
El hecho de que algunos gobiernos en el mundo decidan autodenominarse feministas, más allá de legítimas concesiones al marketing político, desafía convenciones en torno a cómo son evaluados. ¿Qué dilemas surgen a partir del caso de Chile?
Como ejemplo bien pueden ser útiles los balances realizados a propósito de cumplirse recientemente un año del mandato del izquierdista Gabriel Boric. Quien se convirtiera en el presidente más joven de la historia de Chile decidió que sería recordado, no solo por hacer de su país “la tumba del neoliberalismo”, sino también por su condición de feminista. De esta forma, contribuye a reforzar la idea de “laboratorio” que históricamente lo acompaña, puesto que son todavía muy escasos los gobiernos que, en el mundo, se declaran de esa forma. Quien actualmente ostenta la primera magistratura del país austral definió lo que entendía como tal en su primera cuenta pública, en junio de 2022: “Que todas las acciones del Estado estén enfocadas en la paridad de género e igualdad en la arena institucional y política, así como a ser capaces de incorporar la perspectiva de género en todas las políticas que tengan relación con la vida de las mujeres y diversidades”.
Al revisar los análisis realizados, confrontamos una bifurcación. Por un lado, están aquellos que colocan el acento en dimensiones relativas a la estructura, al proceso y a los resultados del periodo observado. Son realizados usualmente por hombres y no incorporan la variable género. Por otro lado, se encuentran las reflexiones hechas por mujeres, las que, en muchos casos, cuentan con trayectoria en análisis con perspectiva de género. En ellos, se enfatiza la producción legislativa, aunque también se coloca el foco en la personalidad y el estilo.
Ambas orientaciones, aunque útiles, resultan insuficientes para capturar la complejidad que implica administrar y gestionar desde lo público con sello feminista ya que, se supone, se busca con ello trascender el manejo de los asuntos de género desde la óptica tradicional, estrictamente sectorial, o bien limitarse a evaluar las políticas resultantes con perspectiva de género.
Mirar más de cerca el caso chileno, así como algunos dilemas que suscita, resulta útil no solo por ser el primero en declararse feminista en América Latina sino también, tanto por su trayectoria previa como por su conexión de propósitos con aquellos gobiernos que han decidido ser vanguardia en este tema. El caso sueco, el primero en 2014 en su expresión de compromiso con una diplomacia feminista, experimenta hoy un claro retroceso. También se han definido como tales los de Canadá y de España.
Chile llega a la condición de gobierno feminista como producto de una trayectoria atípica con relación al resto de América Latina, donde se impulsaron en varios contextos las cuotas de género para luego dar paso, de forma relativamente lineal, pero no exenta de luchas por parte de ...
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