Si Obama quiere ganar la guerra contra la drogas y disminuir la violencia en México, debe acabar con el flujo de armas y dinero que viaja de norte a sur. Estados Unidos se juega su propia seguridad.

Cuando el presidente estadounidense, Barack Obama, tomó posesión de su cargo, se convirtió en orgulloso propietario de varios conflictos. Están el caos conocido de Afganistán y el optimismo con reservas de Irak. Y está la guerra de la que Estados Unidos se ha olvidado: la guerra contra las drogas. El último frente de batalla es su vecino del Sur, México, con cuyo presidente, Felipe Calderón, se reunió Obama poco antes de jurar su cargo. Si Calderón dice lo que piensa, quizá le haya dicho claramente a Obama: estamos librando vuestra guerra, y vosotros abastecéis a nuestros enemigos, porque les proporcionáis la demanda de drogas, dinero para sus bandas y armas para su violencia.

México lucha por su vida, y su Gobierno ha intensificado el combate desde que llegó a la presidencia, en 2006. Sin embargo, el panorama sigue siendo siniestro.

La violencia relacionada con el narcotráfico se extiende por todo México. En 2008, las muertes por esta causa superaron la cifra de 5.600, más del total de muertes de estadounidenses durante cinco años en Irak. Los cárteles de la droga están erosionando el Estado: se infiltran en los gobiernos locales y regionales, corrompen a policías y funcionarios judiciales y amenazan y matan a los periodistas independientes. Quienes ocupan cargos públicos se encuentran a menudo con la disyuntiva faustiana por antonomasia: “la plata o el plomo”; la bolsa o la vida.

EE UU ha tardado en reconocer su responsabilidad como principal consumidor de esas drogas ilegales. Pero el Congreso estadounidense aprobó en mayo de 2008 la Iniciativa de Mérida, que supone incrementar la ayuda en materia de seguridad al acosado país vecino y pasar de sólo 40 millones de dólares (unos 30 millones de euros) anuales a 400 millones anuales.

Parece una ayuda sustancial, ¿verdad?
           
Por desgracia, esas cifras no son nada en comparación con el dinero que Estados Unidos suministra a los gangsters mexicanos. Los consumidores de droga estadounidenses envían al menos 12.000 millones de dólares al año a los cárteles, y el Gobierno de su país hace poca cosa para impedirlo. Los traficantes llevan a cabo ventas individuales de 20, 50, 100 dólares o más en las calles de Nueva York, Chicago, Charlotte y Fresno. Ese dinero, mediante transferencias bancarias, giros postales e incluso envíos en autobús, llega a la frontera, donde se coloca en coches y camiones y se envía al sur, sin que los funcionarios de aduanas estadounidenses presten gran atención. El dinero mantiene provistos a los cárteles y financia la corrupción y la violencia.





























           
EE UU se enfrenta a un reto en su frontera sur que por su propia seguridad no puede esperar: la guerra contra el narcotráfico
           

La situación en cuanto a las armas es todavía peor. La Iniciativa de Mérida ofrece la perspectiva de enviar material de última generación al Ejecutivo mexicano, entre otras cosas helicópteros, lanchas rápidas y sistemas de datos y vigilancia muy sofisticados. Pero las armas que los cárteles compran en el mercado libre estadounidense -de manera completamente ilegal- son muy superiores a las que tienen la policía e incluso el Ejército mexicanos. Hay casi 7.000 tiendas de armas a lo largo de la frontera, aproximadamente dos por cada kilómetro. Venden miles de granadas de mano, cohetes lanzagranadas, AK-47 y armas y balas matapolicías, que atraviesan los chalecos antibalas. Las armas viajan al país vecino a toda velocidad, sin que tampoco en este caso la patrulla de fronteras de Estados Unidos mueva una ceja.

Existen muchas áreas en las que ambos países pueden y deben colaborar para mejorar la situación a ambas orillas del Río Grande. Para empezar, EE UU debe hacer respetar sus propias leyes, así como investigar e impedir el blanqueo de dinero entre unos Estados y otros y a través de las fronteras internacionales. Tiene que hacer respetar las leyes sobre armas e impedir que se vendan a las bandas y sus miembros. Y, sobre todo, debe acabar con la circulación de fusiles de asalto y armas pesadas. En resumen, en vez de preocuparse por lo que viaja de sur a norte, debe examinar con detalle lo que viaja de norte a sur.

Obama ha indicado que apoya la Iniciativa de Mérida y el objetivo de acabar con el tráfico de armas. Es un buen comienzo. Pero, si EE UU quiere verdaderamente reducir la violencia en México, debe dejar de financiar y armar a las dos partes del conflicto. Al fin y al cabo, también es su guerra.

 

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