guerrasafganistan
El presidente de EE UU, Donald Trump, y su homólogo afgano, Ashraf Ghani, durante una reunión en Thanksgiving, Afganistán. (OLIVIER DOULIERY/AFP via Getty Images)

En Afganistán, actualmente, están muriendo más personas como consecuencia de los combates que en ninguna otra guerra el mundo. Sin embargo, este año puede haber una oportunidad para poner en marcha un proceso de paz dirigido a acabar con decenios de guerra.

Los derramamientos de sangre han aumentado a niveles impensables en los últimos dos años. Los atentados de los insurgentes talibanes, por un lado, y los terroristas de Daesh, por otro, han sacudido las ciudades y los pueblos de todo el país. Pero las matanzas en el campo son menos visibles. Washington y Kabul han intensificado sus incursiones aéreas y de las fuerzas especiales, y la población civil es muchas veces la más afectada por la violencia. El sufrimiento en las áreas rurales es inmenso.

En medio de este empeoramiento, a finales de septiembre se celebraron elecciones presidenciales. Los resultados preliminares, anunciados el 22 de diciembre, dan al presidente actual, Ashraf Ghani, un ligerísimo margen por encima del 50% necesario para evitar una segunda vuelta. Los resultados definitivos, después de resolver los recursos, no se esperan hasta finales de enero. El principal adversario de Ghani, Abdullah Abdullah, cuya impugnación de los resultados por una denuncia de fraude generalizado en las elecciones de 2014 generó una larga crisis y, al final, un acuerdo de reparto de poder, está hablando otra vez de juego sucio. No está claro si la acusación desembocará en unos segundos comicios o no, pero, en cualquier caso, acaparará la atención de los líderes afganos en este principio de año.

No obstante, el año pasado hubo ciertas luces en el trabajo diplomático entre Estados Unidos y los talibanes. Por primera vez desde que empezó la guerra, Washington da prioridad a alcanzar un acuerdo con los rebeldes. Después de meses de discretas negociaciones, el enviado estadounidense, Zalmay Khalilzad, y los líderes talibanes acordaron y firmaron un texto provisional. Según este acuerdo, Estados Unidos se comprometía a retirar sus tropas del país —la principal demanda de los talibanes— y, a cambio, los insurgentes prometían romper con Al Qaeda, impedir que se planearan atentados desde Afganistán e iniciar negociaciones con el gobierno afgano y otros poderes.

Las esperanzas se vieron frustradas cuando Trump, de pronto, proclamó muertas las negociaciones a principios de septiembre. Había invitado a los jefes talibanes a Camp David junto con Ghani y, cuando los rebeldes se negaron a ir si no se firmaba antes el acuerdo, Trump aludió a un atentado en el que había muerto un soldado estadounidense como justificación para revocar el pacto logrado por su representante.

Después de que un intercambio de prisioneros en noviembre pareciera vencer la resistencia de Trump, los diplomáticos estadounidenses y los representantes de los talibanes han reanudado el diálogo, aunque está por ver si recuperarán el entendimiento que habían alcanzado anteriormente. En realidad, Estados Unidos no tiene mejor opción que tratar de lograr un acuerdo con los talibanes. Continuar con el statu quo representa la perspectiva de una guerra sin fin, y retirar las tropas de forma precipitada, sin un acuerdo, podría suponer el regreso a la guerra civil de múltiples frentes de los 90 y una violencia aún peor.

Cualquier pacto debe abrir la puerta a unas negociaciones entre afganos, lo que significa que la retirada de las tropas estadounidenses esté unida no solo a los objetivos de la lucha antiterrorista sino también a la participación sincera de los talibanes en conversaciones con el gobierno afgano y otros líderes destacados. Un acuerdo entre Estados Unidos y los talibanes no sería más que el comienzo de un largo camino hasta conseguir un pacto entre los propios afganos —que es la condición indispensable para la paz—, pero no cabe duda de que es la única vía que ofrece alguna esperanza de acabar con la guerra más letal de la actualidad.

 

El artículo original ha sido publicado en International Crisis Group