Rebeldes y soldados sirios respaldados por Turquía se preparan para quemar la bandera de las Unidades de Protección Popular kurdas (YPG) en la monte Barsaya, en la frontera entre Siria y Turquía. (Saleh Abo Ghaloun/AFP/Getty Images)

En las costosas y nuevas batallas entre Turquía y las fuerzas kurdas en el noroeste de Siria es probable que no haya un vencedor. Las tropas turcas se enfrentan a una población hostil y un territorio montañoso que favorece a sus enemigos, rebeldes forjados en el combate. Además, la ofensiva añade más presión a la ya tensa relación entre Turquía y Estados Unidos, su principal aliado estratégico.

Hace mucho tiempo que se esperaba un ataque turco contra las Unidades de Protección Popular kurdas (YPG, por sus siglas en kurdo), la filial siria del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Para la mayoría de los observadores, la duda no era si se produciría, sino cuándo, dónde y en qué circunstancias.

Ya tenemos las respuestas. Turquía ha lanzado una ofensiva por aire y por tierra contra el enclave de las YPG en Afrin, en el noroeste de Siria, aprovechando una incendiaria declaración de Estados Unidos, posteriormente rectificada, sobre la cooperación entre Washington y las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) dirigidas por las YPG.

Lo más probable es que la batalla sea costosa para ambos bandos y no decida nada. Ya supone un tremendo quebradero de cabeza para Washington, su común aliado y está causando enormes problemas en la relación de Turquía, miembro de la OTAN, con Estados Unidos. Si las partes implicadas no modifican sus estrategias, incluido el regreso a un proceso de paz más amplio para resolver las décadas de rebelión del PKK en Turquía, es posible que esta batalla sea además el preludio de cosas peores.

Las tensiones entre Ankara y Washington están desbordándose

Estaba claro desde hace tiempo que el fin de las grandes ofensivas respaldadas por Estados Unidos contra el Estado Islámico constituiría un momento delicado para el norte de Siria. Las autoridades de Turquía están furiosas desde 2015 porque el apoyo estadounidense ha reforzado a las YPG como columna vertebral militar de las FDS, al mismo tiempo que el PKK ha intensificado su actividad insurgente en territorio turco. Ankara confiaba en que su aliado en la OTAN redujera la ayuda a las Fuerzas Democráticas Sirias tras la captura de los bastiones de Daesh.

Sin embargo, parece que Washington ha decidido hacer todo lo contrario: quedarse allí y seguir invirtiendo en sus socios sobre el terreno. Estados Unidos cree que la estabilización de las zonas arrebatadas a Daesh es fundamental para impedir una resurrección yihadista. No quiere abandonar a merced del régimen a un aliado fiable en la lucha contra el Estado Islámico y confía en que su presencia militar sirva para fomentar una transición política en Damasco y contener la influencia de Irán. Las YPG han demostrado tener unas estructuras internas coherentes, una toma de decisiones eficaz y un comportamiento eficiente que las convierten en el único socio local verosímil del que los estadounidenses puede depender para mantener la seguridad y ejercer el gobierno. Hay pocos motivos para creer que las FDS y los organismos locales podrían sobrevivir sin ellas.

Estados Unidos hizo públicas sus intenciones el pasado 11 de enero en el testimonio prestado por David Satterfield, secretario de Estado adjunto, y el discurso del secretario de Estado, Rex Tillerson, seis días después. Son estas declaraciones políticas, más que el comunicado estadounidense del 13 de enero sobre la construcción de “fuerzas de seguridad fronterizas”, lo que ha agudizado la frustración de Turquía. Ankara se opone rotundamente a que Washington siga apoyando a las fuerzas kurdas en Siria porque dice que equivale a permitir que el PKK consolide y legitime el poder de facto de su filial en una gran parte de su frontera meridional. Y, de paso, dar a la organización matriz influencia diplomática y respetabilidad.

Una dura lucha por delante

En respuesta, Ankara ha puesto en marcha su mayor operación contra las YPG, en el único sitio en el que lo puede hacer sin enfrentarse directamente a su aliado norteamericano: Afrin. Estados Unidos no tiene presencia militar en este enclave, aislado geográficamente en el noroeste de Siria y que Washington ha dicho siempre que está fuera del marco de su campaña contra Daesh.

Sin protección por el paraguas de seguridad estadounidense en el norte de Siria, Afrin es un blanco más fácil para Turquía que el territorio en poder de las FDS, más al este. Hasta ahora, era Rusia, y no Estados Unidos, la que proporcionaba cierta protección implícita en la zona. Moscú domina el espacio aéreo en esa parte de Siria y mantiene una pequeña presencia militar en Afrin. La opinión generalizada era que hacía falta su aprobación, o al menos su conformidad, para cualquier gran operación turca en la región. De hecho, Hakan Fidan, jefe de los servicios de inteligencia turcos, y Hulusi Akar, jefe del Estado Mayor, visitaron Moscú inmediatamente antes de la ofensiva. Después del encuentro, Rusia reconoció las preocupaciones de Turquía en materia de seguridad, achacó la crisis a la “actuación unilateral” de Estados Unidos -en una referencia evidente a la política anunciada por Tillerson- y apartó las tropas que tenía en Afrin de la línea de fuego. Por ahora, esta medida ha perjudicado gravemente sus relaciones, hasta entonces cordiales, con las Unidades de Protección Popular kurdas. Pero parece que, para el Kremlin, ese es un precio muy pequeño. Era más importante demostrar que no se puede confiar en Washington y que, en cambio,  tiene capacidad para controlar la situación sobre el terreno en colaboración con los turcos.

