El recién electo Presidente de Ecuador Daniel Noboa de la coalición Acción Nacional Democrática llega al Palacio de Carondelet el 17 de octubre de 2023 en Quito, Ecuador. (Franklin Jacome/Getty Images)

Las principales bazas para la reelección de Noboa de cara a las comicios de la primavera de 2025 serán la continuidad en lo económico y las políticas de mano dura para los problemas de seguridad en Ecuador. Por el momento, una alternativa progresista, feminista, ambientalista y plural no goza de una buena coyuntura para hacerse efectiva a corto plazo en el país.

En 2021 se enfrentaron por la presidencia de Ecuador quien a la postre terminó victorioso, el conservador Guillermo Lasso, y el candidato correísta, Andrés Arauz. La diferencia fue de algo más de cuatro puntos porcentuales, equivalentes a 420.000 votos. Dos años y medio después la distribución del voto se repite casi con exactitud, de manera que el hasta entonces asambleísta Daniel Noboa —hijo de la mayor fortuna del país y que intentó hasta en cinco ocasiones concurrir a las elecciones— se impone nuevamente a una apuesta del correísmo, como la de Luisa González, por apenas 360.000 votos. 

Noboa, que aspiraba a concurrir a los comicios de 2025, pero no antes, ha vencido en estas elecciones presidenciales anticipadas de Ecuador movilizando a un electorado muy similar al que apoyó políticamente a Lasso, aunque lo hace con un perfil bien diferente. En primer lugar, evita las categorías izquierda/derecha, aunque claramente se ubica en el espectro conservador, toda vez que se define como defensor de los derechos LGTBI, cercano a las preocupaciones de los jóvenes del país y, en cualquier caso, de “centroizquierda”. En segundo lugar, y esto se ha podido observar a lo largo de la campaña, ha sido renuente con la tradicional crispación que caracteriza a la política ecuatoriana, evitando los ataques en los debates y conectando con sectores económicos y sociales de fuera de las dos principales ciudades del país —Quito y Guayaquil— donde se impuso un correísmo que hace dos años mayoritariamente votó por Lasso.Nuevamente, y como ha sucedido en otros escenarios similares del tablero centroamericano y también andino —como Perú o Colombia, no hace mucho tiempo— la politización de la inseguridad ha sido uno de los principales elementos de disputa. Actualmente, el país se presenta como uno de los más violentos del continente. Tanto que si en 2016 la tasa de muertes violentas era de 6 por cada 100.000 habitantes, hoy se aproxima peligrosamente a los 40 homicidios. Este tipo de acción violenta va camino de casi duplicarse solo en 2023, mientras que los secuestros y extorsiones se elevan por encima de un 300% respecto al año pasado. Por si fuera poco, el apoyo a la democracia está en mínimos históricos, de acuerdo con el último Latinobarómetro, con apenas un 37%; a la par que la satisfacción con la democracia es la segunda más baja de la región, con un 12%. Con estas credenciales, y sobre la base de una coyuntura de gran violencia política —que ha dejado consigo diferentes atentados políticos a los alcaldes de Manta, Durán, Daule o Portoviejo, además del asesinato del candidato presidencial Fernando Villavicencio— la cuestión securitaria ha sido fundamental y claramente favorable a Noboa.

Militares patrullan un centro de votación durante las elecciones presidenciales el 20 de agosto de 2023 en Quito, Ecuador. Franklin Jacome/Getty Images)

Y es que, sobre este aspecto, la lucha contra la delincuencia organizada y la mejora inmediata de las condiciones de seguridad del país han sido fundamentales para explicar parte de la victoria electoral de Noboa. Aspectos que, igualmente, van a ser prioritarios para el despliegue de la próxima agenda gubernamental, que tiene apenas año y medio para dejar consigo réditos con los que convencer a la ciudadanía de cara a una futura reelección. A partir de estas consideraciones, el mensaje y la campaña centrada en el éxito económico y social de los años de correísmo, imposibles sin el ciclo expansivo de la economía de aquel momento y el auge de las commodities, ha quedado desdibujado y relegado a un muy segundo plano. Un aspecto que abre muchas incertidumbres, fundamentalmente, porque el populismo punitivo y securitario que acompaña a los postulados bukelistas, cada vez más generalizados en la región, tienden a servirse de cortoplacismos demagógicos, adulados por legislaciones penales más duras, cárceles más modernas y la militarización de espacios de seguridad pública. En otras palabras, un caldo de cultivo idóneo para erosionar la democracia, limitar derechos civiles y libertades ciudadanas y abusar de estados de excepción cuyo resultado dista mucho de ser el que preconiza el modelo salvadoreño. Esto, por desatender de forma obstinada lo que es un imperativo categórico: la violencia directa guarda íntima relación con la violencia estructural y cultural y, por ende, necesita de inversiones sociales a medio y largo plazo, además de transformaciones simbólicas, mayormente poco visibles a la luz del falso efectismo que acompaña a los planteamientos puramente reactivos. 

