Las bajas expectativas mutuas entre Europa y Estados Unidos con las que se
va a iniciar el segundo mandato de George W. Bush quizá no sean tan
mal comienzo. Pues, al menos, las relaciones transatlánticas pueden
mejorar, aunque también empeorar. Ahora bien, ¿en qué medida
puede Europa influir sobre esta Administración? Hay razones de peso
que llevan a pensar que escasamente. Durante el primer Gobierno Bush, de poco
sirvió lo que Javier Solana llamara "la función moderadora
de Europa sobre EE UU". Quizá haya que aplicar un viejo lema empresarial
cuando un pequeño (aunque en el caso de Europa no es cuestión
de tamaño sino de división interna) quiere hacer negocios con
un mastodonte: "Trata de entenderle, ve a tus intereses y no pierdas
el tiempo intentando cambiarle".

La divergencia entre Europa y EE UU se ha acentuado en los últimos
lustros, y especialmente en los últimos años, debido a las actitudes,
entre otras, sobre la religión y su influencia en la política
(incluida la política exterior), sobre el uso de las armas y sobre el
valor del derecho internacional. No cabe ignorar que una parte de las razones
por las que Bush ha ganado son contrarias a muchos de los valores que defienden
una mayoría de europeos. Pero de lo primero que hay que percatarse desde
Europa es de que para influir debemos lograr un mayor grado de autonomía
militar y de otra índole. Sin ella, no nos tomarán en serio.

Pese a producirse en una sociedad profundamente dividida en un mundo dividido,
la victoria de Bush ha sido clara. Tiene, como él mismo ha dicho, un
capital político que piensa gastar, dentro y fuera. Un problema, como
indica Nicole Gnesotto, es que la legitimidad interna no implica la legitimidad
externa. Es decir, que se puede tener una base democrática en el interior
y no actuar democráticamente ni conforme al derecho internacional en
el exterior. Pero todo esto lo veremos en los próximos meses, en los
que, más allá de los nombres, será esencial ver si el
Departamento de Estado recupera poder e influencia sobre la política
exterior por encima del Pentágono, es decir, si se devuelve la primacía
a la diplomacia o se mantiene en la fuerza.

Mucho va a depender de lo que ocurra incluso antes de empezar el segundo mandato.
La agenda transatlántica está repleta de problemas; muchos, referentes
a Oriente Medio, que se han de abordar antes del 20 de enero: el conflicto
israelo-palestino, Irak e Irán. Respecto al primero, el horizonte que
se abre sin Arafat, y las elecciones del 9 de enero, pueden brindar oportunidades:
esencialmente, una reforma y modernización de la Autoridad Nacional
Palestina con la llegada de una nueva generación de líderes.
Pero no cabe excluir que la lucha por el poder degenere. En todo caso, que
Bush se lance a resucitar al menos la Hoja de Ruta será el mejor acercamiento
de Washington a Europa. Israel puede convertirse en nexo de reconstrucción
de las relaciones transatlánticas o en factor de ampliación de
esta brecha. Tal vez sin Arafat sea más fácil conseguir que vuelva
a ponerse en marcha un proceso para llegar a lo que el rais llamó la "paz
de los valientes", en referencia a él y a Rabin. En todo caso,
es condición necesaria (aunque no suficiente) para encarrilar este proceso
el concurso de EE UU y de la UE para presionar ambos sobre ambas partes. Sea
real o no, la percepción de que EE UU apoya sólo a Sharon y los
europeos sólo a los palestinos no es operativa.

En cuanto a Irak, los problemas siguen tras el asalto a Faluya. Previsiblemente,
las elecciones se celebrarán el 27 de enero allá donde se pueda.
En un gesto de buena voluntad y apaciguamiento del aliado, los europeos van
a contribuir a hacerlas posibles. Pero de momento, y aunque han tendido una
mano, no van a poder ni a querer hacer mucho más. Como señala
Stanley Hoffmann, en Irak, EE UU no puede esperar la ayuda de otros países
porque allí no hay seguridad y Washington no puede proporcionarla.

Es posible que Bush-2 necesite a Europa incluso para salir de Irak, y ésta
ha de estar preparada
para responder a esa necesidad

Finalmente está Irán. Los europeos –no la UE como tal,
sino franceses, británicos y alemanes– lograron en noviembre un
acuerdo con los iraníes para que voluntariamente dejen de producir uranio
enriquecido susceptible de ser utilizado en la fabricación de armas
nucleares. Es un asunto no cerrado. No es seguro que el régimen de los
ayatolás lo respete. Y por ello EE UU busca sanciones firmes contra
Teherán, que, en opinión de los europeos, pueden resultar contraproducentes.

