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Gente camina a lado de un muro con propaganda electoral de partidos políticos holandeses. Emmanuelle Dunand/AFP/Getty Images

¿Es posible y deseable un futuro sin formaciones políticas? Un análisis de los elementos clave sobre este debate.

Es sabido que los Padres Fundadores estadounidenses, al redactar los fundamentos de la naciente república, se la imaginaron (en su idealismo) sin partidos políticos. La lógica detrás de esta premisa es sencilla: la política, en su estado más destilado, es una profesión compleja que requiere de expertos cuya única tarea debería ser solucionar los problemas de Estado. Los partidos, en su politiqueo, no son sino una hostil distracción para dicha tarea. Pero la trampa fue pensar que estos problemas tenían soluciones claras. Soluciones basadas en resultados obtenidos, como en la ingeniería. Se les escapó que, dependiendo de los principios morales de cada experto, dichas soluciones varían sin perder legitimidad alguna. Y que su éxito no suele, por tanto, depender tanto del resultado obtenido sino de los principios que se emplean en su legislación. Conocemos bien el coste de tan desafortunada fricción. Desde entonces reina en la política, de mano de sus partidos, tal fanfarria de valores y principios que ahora han llevado a aquella misma república norteamericana, ya no en su infancia sino en su ocaso, a un shutdown cuyos resultados, por más variados que hayan podido ser, fueron todos malos.

Ante los avances de la tecnología, el periodismo y las redes sociales, es quizás oportuno retomar ese idealismo creador de los fundadores estadounidenses para volver a pensarnos un futuro sin partidos políticos. Para hacer del negocio político un asunto más directo y profesionalizado. ¿Pero es esto deseable? Pues, depende.

 

“Los partidos son elementales y necesarios en toda democracia”

Sí. Podríamos resumir en tres las funciones de los partidos políticos: crear una plataforma social que movilice al público electoralmente, crear un tejido moral y/o social y/o filosófico en el que personas de similar pensamiento político y/o identidad social puedan converger y, por último, funcionar como escuela y maquinaria gubernamental. El hecho de que todas las democracias de la actualidad tienen al menos un partido político evidencia que una de estas tres funciones no se puede realizar fuera de los partidos. Y esta es la segunda. Plataformas sociales con fines electorales y sin afiliación política, como veremos luego, han existido con algún éxito en el pasado – pensar, por ejemplo, en el Movimiento Cinco Estrellas italiano de sus principios. En cuanto a “funcionar como escuela y máquina gubernamental” podemos pensar en la sofisticada labor que enseñan prestigiosas escuelas como la Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard como superiores y más directos sustitutos al lento ascenso burocrático y jerárquico tradicional de los partidos. Pero la materia del cual está hecho el tejido ideológico de los partidos –los principios, valores y asociaciones que nos esculpen como individuos y ciudadanos— no es reciclable. Un país sin partidos es, profundamente, un país sin identidad política. Cosa tal vez deseable. Pero humanamente imposible.

Ese ...