Portugal
El primer ministro de Portugal, Antonio Costa, en Lisboa. (Patricia de Melo Moreira/AFP/Getty Images)

Lecciones desde Portugal. ¿Pueden otros países y fuerzas de izquierda aprender de la experiencia portuguesa?

Portugal se encuentra, probablemente, en el mejor momento de los últimos 10 años. Los números macroeconómicos lucen bien y el crecimiento es constante (la previsión para 2019 es del 2,27%), el paro está a niveles precrisis (7,89% en enero de 2018), el país es capaz de atraer inversiones y turismo, ocupa puestos de responsabilidad en los organismos internacionales con representaciones en las figuras de António Guterres, secretario general de la ONU y Mario Centeno, presidente del Eurogrupo y ha avanzado en el camino de la producción de energías renovables, que aspira a poder exportar. Todo esto llegó después de que abandonara el programa de rescate de la Troika en mayo de 2014 y tras unas elecciones históricas que acabaron con los pactos poselectorales tradicionales en octubre de 2015.

La coalición de centro-derecha entre el Partido Social Demócrata (PSD) y Centro Democrático Social-Partido Popular (CDS-PP), que había gobernado el país durante los anteriores cuatro años y había aplicado la austeridad requerida por el rescate financiero (el Gobierno acordó recortes al gasto público de 4.700 millones de euros en el período 2011-14), se presentó conjuntamente y ganó las elecciones. Mientras, los tres partidos de izquierda (Partido Socialista, Bloco de Esquerda y Partido Comunista Portugués) llegaron a una serie de pactos inéditos desde que se restauró la democracia que se explican por tres motivos: la correlación de fuerzas entre los tres, la presión social y la responsabilidad y voluntad política.

 

Se formó la Geringonça

A pesar de que fue el Partido Socialista (PS) quien pidió el rescate financiero, seguía siendo la agrupación más votada de la izquierda con una gran diferencia respecto al segundo y, por tanto, sin posibilidad de que cálculos partidistas con fines electorales distorsionaran cualquier posibilidad de pacto. Por su parte, el Bloco (BE) adelantó a los comunistas (PCP) por segunda vez en su historia y, si bien mucho antes de que empezara la campaña electoral se pronunciaba en contra de cualquier acuerdo con los socialistas (algo que les había pasado factura en el pasado), a medida que ésta avanzaba, empezó a dejar la puerta abierta. Con los resultados en la mano, entre ambos convencieron al PCP para que también pactara.

El PCP y los socialistas nunca antes habían mantenido un pacto gubernamental en el marco estatal pero ninguno quería ser la fuerza de izquierdas que otorgara el gobierno a la derecha. Las movilizaciones que tuvieron lugar después de las elecciones reclamando un cambio de rumbo y un gobierno de izquierdas también tuvieron mucho peso en la decisión. El PCP mantiene una base muy sólida de apoyos que apenas varía de elección en elección y aún mantiene una enorme legitimidad por su lucha contra la dictadura. Siempre se había jactado de su conexión con la calle y el hecho de ver manifestaciones pidiendo un pacto tripartito de izquierdas tuvo gran incidencia. Finalmente, los tres partidos entendieron que tanto por responsabilidad electoral como por convicción política propia no podían dejar pasar una oportunidad como la que tenían delante.

Nació pues la “Geringonça”, que podría traducirse como “chapuza”, un gobierno calificado así por los partidos de derecha que se vieron fuera del poder contra todo pronóstico. Un acuerdo del PS con el BE y otro con el PCP (y con los verdes integrados en las listas de los comunistas) han mantenido con apoyo parlamentario un Ejecutivo, exclusivamente, socialista cuyo balance, después de casi tres años, es positivo. Ninguna crisis de las que ha tenido que enfrentar, fuese interna o externa, ha tenido la capacidad de desestabilizar al Gobierno. Ha imperado una lógica entre los tres partidos capaz de capearlas que consiste en no sobrerreaccionar a la primera de cambio y no querer ser el causante de la ruptura; todo ello favorecido por un contexto internacional propicio (recuperación económica, tipos de interés bajos, bajo precio del petróleo o la política de estímulos del Banco Central Europeo). Por ejemplo, las principales diferencias ideológicas que tenían que ver sobre todo con la postura respecto a la Unión Europea y el euro se solventaron de la siguiente manera: de deshacerse de la austeridad y de tratar con la UE se encargaban los socialistas. No dejaron que sus socios pudiesen marcar la agenda y no prestaron mayor atención a alguna salida de tono de BE y PCP cuyo único objetivo era marcar perfil y contentar a los suyos. Por su parte, el PS no solo dejó espacio a BE y PCP sino que asumió las propuestas a nivel interno que tenían en común y las llevaron a cabo, como subir el salario mínimo y las pensiones, recuperar las pagas dobles de los funcionarios y las vacaciones, e incluso revertir (a veces solo de manera parcial) privatizaciones como la de la gestión del transporte urbano en Lisboa y Oporto o la línea aérea nacional (TAP).

 

Aprender a convivir

La tendencia que ha imperado ha sido la de no sobrerreacción, lo que vendría a ser “lavar los trapos sucios en casa” y entender que algunas críticas forman parte del juego y no tienen voluntad real de acabar con los acuerdos. Además, la fortuna sonrió a los socialistas por dos motivos: por un lado, la situación económica en la UE empezaba a mejorar y, por otro lado, Syriza ya había renunciado a la hoja de ruta inicial y aceptado el tercer rescate, con lo que sus aliados en Portugal se quedaron huérfanos de un referente tan poderoso al que apelar como había sido Tsipras. Además, el foco de la atención pasó de Grecia, los rescates y la austeridad a los refugiados. El riesgo de politizar en la esfera europea otro gobierno elegido democráticamente era muy difícil de asumir con lo que se confió en los socialistas para que la situación no se saliera de cauce. A cambio, el Ejecutivo portugués fue uno de los más activos en apoyar la política de cuotas de la Comisión impulsada por Alemania, quien, a su vez, ayudó a Portugal a esquivar las sanciones de la Comisión por incumplimiento en el déficit público. Finalmente, ¿qué partido de izquierdas querría ser la razón de desmontar un pacto histórico? En el caso portugués, ni las perspectivas de elecciones locales primero ni el varapalo en las mismas después fueron razón suficiente para romper el pacto; y eso que gran parte de su influencia viene del ámbito local. El PCP entiende que su capacidad de influencia es más alta manteniendo el apoyo a los socialistas y confían en su historia y tradición para recuperar el poder perdido en el ámbito municipal.

A pesar del buen momento, Portugal tiene retos por delante. El cumplimiento del déficit está pasando por retener la inversión pública aunque la deuda sigue cerca del 130% del PIB. Además, el sistema bancario no está totalmente saneado, el Gobierno ha tenido que inyectar grandes cantidades de dinero (2,5 mil millones de euros) en la Caixa Geral de Depósitos y ha perdido dinero con la venta de Novo Banco. Pese al total de 4,4 mil millones de euros suministrados a los bancos, un shock externo podría poner en serios apuros al sistema bancario, que sigue siendo reacio a conceder créditos a las empresas. A nivel demográfico además, Portugal tiene una tasa de natalidad de 4,8 hijos por cada 1.000 habitantes y ya son 9 años perdiendo población, lo que a la larga hace insostenible el pago de las pensiones.

 

¿Hay lección portuguesa?

Por eso, con los niveles de popularidad alcanzados por António Costa y el apoyo que recibe el Partido Socialista portugués en las encuestas, no es de extrañar que los líderes y partidos de su misma familia política hayan puesto la vista en Portugal para intentar entender o emular la situación en sus respectivos estados. Decía Costa que uno de los logros más importantes ha sido “demostrar que hay alternativa” al mantra “no hay alternativa” (“there is no alternative”, TINA por sus siglas en inglés). Aunque, si bien es cierto que su Gobierno está muy lejos de presentar un reto real y profundo a este mantra a nivel ideológico, sí que ha demostrado que era posible gestionar la crisis de otra manera. Los detractores argumentaran que el contexto internacional ha favorecido enormemente a los buenos indicadores que presenta el país luso. Sin embargo, si hay algo que Portugal puede enseñar es el entendimiento entre fuerzas de izquierda de manera sostenida y sostenible.

Últimamente, es sorprendente ver un gobierno socialista con altas cotas de popularidad pero es aún más sorprendente que lo apoyen la izquierda radical y comunistas ortodoxos. Que esto haya sido posible se explica por la voluntad política que han mostrado los tres partidos por entenderse. La coordinación entre grupos parlamentarios es fluida, coordinada y regular, mientras que las salidas de tono y las filtraciones brillan por su ausencia en la mayor parte del tiempo. La voluntad de los tres partidos por entenderse va más allá de cálculos electorales porque los votos y escaños de cada uno y las encuestas no incentivan tanto a una lucha por el votante huérfano como lo hace la cooperación entre los tres partidos. No hay vistas de que se produzca el famoso sorpasso en Portugal, así que los tres partidos se benefician de la situación actual, que además permite a cada uno marcar perfil propio. Asimismo, la voluntad de BE y PCP de no entrar en el Gobierno favorece a todas las partes: los socialistas no tienen que compartir responsabilidad y la toma de decisiones es más efectiva en términos de tiempo; a cambio, se benefician en rédito político más que sus socios. Éstos no sufren el desgaste de estar en el Ejecutivo y pueden argumentar que los socialistas deben rendirles cuentas, aunque éstos no han dudado en buscar acuerdos con el PSD si lo han necesitado. Queda claro que esto ha sido posible por la voluntad de entenderse pero no puede explicarse sin atender al contexto específico tanto de Portugal como del resto de la UE. Sin embargo, la lección que el país enseña es que en un momento donde el sentimiento antiglobalización está poniendo en cuestión no solo el modelo económico sino los valores de una sociedad abierta, la izquierda sigue siendo garante de los valores progresistas; por tanto, es preferible tenerla de aliada que intentar desprestigiarla equiparándola con el populismo de extrema derecha.

¿Pueden otros países y fuerzas de izquierda aprender de la experiencia portuguesa? Pueden. La cuestión es si lo harán. El contexto nacional en cada uno de los Estados miembros y la competición por los votos del espacio de izquierda determinarán las viabilidades de posibles pactos. Ver como los partidos socialistas de la mayoría de países de la UE pierden votos y escaños elección tras elección debería animarles a buscar alternativas a la TINA mediante pactos y soluciones diferentes a las utilizadas hasta ahora. Por otra parte, los partidos a la izquierda, deberían calibrar su propia fuerza lo suficiente para saber que la socialdemocracia todavía es una opción política válida y relevante. Con esas dos premisas en mente (y si los resultados electorales acompañan) sí es posible reeditar el momento portugués.