo más ilustrativo y alucinante de todo esto fue la rueda de prensa que mantuvo después de la reunión con Vladímir Putin durante varias horas a puerta cerrada el 16 de julio. Sus declaraciones diciendo que hay que culpar a Estados Unidos por las tensiones entre los dos países, creyendo en la negación de Putin sobre entrometerse en las elecciones de 2016 por encima la evidencia de las agencias de inteligencia de EE UU en lugar de enfrentarse a este autócrata, atrajo fuertes críticas de la prensa estadounidense y de demócratas y republicanos. Aun así, está muy de acuerdo con esta doctrina emergente que aleja a los aliados tradicionales del país,  mientras acerca a los hombres fuertes del mundo.

Según un alto cargo de la Casa Blanca, la doctrina de Trump se resume en “Somos América, imbécil”. La frase, como el propio presidente, es beligerante y vulgar y da vergüenza ajena. Pero no sirve de nada esperar otra cosa de este hombre. Ya va siendo hora de que tomemos en serio lo que dice Trump, por muy patán o desinformado que sea.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia