Algunas de las razones de la reelección de George W. Bush como presidente de Estados Unidos pueden ahondar las diferencias que, en lo más profundo, han separado a Europa de la potencia hegemónica y que se han exacerbado desde el 11-S: Dios, armas y ley; en otras palabras, la religión, el uso de la fuerza y el derecho internacional.


Más allá de que la OTAN se recomponga o no, que avance la cooperación
antiterrorista o que Washington hable cada vez más con la Unión
Europea como tal, la brecha transatlántica difícilmente se colmará tras
la reelección de Bush. Aunque hay deseos de recomponer los platos rotos,
la división entre Europa y Estados Unidos puede acrecentarse debido
a esas diferencias.

Si EE UU se ha visto como centro de gravedad moral del mundo, ahora este papel
lo reivindica también, desde otra perspectiva, una Europa que busca
un mayor margen de autonomía. Por supuesto, en la vida social y cultural,
en la diplomática e internacional y en la económica, hay mucho
en común en las relaciones transatlánticas, aunque el conocimiento
mutuo se haya reducido con la llegada de nuevas generaciones con otra formación
y referencias históricas. Más allá del turismo, sería útil
que ambas partes concedieran un mayor número de becas a estudiantes
para que éstos aprendan a conocerse mejor, con una especie de programa
Erasmus
transatlántico.

La deriva secular de Europa y el aumento del fundamentalismo en EE UU no son
meros asuntos internos. Alimentan el distanciamiento transatlántico
y tienen otros efectos nocivos en la política internacional. Las diferencias
al respecto eran mucho menores en los años 50 o incluso hasta los años
80. Hoy, Estados Unidos es la sociedad más religiosa entre las occidentales,
y la religión se incorpora a la vida cotidiana individual o colectiva –e
incluso a la política– en mucho mayor grado que en Europa. Según
una encuesta de 2003 de la consultora estadounidense Harris, el 79% de los
ciudadanos de EE UU cree en Dios, y una tercera parte asiste a un servicio
religioso al menos una vez al mes, mientras que en Europa esta cifra baja:
en Francia no llega al 5%. Un 36% de los estadounidenses reza cada día.
Europa es más descreída y menos practicante.

La participación en organizaciones religiosas es muy superior en Estados
Unidos. Sólo un 21% de los europeos considera la religión "muy
importante para ellos", frente a un 58% en EE UU. La sociedad estadounidense
está entre las primeras en creer que existen el demonio y el cielo.
La incesante batalla de los creacionistas para introducir su credo en los planes
de estudios escolares es otra prueba de esta falla que no es sólo entre
Europa y EE UU, sino entre los propios norteamericanos. Todas estas diferencias
influyen en la percepción del mundo y en la política exterior.

Formalmente, la separación Iglesia-Estado es mucho más marcada
en Estados Unidos que en algunos países europeos. Pero la realidad es
que el Viejo Continente está más ...