La agenda economicista en la disputa ecuatoriana, y que muy probablemente determinará buena parte de la gestión de Noboa en los próximos dos años, parece estar dispuesta a priorizar la liberalización económica, la desregulación comercial, la atracción de inversión y el extractivismo como principales puntas de lanza en la estabilización del país. Una agenda, al respecto, poco divergente con la impulsada por Guillermo Lasso y profundamente desconectada con el tipo de alternativa que podría representar Luisa González. La sociedad masculinizada de Ecuador, en lo que a cultura política se trata, por si fuera poco, parece haber dejado en un segundo lado la apuesta indigenista y ambientalista que, por ejemplo, representó Yaku Pérez en las elecciones de 2021. En aquel entonces, consiguió casi 1.800.000 votos, erigiéndose como alternativa en lo económico tanto al gobierno como al correísmo, toda vez que imbricaba la causa indígena con la agenda posdesarrollista. En estos comicios, sin embargo, apenas ha obtenido 390.000 votos. Expresado de otro modo, las necesidades en política de género, ambientalismo o minorías étnicas no parecen disponer en la figura de Noboa su mejor baluarte. 

Dicho todo lo anterior, lo que cabe esperar de este nuevo gobierno para con el escaso tiempo que tiene por delante son dos aspectos: continuidad en lo económico —a pesar de enfatizar en su figura de cambio— y mayor apuesta por endurecer la política de seguridad. Dos cuestiones que, muy posiblemente, serán la principal baza para la reelección de Noboa de cara a las elecciones de la primavera de 2025. En lo económico, aun cuando los niveles de inequidad y pobreza han crecido sustancialmente en los últimos años, tanto por la deriva liberal del país como por el impacto de la pandemia, mantener niveles de crecimiento económico por encima del 2% será fundamental en el nuevo gobierno. Está por ver si se respeta el cese de extracciones petroleras en la Amazonía ecuatoriana del Parque Nacional Yasuní y el impulso que se da a ciertos sectores en alza, como el transporte o la refinación de petróleo y derivados. En lo social, la urgencia pasará por mostrar mejoras en la seguridad, para lo cual las políticas de mano dura son el anhelo de buena parte de una ciudadanía que, en realidad, obvia la realidad de un fenómeno más transnacional y estructural de lo que se piensa. De hecho, en campaña el propio Noboa llegó a mencionar la posibilidad de recurrir a “cárceles-barcaza” para privar de libertad a unos criminales cuyo confinamiento ha de darse en medio del mar. Con resultados positivos sobre ambas agendas y una mejora en un empleo fuertemente erosionado, que seguramente se acompañará de algunas rebajas fiscales y ampliaciones selectivas sobre el gasto público, Noboa tendrá buena parte del trabajo hecho con vistas a la reelección de 2025. Más aún, si juega igualmente con los réditos de ser una figura política poco conocida que, aun con su apellido, proyecta un intento de outsider respecto de la vieja política partidista ecuatoriana.En cualquier caso, cualquier alternativa progresista, feminista, ambientalista y plural necesita de una coyuntura que ahora mismo es profundamente desfavorable. La recomposición política del correísmo debe empezar por desprenderse, definitivamente, de la figura de Rafael Correa. Este, a pesar de su notable contribución en el pasado, hoy es una suma que resta y no una suma que multiplica. Asimismo, y viendo el ciclo regresivo de actitudes políticas como las mencionadas con anterioridad, cualquier atisbo de recuperación demanda de nuevos liderazgos y mejores articulaciones con ciertos extremos de la sociedad que hoy son reaccionarios con el progresismo, y que simplemente reclaman satisfacer necesidades del orden más urgente, como son la seguridad y el empleo. Necesidades para los que el conservatismo ofrece respuestas más simples y visibles, pero, sobre todo, más eficaces electoralmente. Solo de cómo se resuelva este impasse de meses, una agenda más incisiva en otros aspectos como la salud, la educación, las pensiones, en donde los apoyos conservadores y liberales a Noboa son evidentes, podrán desplegarse con vistas a una agenda ambiciosa que, por el momento, tiene como limitación, los escasos 18 meses que tiene por delante