Un hombre y una mujer sirios caminan por la calles de Afrin, ciudad en la que Turquía ha lanzado la ofensiva contra el YPG. (Delil Souleiman/AFP/Getty Images)

Desde el punto de vista militar, Afrin es un territorio muy complicado para Turquía. Las YPG tienen el control militar y profundas raíces locales. A diferencia de casi todo el nordeste en manos de las fuerzas sirias, Afrin es una zona boscosa, parcialmente montañosa y muy poblada. Las unidades kurdas están rodeadas por fuerzas rivales: Turquía en el oeste y el norte; los rebeldes apoyados por los turcos en el este; el régimen sirio en el sureste; y los yihadistas de Hayat Tahrir al Sham en el sur. Sin embargo, hay una carretera que conecta Afrin con el territorio de las Fuerzas Democráticas Sirias en el nordeste, atravesando zonas en poder del régimen, y las YPG pueden intentar negociar con Damasco el uso de esa carretera para transportar refuerzos.

Es muy posible que Turquía y sus aliados rebeldes, que a veces tuvieron dificultades para ganar terreno durante la ofensiva llamada Escudo del Éufrates contra Daesh a finales de 2016 y principios de 2017, se encuentren con un enemigo mucho más difícil en las YPG, mejor entrenadas y mejor dirigidas. Aunque capturen el enclave, no está claro cómo creen las autoridades de Ankara que van a poder asegurar una zona habitada por una población hostil y con una topografía apropiada para una guerra de guerrillas. Lo más probable es que Turquía acabe inmersa en una lucha prolongada contra una insurgencia poderosa y muy motivada.

Las cosas pueden complicarse aún más si Turquía amplía sus operaciones a Manbij, una ciudad en el borde occidental del territorio nordeste de las Fuerzas Democráticas Sirias, que el presidente Erdoğan ha insinuado que puede ser el próximo objetivo. Manbij es un territorio conflictivo, en disputa. EE UU ayudó a las FDS a quitárselo a Daesh en 2016 y garantizó a los turcos que, después de la captura, las YPG se retirarían de la ciudad y las zonas adyacentes al oeste del río Éufrates. Sin embargo, en la práctica, los kurdos conservan el control a través de sus socios locales. Washington, consciente de que su promesa no se ha materializado del todo, ha desplegado ocasionalmente sus propias fuerzas para disuadir a Turquía de cualquier ataque. Si Ankara decide ampliar su ofensiva actual en la zona, será más vulnerable ante la insurgencia de las YPG y correrá el riesgo de dañar todavía más su relación con Estados Unidos, cuyas fuerzas podrían tener que enfrentarse a las turcas.

Una forma de avanzar mejor

La ofensiva de Afrin quizá refuerza a las autoridades turcas ante su propia población. Pero entraña grandes riesgos y no parece que vaya a debilitar mucho a las fuerzas kurdas en Siria en su conjunto. Es posible incluso que el ataque anime al PKK a volver a poner bombas en las ciudades turcas. Una práctica de la que la organización se ha ido alejando en el último año, seguramente a instancias de Washington, que le habrá transmitido su inquietud a través de las Unidades de Protección Popular kurdas. Esta lucha no va a acabar bien para nadie. Hay una necesidad urgente de abordar, de forma más constructiva, el conflicto de Turquía con el PKK/YPG, así como las contradicciones de la política de Estados Unidos.

Ankara ha tenido grandes victorias sobre el Partido de los Trabajadores del Kurdistán en los tres años de combates en el sureste de Turquía tras la ruptura de las negociaciones de paz en 2015. Pero el coste humano ha sido enorme. El PKK continúa seguro en su cuartel general del norte de Irak y Turquía afronta unas perspectivas mucho peores y unas limitaciones geopolíticas inmensas dentro de Siria. Puede orquestar ataques muy dañinos contra las zonas en poder de las Unidades de Protección Popular kurdas y desestabilizarlas, pero ese no es un camino claro hacia la victoria.

Por su parte, el PKK ha perdido “una generación” de combatientes en una lucha que seguramente ha fortalecido políticamente a sus adversarios, como reconoció uno de sus mandos a Crisis Group. No tiene motivos para esperar mejores resultados de otras campañas futuras en Turquía. Quizá le resulta alentador el éxito continuado de su filial en Siria, con unas perspectivas políticas y militares más brillantes. Pero ese éxito, como informó ICG en mayo de 2017, depende de que encuentren medios permanentes para rechazar ataques prolongados de los turcos.

En lugar de perseguir objetivos caros y quijotescos en los que ambos son más débiles, Turquía y las fuerzas kurdas deberían buscar un quid pro quo. Concesiones militares del PKK en Turquía, como un alto el fuego inmediato y la retirada de las armas de suelo turco, a cambio de la vuelta de Ankara al proceso de paz y su conformidad con que las YPG sigan controlando gran parte del norte de Siria.

Los obstáculos son inmensos, pero no insuperables. Los enviados de Estados Unidos, que van de un aliado a otro en un intento de contener los combates, deberían empezar al mismo tiempo a estudiar las posibilidades de un acuerdo en el que el PKK haga concesiones a un lado de la frontera a cambio de que Turquía las haga al otro. Sin un compromiso de ese tipo, la nueva estrategia de Washington en Siria acabará perjudicando a sus dos aliados, cuya cooperación necesita para encontrar una solución a la guerra en el país.

El artículo original fue publicado en Crisis Group.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia