Justin Trudeau en Ottawa tras ganar las elecciones. (Nicholas Kamm/AFP/Getty Images)
Justin Trudeau en Ottawa tras ganar las elecciones. (Nicholas Kamm/AFP/Getty Images)

La marea roja canadiense se enfrenta ahora al reto de cumplir con las expectativas. Primera parada: COP21.

El triunfo de Justin Trudeau en las pasadas elecciones federales de Canadá ha traspasado fronteras y ha recibido atención también a este lado del Atlántico. El éxito de la joven promesa del Partido Liberal, que hacía poco más de un mes se situaba tercero en las encuestas, se ha convertido en una fuente de admiración e inspiración para muchos líderes en Europa y en otros puntos del globo. La campaña electoral más larga de la historia de Canadá –que ha durado 11 semanas- ha dado lugar a una notable volatilización del voto pero caracterizada por un eje central: el rechazo a las políticas del Gobierno del Partido Conservador y, más concretamente, la aversión por el ex primer ministro Stephen Harper.

Tras casi diez años de gobierno, los conservadores han apelado al bienestar económico de Canadá –principalmente frente a la decadencia de Europa- y a la defensa de la seguridad y la soberanía canadienses, con especial énfasis en el Ártico y en la inmigración. Sin embargo, pese al esfuerzo por defender su gestión, los votantes han dado la espalda a los conservadores aupando a un líder joven, carismático y que representa un cambio ‘desde dentro’ –su padre, Pierre Trudeau, ya fue primer ministro de Canadá en los años 70-. Uno de los principales puntos de este cambio es la política exterior del país, sobre todo en relación al cambio climático.

Canadá siempre ha tenido un registro de política exterior propio de una potencia media, en el que la paz internacional, la cooperación al desarrollo y el multilateralismo jugaban un papel central. Una de las áreas en las que había puesto en valor su conciliadora política exterior era la acción para la protección del medio ambiente. Pese a ello, la llegada del Partido Conservador al poder supuso un revés que comenzó con el rechazo a compromisos climáticos ya adquiridos y que culminó con la retirada de Canadá del Protocolo de Kyoto en 2011. Tras la inacción del Gobierno federal, las provincias canadienses tomaron el mando de la acción climática del país, coordinando un frente de presión frente a Harper y adhiriéndose al sistema de mercado de emisiones.

Pese a que la posición del anterior Ejecutivo ante el desafío del cambio climático jugó un importante papel en la elección de Justin Trudeau, está por ver si el retorno del Partido Liberal al poder supondrá un cambio en la política canadiense en este ámbito. Durante la campaña, Trudeau se empeñó en remarcar que su política exterior supondría un giro radical respecto a la llevada a cabo por Harper, también en materia climática. No en vano, el nuevo primer ministro se rodeó de asesores con experiencia en asuntos medioambientales en su camino a Sussex Drive. Louise Comeau, que forma parte de ese grupo, confesó que la Conferencia de las Partes (COP21) que se celebrará en París en diciembre será la oportunidad para que Canadá recupere su prestigio en acción para el clima de cara a la comunidad internacional.

Tras las elecciones, Justin Trudeau empieza a caminar en esta dirección. Cuando aún el país se recuperaba de la resaca electoral, el nuevo primer ministro anunciaba que asistiría a la Conferencia para que “Canadá deje de estar marginado en política climática”. Ya durante la campaña, el candidato anunciaba que tras la clausura de la cita de París se sentaría con los gobiernos provinciales para crear un marco federal para una acción climática más eficaz y coherente. Sin embargo, no contento con eso, ha invitado a los líderes de la oposición parlamentaria y a los primeros ministros provinciales a acompañarle a París para negociar un acuerdo climático que pueda mantenerse en el tiempo pese a los cambios políticos que puedan producirse en Canadá.

