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El príncipe heredero Mohammed bin Salman, asiste a la conferencia de la Iniciativa de Inversión Futura en Riad, Arabia Saudí. (Fayez Nureldine/AFP/Getty Images)

Arabia Saudí seguirá siendo un socio económico clave para muchas compañías occidentales, pero la muerte del periodista ha revelado los riesgos que implica tratar con el reino.

Las repercusiones del asesinato del periodista Jalal Khashoggi están demostrando ser de mayor envergadura de lo que el rey de Arabia Saudí y el líder de facto del país, el príncipe heredero Mohammed bin Salman, hubieran podido anticipar. Este suceso ha conseguido que los muy estrechos vínculos entre la Casa de Saud y la Casa Blanca de Trump sean sometidos a un severo escrutinio, ha disgustado enormemente a la cúpula republicana del Congreso de Estados Unidos, ha obligado a los líderes europeos con fuertes lazos con el reino, en particular Reino Unido, a intentar distanciarse de un aliado cercano, ha puesto en bandeja a Irán una victoria por defecto y ha permitido al presidente turco hacer la vida muy incómoda tanto a Riad como a Washington. El asesinato, no obstante, también tiene consecuencias económicas: ¿cuánto va a pagar Arabia Saudí por lo sucedido con Khashoggi?

Muchos en las capitales occidentales han considerado tradicionalmente a Arabia Saudí como un motor de la estabilidad en Oriente Medio y acogieron con satisfacción las políticas que lanzó en 2015 y que creyeron que tenían como objetivo la modernización de este muy conservador país. La radical renovación del Fondo de Inversión Pública (PIF, en sus siglas en inglés) ofrecía, a sus ojos, una primera indicación de las ambiciones económicas de Bin Salman, de 33 años, y del poder financiero que pronto manejaría. Sin embargo, un vehículo financiero que estaba destinado a impulsar las reformas se ha convertido, en unas pocas semanas, en un embrollo real de proporciones inimaginables. El PIF y la gran conferencia económica actualmente en marcha en Riad, apodada “el Davos del desierto”, tenían la misión de mostrar las credenciales de modernización del príncipe heredero, aunque al Foro Económico Mundial, que organiza la famosa reunión anual de líderes económicos y políticos mundiales en Davos en Suiza, esto no le hiciera mucha gracia: uno de los chistes que circulaba por Twitter era que debía cambiarse de nombre por el de “el Yeda de los Alpes”.

Más serio es el hecho de que un gran número de directores generales de importantes empresas multinacionales y muchos ministros de finanzas occidentales, por no mencionar a la directora general del FMI, Christine Lagarde, se han retirado de la conferencia. El príncipe heredero ya no se ve acosado como una estrella de rock por una multitud de ejecutivos que luchan por hacerse un selfie con él, sino que es evitado. El asesinato ha arruinado la fiesta de presentación del PIF y ha afectado seriamente la capacidad de Arabia Saudí para atraer inversión extranjera en tecnología y talento, un prerrequisito esencial para las intenciones saudíes de proporcionar trabajos a una población joven muy afectada por el alto desempleo y de diversificar su economía más allá del petróleo. La capa de barniz de gran modernizador siempre fue muy fina, pero, hasta ahora, convencía a aquellos en Occidente que querían ser convencidos.

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Entrada a la conferencia Iniciativa de Inversión Futura en Arabia Saudí. (Giuseppe Cacace/AFP/Getty Images)

Fue en marzo, hace tres años y medio, cuando los dirigentes de Arabia Saudí crearon un nuevo Consejo de Asuntos Económicos y de Desarrollo, presidido por el príncipe heredero. El PIF, que también presidía, ya no informaría al Ministerio de Finanzas, sino a este Consejo. En los tres años que siguieron, el PIF pasó de ser un aletargado holding estatal a uno de los fondos soberanos de inversión más activos del mundo: se gastaron miles de millones de dólares en la compra de acciones de compañías tecnológicas como Uber y en joint ventures como Blackstone. El PIF pretendía duplicar los activos que gestionaba hasta 600.000 millones de dólares (unos 527.000 millones de euros) para 2020. La formidable ambición de un proyecto de este tipo despertó el apetito de muchos bancos extranjeros, vehículos de inversión y grandes corporaciones, por no mencionar a los ministros de comercio y finanzas. Pocos se preguntaron si el comportamiento imprudente que el príncipe heredero mostraba en sus políticas en Yemen y Qatar no iba a tener su reflejo en el sector financiero. ¿No estaban estos poderosos banqueros y directores ejecutivos occidentales subestimando el enorme desafío político y económico, por no mencionar social, de diversificar una economía, una característica clave era aumentar el papel del sector privado y atraer inversiones extranjeras? ¿Eran realistas los objetivos de Riad de reducir el papel dominante del Estado y crear 450.000 empleos para 2020 atraídos por las ventajas financieras?