Pese a las buenas intenciones, el terreno del reencuentro transatlántico –en
el que se inscribe plenamente la política española, ahora en
estrecha coordinación con la franco-alemana– está, a corto
plazo, sembrado de minas. Más allá, la brecha podría empezar
a colmarse parcialmente si se discutiera y se llegara a un consenso transatlántico
sobre cinco materias a añadir a las anteriores: un acuerdo sobre qué es
conveniente en materia de gestión de crisis y aceptable en materia de
intervención militar; una estrategia plenamente compartida en la lucha
contra el terrorismo global; un enfoque común sobre cómo impedir
la proliferación nuclear (o incluso avanzar en la desproliferación,
lo que requeriría que EE UU fuera el primero en dar ejemplo) y un enfoque
correcto del problema norcoreano, y la necesaria reforma de la ONU (no sólo
ni principalmente del Consejo de Seguridad, sino de la efectividad de la organización),
cuyos elementos de debate fueron aplazados hasta después de estas elecciones.

Si no, nos quedaremos en un simple modus vivendi entre estas Europas (pues
son varias) y los EE UU de Bush-2. La trayectoria de Bush-1 cambió con
el 11-S. Es muy posible que "cuatro años más" asienten
estas últimas tendencias. Pero tampoco hay que descartar que en este
segundo mandato Bush se vea limitado en sus ambiciones por la realidad de las
cuentas rotas por el doble déficit público y exterior, de un
Ejército con falta de medios humanos para las misiones que plantea la
estrategia americana y de un mundo que, por mucho que le pese, es multipolar,
aunque un polo sea mucho más poderoso que otros. Es posible que Bush-2
necesite a Europa incluso para salir de Irak, y ésta ha de estar preparada
para responder a esa necesidad. Si hay respuesta posible.

Como siempre, estaremos
abiertos a sus comentarios.

Antes de volver a empezar. Andrés
Ortega

Las bajas expectativas mutuas entre Europa y Estados Unidos con las que se
va a iniciar el segundo mandato de George W. Bush quizá no sean tan
mal comienzo. Pues, al menos, las relaciones transatlánticas pueden
mejorar, aunque también empeorar. Ahora bien, ¿en qué medida
puede Europa influir sobre esta Administración? Hay razones de peso
que llevan a pensar que escasamente. Durante el primer Gobierno Bush, de poco
sirvió lo que Javier Solana llamara "la función moderadora
de Europa sobre EE UU". Quizá haya que aplicar un viejo lema empresarial
cuando un pequeño (aunque en el caso de Europa no es cuestión
de tamaño sino de división interna) quiere hacer negocios con
un mastodonte: "Trata de entenderle, ve a tus intereses y no pierdas
el tiempo intentando cambiarle".

La divergencia entre Europa y EE UU se ha acentuado en los últimos
lustros, y especialmente en los últimos años, debido a las actitudes,
entre otras, sobre la religión y su influencia en la política
(incluida la política exterior), sobre el uso de las armas y sobre el
valor del derecho internacional. No cabe ignorar que una parte de las razones
por las que Bush ha ganado son contrarias a muchos de los valores que defienden
una mayoría de europeos. Pero de lo primero que hay que percatarse desde
Europa es de que para influir debemos lograr un mayor grado de autonomía
militar y de otra índole. Sin ella, no nos tomarán en serio.

Pese a producirse en una sociedad profundamente dividida en un mundo dividido,
la victoria de Bush ha sido clara. Tiene, como él mismo ha dicho, un
capital político que piensa gastar, dentro y fuera. Un problema, como
indica Nicole Gnesotto, es que la legitimidad interna no implica la legitimidad
externa. Es decir, que se puede tener una base democrática en el interior
y no actuar democráticamente ni conforme al derecho internacional en
el exterior. Pero todo esto lo veremos en los próximos meses, en los
que, más allá de los nombres, será esencial ver si el
Departamento de Estado recupera poder e influencia sobre la política
exterior por encima del Pentágono, es decir, si se devuelve la primacía
a la diplomacia o se mantiene en la fuerza.

Mucho va a depender de lo que ocurra incluso antes de empezar el segundo mandato.
La agenda transatlántica está repleta de problemas; muchos, referentes
a Oriente Medio, que se han de abordar antes del 20 de enero: el conflicto
israelo-palestino, Irak e Irán. Respecto al primero, el horizonte que
se abre sin Arafat, y las elecciones del 9 de enero, pueden brindar oportunidades:
esencialmente, una reforma y modernización de la Autoridad Nacional
Palestina con la llegada de una nueva generación de líderes.
Pero no cabe excluir que la lucha por el poder degenere. En todo caso, que
Bush se lance a resucitar al menos la Hoja de Ruta será el mejor acercamiento
de Washington a Europa. Israel puede convertirse en nexo de reconstrucción
de las relaciones transatlánticas o en factor de ampliación de
esta brecha. Tal vez sin Arafat sea más fácil conseguir que vuelva
a ponerse en marcha un proceso para llegar a lo que el rais llamó la "paz
de los valientes", en referencia a él y a Rabin. En todo caso,
es condición necesaria (aunque no suficiente) para encarrilar este proceso
el concurso de EE UU y de la UE para presionar ambos sobre ambas partes. Sea
real o no, la percepción de que EE UU apoya sólo a Sharon y los
europeos sólo a los palestinos no es operativa.

En cuanto a Irak, los problemas siguen tras el asalto a Faluya. Previsiblemente,
las elecciones se celebrarán el 27 de enero allá donde se pueda.
En un gesto de buena voluntad y apaciguamiento del aliado, los europeos van
a contribuir a hacerlas posibles. Pero de momento, y aunque han tendido una
mano, no van a poder ni a querer hacer mucho más. Como señala
Stanley Hoffmann, en Irak, EE UU no puede esperar la ayuda de otros países
porque allí no hay seguridad y Washington no puede proporcionarla.

Es posible que Bush-2 necesite a Europa incluso para salir de Irak, y ésta
ha de estar preparada
para responder a esa necesidad

Finalmente está Irán. Los europeos –no la UE como tal,
sino franceses, británicos y alemanes– lograron en noviembre un
acuerdo con los iraníes para que voluntariamente dejen de producir uranio
enriquecido susceptible de ser utilizado en la fabricación de armas
nucleares. Es un asunto no cerrado. No es seguro que el régimen de los
ayatolás lo respete. Y por ello EE UU busca sanciones firmes contra
Teherán, que, en opinión de los europeos, pueden resultar contraproducentes.

Pese a las buenas intenciones, el terreno del reencuentro transatlántico –en
el que se inscribe plenamente la política española, ahora en
estrecha coordinación con la franco-alemana– está, a corto
plazo, sembrado de minas. Más allá, la brecha podría empezar
a colmarse parcialmente si se discutiera y se llegara a un consenso transatlántico
sobre cinco materias a añadir a las anteriores: un acuerdo sobre qué es
conveniente en materia de gestión de crisis y aceptable en materia de
intervención militar; una estrategia plenamente compartida en la lucha
contra el terrorismo global; un enfoque común sobre cómo impedir
la proliferación nuclear (o incluso avanzar en la desproliferación,
lo que requeriría que EE UU fuera el primero en dar ejemplo) y un enfoque
correcto del problema norcoreano, y la necesaria reforma de la ONU (no sólo
ni principalmente del Consejo de Seguridad, sino de la efectividad de la organización),
cuyos elementos de debate fueron aplazados hasta después de estas elecciones.

Si no, nos quedaremos en un simple modus vivendi entre estas Europas (pues
son varias) y los EE UU de Bush-2. La trayectoria de Bush-1 cambió con
el 11-S. Es muy posible que "cuatro años más" asienten
estas últimas tendencias. Pero tampoco hay que descartar que en este
segundo mandato Bush se vea limitado en sus ambiciones por la realidad de las
cuentas rotas por el doble déficit público y exterior, de un
Ejército con falta de medios humanos para las misiones que plantea la
estrategia americana y de un mundo que, por mucho que le pese, es multipolar,
aunque un polo sea mucho más poderoso que otros. Es posible que Bush-2
necesite a Europa incluso para salir de Irak, y ésta ha de estar preparada
para responder a esa necesidad. Si hay respuesta posible. Como siempre, estaremos
abiertos a sus comentarios. Consulte nuestra página web: www.esglobal.org