El país necesita cambios para que todo siga igual, de lo contrario el ambiente podría radicalizarse.

 

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FAROUK BATICHE/AFP/Getty Images

 

Ni una palabra del estado de salud del presidente argelino, Abdelaziz Buteflika, quien ha permanecido ingresado casi tres meses en un hospital de París. Los argelinos, sin embargo, llevan años acostumbrados a la ausencia de su aparición en público, sabiendo de antemano, que el funcionamiento del país no se ve afectado y el poder en Argelia no lo detenta un solo hombre. De hecho, su sucesión ya está en boca de todos. Y empieza a cocinarse en los pasillos donde se encuentran los verdaderos hombres influyentes, así como los jefes militares y sus clanes, cuya capacidad de concentración de poder ha estado basada, durante los últimos 50 años de independencia, en las rentas de los hidrocarburos y del gas. Para Ferrán Izquierdo Brichs, profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, el control de los recursos naturales sigue siendo la estrategia del régimen para anclarse en Gobierno. El presidente de la República representa un simple títere a su servicio.

La prensa argelina ha arrojado luz sobre varias personalidades que sustituirían a Buteflika. Su frágil estado de salud, fácilmente visible en las parcas imágenes que el Estado difundió tras el regreso del presidente a la capital argelina, dificulta la renovación de otro mandato. Aunque no faltan voces de partidos políticos próximos a él, así como la Unión por la Democracia y las Libertades (UDL), que piden la prolongación de un cuarto gobierno.

Se habla de antiguos primeros ministros o incluso el actual, Abdelmalek Salla, a quien señalan como el favorito. Pero eso poco importa en un país movido desde las escalinatas del Ejército. Una Armada que derrocó en el año 1992 al presidente Bendyedid, responsable de iniciar unos tímidos cambios políticos como una liberalización política que permitió la participación de los islamistas en la convocatoria electoral y unos ajustes estructurales económicos. Sin embargo, la victoria arrolladora del partido islamista Frente Islámico de Salvación (FIS) – que despertó la esperanza de las respuestas sociales a una sociedad muy castigada por el aumento de los precios de los productos básicos- amenazó la concentración de los poderes militares, sobre todo, el control que éstos tenían sobre la economía.

El Ejército, por tanto, no escatimó esfuerzos para hacer desaparecer de un plumazo a los islamistas. Recurrieron al uso de la fuerza, lo que luego desencadenó en una salvaje guerra civil que aún pesa en la memoria de la sociedad argelina. Fueron diez años de dolor, de sangre, de un pueblo dividido. Hoy, Argelia, como consecuencia de aquel vaivén político, alberga un serio problema de terrorismo, con el que justifica cada una de sus políticas. Pero, al margen de la inseguridad o de la amenaza terrorista, el pueblo sigue esperando una verdadera transformación del país en aras del bienestar y de una mayor calidad de vida. La ineficacia en la gestión de los poderes públicos para responder a un acuciante problema de desempleo empieza a traumatizar a la juventud, tentada por otros fenómenos como el de la inmigración ilegal e incluso, las filas terroristas pasar salir de su estado de opresión social.

El traumatismo de los años 90

El Gobierno argelino, liderado por el histórico y omnipresente partido del Frente de Liberación Nacional (FLN), sufre una pérdida de legitimidad acrecentada tras el anuncio del presidente Buteflika, en las pasadas elecciones legislativas, de iniciar una batería de reformas sociales y políticas sin resultados. “El Estado obligó a las multinacionales a reclutar a jóvenes del sur de Argelia donde hay mucho paro y todo está por hacer, pero no se está cumpliendo”, aseguró un observador argelino simpatizante del partido Frente de Fuerzas Socialistas (FFS). Estas promesas, que surgieron en mitad de una región muy convulsa en la que los pueblos exigían dignidad y trabajo, vinieron acompañadas de un anuncio, en enero de 2011, de la revisión de la Constitución para la que el mismo presidente eligió a cinco expertos de su confianza. La revisión de la carga magna quedó estancada tras la hospitalización de Buteflika.

