Mientras alberga el mundial, Suráfrica se enfrenta a su propia historia.
Se ha prestado mucha atención al papel del presidente Nelson Mandela en el triunfo de Suráfrica en la Copa del Mundo de rugby de 1995, un acontecimiento reflejado en la película Invictus. Pero Sean Jacobs, autor e historiador nacido en Ciudad del Cabo, dice que aquel campeonato fue “una insignificancia” en la historia surafricana de conflicto racial. “La verdadera historia –dice– es el fútbol”.
Y la verdadera historia empieza a varios kilómetros del lugar en el que se encuentra el nuevo estadio de Ciudad del Cabo, en Robben Island, que miles de millones de telespectadores pueden ver con claridad durante este mes de campeonato mundial. La cárcel de esa isla albergó a miles de presos políticos durante el periodo de apartheid. Y muchos de los hombres que jugaban en la liga de fútbol de la prisión pasaron luego a ser figuras importantes en la construcción del país tras el fin del régimen racista.
Entre ellos están el presidente actual, Jacob Zuma, el líder de la oposición y ex ministro de Defensa, Terror Lekota, el ministro de Asentamientos Humanos, Tokyo Sexwale, y Kgalema Motlanthe, que remató el segundo mandato del ex presidente Thabo Mbeki. Mandela nunca participó; se limitaba a ver los partidos desde su celda incomunicada hasta que las autoridades construyeron un muro para impedírselo. Zuma tuvo el honor de hacer además de árbitro. Tenía que ser un futuro presidente quien fuera capaz de jugar un fin de semana y arbitrar el siguiente.
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AFP/Getty Images |
More Than Just a Game (Más que un juego), escrito por Chuck Korr y Marvin Close, revela que los presos de Robben Island tenían dos libros favoritos en la biblioteca de la cárcel: Das Kapital (El Capital) de Karl Marx, y Soccer Refereeing (El arbitraje de fútbol) de Dennis Howell. Después de años de peticiones constantes las autoridades penitenciarias aceptaron en 1967 que los internos crearan su propia liga de fútbol, la Makana Football Association. Los presos pasaban la semana picando piedra en la cantera, pero cada sábado había dos horas reservadas para los partidos de fútbol. La tarde del domingo se dedicaba a hablar del partido, de lunes a miércoles se dilucidaban las infracciones, y jueves y viernes se escogían los equipos y se planteaban estrategias. El proceso mental entre los jugadores, según Jacobs, era: “Si podemos organizar una liga en estas condiciones tan adversas, quizá seamos capaces de dirigir un país”.
A las autoridades afrikáner del régimen del apartheid nunca les gustó el fútbol. Les encataban el rugby y el críquet y los subvencionaban con generosidad, pero consideraban que el fútbol era un deporte de africanos. Al principio lo ignoraron, pero luego empezaron a prohibir algunos partidos. En abril de 1963, en el campo de deportes Natalspruit de Johanesburgo, las autoridades cerraron las puertas y pusieron una nota que decía que los encuentros del día se habían suspendido. Quince mil aficionados escalaron la verja, cargados con dos porterías ...
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