Sus admiradores occidentales se sintieron atraídos por los enormes beneficios que creyeron que se derivarían para ellos de esta política audaz y orientada al futuro. Después de 2015, el PIF creó una serie de empresas que abarcaban un amplio abanico de actividades: eficiencia energética, defensa de la gestión de residuos, turismo religioso, entretenimiento… Media docena de grandes proyectos serían supuestamente los motores de esta transformación que aportaría miles de millones de dólares a la economía. Se habló de una futurista zona de inversión de 500.000 millones de dólares llamada Neon. Su recién estrenada industria militar se convertiría en uno de los principales fabricantes de armas del mundo y proporcionaría 40.000 empleos para 2030. Igual de ambicioso, aunque técnicamente menos exigente, era el proyecto de Rou’a al-Haram para aumentar la capacidad de peregrinos del Hajj que visitan la Gran Mezquita en La Meca, que se traduciría en 160.000 nuevos puestos de trabajo.

Sin embargo, estos mismos admiradores no prestaron mucha atención cuando la tan esperada oferta pública de venta de la empresa estatal Saudi Aramco fue pospuesta, junto con otros proyectos de privatización menos glamurosos. Al parecer, no se dieron cuenta de que el PIF estaba consolidando su control de muchas compañías privadas en Arabia Saudí, mientras que la mayor parte de las empresas privadas independientes sufrían como consecuencia del débil crecimiento y el aumento del precio de la electricidad, entre otros factores.

Se tragaron las posibles dudas que pudieran tener cuando 300 príncipes y empresarios del sector privado fueron encerrados en el Ritz Carlton hace un año y se les hizo apoquinar miles de millones de dólares en activos y en efectivo. El príncipe heredero decidió que los bienes conseguidos por este método serían administrados por una empresa estatal creada tras la purga. En la conferencia de esta semana, un cantante de Gipsy Kings interpretó una versión de Hotel California de The Eagles. La letra de esa canción ofrece un pertinente e irónico reflejo del dilema al que se enfrentaban muchos de los presentes: “Puedes hacer el check-out en el momento que quieras, pero nunca podrás irte”. Y lo que es más importante aún, es poco probable que los inversores internacionales inviertan en Arabia Saudí si el sector privado del propio país no lo está haciendo. El asunto del Ritz Carlton ha llevado a una fuga de activos del reino más que a nuevas inversiones privadas.

Mientras tanto, un economista que se atrevió a criticar la operación planeada para Aramco, Essam al Zamil, fue acusado de pertenecer a una organización terrorista y puesto entre rejas. El objetivo de Bin Salman es construir un sector privado saudí más dinámico, pero la transparencia de las operaciones del PIF y la capacidad de gestión del fondo si pretende invertir 22.000 millones en la economía nacional solo este año, según el FMI, están cada vez más sometidos a escrutinio. Vender a bombo y platillo el atractivo de Arabia Saudí como país en el que invertir no casa demasiado bien con el hecho de que la inversión extranjera directa en el reino haya disminuido de 7.450 millones de dólares en 2016 a 1.200 millones el año pasado. Sin embargo, sin la experiencia e inversión privada extranjeras, ¿quién puede asegurar que el PIF pueda llevar a cabo sus ambiciosos planes?

Existen pocas dudas de que Arabia Saudí seguirá siendo un socio económico clave para muchas compañías occidentales, pero la idea de que el príncipe heredero podría proyectar una especie de “primavera económica árabe” desde su posición de poder parece bastante inverosímil. Lo que el asunto de Khashoggi ha puesto de relieve son los riesgos que implica tratar con Arabia Saudí, aunque solo sea porque la crisis actual amenaza con aumentar las tensiones en la familia real tanto como lo va a hacer entre este país, Estados Unidos y Turquía. Mientras el presidente Trump trata de convencer a los grandes países, en especial en Europa, de que Irán amenaza su seguridad, algunos se preguntarán si el comportamiento saudí es mucho mejor. El brillo de las reformas saudíes se ha apagado, el hechizo se ha roto. Las consecuencias económicas del lío real en el que está sumido el reino están aquí para quedarse. Solo los próximos meses nos dirán cuán serias pueden resultar finalmente.