Con regímenes híbridos como el argelino es difícil pensar en que un recambio del presidente de la República abrirá nuevos escenarios o permitirá el cambio de un sistema que, ante todo, quiere preservar los beneficios de los recursos naturales. Ahora bien ¿hasta cuando el sistema se sostendrá? El pueblo podrá convertirse de nuevo en un actor activo y levantar una nueva sublevación como resultado del hastío. A ojos de los analistas, ese momento no ha llegado todavía a Argelia porque aún quedan tatuadas en el imaginario argelino, las marcas de la guerra civil que dejó un reguero de 190. 000 muertos.

El reto del terrorismo

El pueblo argelino aspira a un proceso de transición democrático pacífico, pero éste sólo será posible si el Ejército -el que ostenta el poder y monopoliza tanto la política como la economía siguiendo el modelo pretoriano- está dispuesto a cambiar las reglas del juego delegando atribuciones o dejando de utilizar los recursos públicos para fines privados, según palabras del politólogo argelino, Mohamed Hachmauoi. Sobre todo, la capacidad de superar los obstáculos que impiden introducir a Argelia en una verdadera senda democrática y que pasan por la erradicación de la corrupción difícil de cuantificar, pero que afecta a todas las instituciones políticas, eliminar el nepotismo, mejorar la ausencia de libertades o abrir un proceso de liberalización política. He aquí otro problema para Argelia que aún carga la mochila del islamismo y mira de reojo a los vecinos de la región donde el islam político venció.

El Ejército argelino no quiere oír hablar de partidos islamistas no controlados, ni de un posible ascenso islamista en su suelo. Ni siquiera acudió a las llamadas de socorro del Gobierno de Malí cuando los yihadistas se alojaron en las ciudades para imponer un Estado islámico. Aunque Argelia, por la situación geográfica, juega un papel fundamental en la región zarandeada por el fenómeno terrorista, prefiere luchar contra el terrorismo sólo dentro de casa y nunca fuera. La primera prueba de su política interna fue la operación de secuestro en Aimenas por parte de comandos islamistas violentos que fue abortada, dejando un reguero de muertos, tras la intervención de las fuerzas especiales argelinas.

Argelia alberga un problema de terrorismo pero desestima cualquier tipo de colaboración militar multilateral ante la escalada de operaciones de naturaleza yihadista y a la vez se queja de la inacción del vecino Malí y la debilidad de Libia como elementos de riesgos para su propia seguridad. Su mayor preocupación es el boom de armas proliferando por territorio libio, que escapan del control de las fuerzas de seguridad libias y han podido penetrar en suelo argelino a través de los mil kilómetros de frontera que comparte con el país del ex Coronel Gadafi. Muchas de estas armas han caído en las manos de grupos terroristas como AQMI.

Reto económico

El futuro de Argelia debería pasar por una gestión económica que abra horizontes a la juventud, que representa el 41% de una nación de 36 millones de habitantes, golpeada por el creciente desempleo que se debe a la poca diversificación de la actividad comercial concentrada sólo en los hidrocarburos. De no cumplir las expectativas de la población, el régimen ahogaría aún más el déficit de credibilidad y de confianza social que sufre y podría traer como consecuencia la radicalización de la juventud. Los hidrocarburos constituyen el eje central de la economía, representando el 60% de los ingresos del Estado, el 30% del PIB argelino y el 95% de los beneficios por exportaciones. Si el Gobierno fuera capaz de crear riqueza fuera de este sector, repercutiría positivamente en el tan elevado paro juvenil. Sería un buen comienzo. Mientras tanto y siguiendo la repetida ejemplaridad de la transición española que se basa en la máxima de Lampedusa: “es necesario que todo cambie para que todo siga igual”.

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