Sin embargo, muchos se preguntan si realmente el compromiso de Justin Trudeau con el medio ambiente va más allá de declaraciones. Es más, algunos analistas afirman que el gesto de Trudeau con la oposición no es más que un retorno a la costumbre canadiense de incluir a los partidos que no forman el Gobierno en las delegaciones que asisten a las conferencias internacionales. Por tanto, rechazan que deba entenderse como un impulso sin precedentes a la acción para el clima del país.

Otros incluso van más allá, recordando que Trudeau apoya la construcción del oleoducto Keystone XL, que permitiría mejorar el comercio de combustibles fósiles derivados de las arenas bituminosas de la provincia de Alberta. El nuevo primer ministro se justificó afirmando que el oleoducto forma parte de su plan federal de infraestructuras, pero que no supone una incompatibilidad con sus ambiciosos objetivos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Los grupos ecologistas, sin embargo, señalan que Keystone XL es la antítesis de una política medioambiental más exigente. Uno de los ambientalistas más reputados de Canadá, David Suzuki, rechazó apoyar la candidatura de Trudeau escudándose en su apoyo a la explotación de arenas bituminosas.

En cuanto al Ártico, Canadá es el segundo país con más territorio en el polo, una de las zonas más vulnerables al cambio climático y que este verano ha registrado un nuevo récord de deshielo. Sin embargo, el enfoque del Gobierno conservador hacia la región estuvo más dirigido a una remilitarización que a la protección de los ecosistemas y la seguridad humana de los canadienses que viven más al norte. Por ejemplo, Stephen Harper rechazó tomar parte en el drama que la violencia de género supone para los indígenas de las Primeras Naciones de Canadá. Esto provocó que el sentimiento anti Harper se propagara como la pólvora por los territorios septentrionales, incrementando la participación en las elecciones federales hasta en un 270% en algunas circunscripciones. Paradójicamente, la que fuera ministra de Medio Ambiente, de raíces aborígenes, fue derrotada por la marea roja liberal que tiñó el norte del país.

Por tanto, el futuro Gobierno deberá hacer frente a una situación climática cada vez más delicada y a un escenario político cada vez más tenso en la zona. Rusia continúa fijando el Polo Norte como objetivo de seguridad militar e incluso está construyendo la que será la mayor base de la región. El acento de Harper en la defensa de la soberanía y la identidad nacional canadiense en el Ártico dificultó aún más la cooperación circumpolar, llegando incluso a desestimar el Consejo Ártico mientras ostentaba la presidencia rotatoria del foro y enfrentándose directamente al Presidente Vladímir Putin. Sin embargo, en esta área los analistas son más optimistas y coinciden en que la llegada de Trudeau al poder significará un giro hacia el multilateralismo también en el Norte, abriendo una nueva etapa para rebajar las tensiones entre Moscú y Ottawa.

Pese a todo, el retorno de Canadá a la escena climática internacional ha sido bien recibido, teniendo en cuenta que el país no ha dejado de incrementar sus emisiones de gases de efecto invernadero desde 2010. Esta bienvenida se suma a la que ya se producía el pasado septiembre en Australia, cuando Malcolm Turnbull accedió al poder. Turnbull afirmó que asistirá a la cumbre de París, rompiendo la posición inmovilista de su antecesor, el escéptico Tony Abbott. Australia, no en vano, es otro de los países que más ha incrementado sus emisiones en los últimos años. Asimismo, Xi Jinping, Barack Obama, Dilma Rousseff o Narendra Modi también acudirán a la que se espera sea la cita climática más importante de los últimos años, aumentando las expectativas para alcanzar un acuerdo vinculante antes de final de año.

Sin duda, Justin Trudeau ha revolucionado la política canadiense en su campaña electoral. Fue capaz de generar ilusión y de aprovechar el rechazo hacia su predecesor para auparse como líder de una de las principales potencias del mundo. Sin embargo, Trudeau ahora se enfrenta a la realidad de gobernar y al reto de cumplir con las aspiraciones que él mismo generó. Uno de los principales ámbitos en los que debe hacerlo es el compromiso de Canadá con el cambio climático. La cumbre de París será la primera prueba de fuego para el joven líder y para muchos marcará su credibilidad de cara al resto de la legislatura.