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Nayib Bukele, candidato presidencial del partido Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA), participa en un congreso con miembros de la Policía Nacional Civil de El Savador. MARVIN RECINOS/AFP/Getty Images

Todo apunta a que, en lo que viene siendo una situación habitual en la región, los salvadoreños hartos de los partidos tradicionales se van a decidir por uno heterodoxo.

El 3 de febrero, El Salvador celebrará elecciones presidenciales, las sextas desde la transición a la democracia en 1994, que prometen un resultado sin precedentes: el triunfo del heterodoxo Nayib Bukele. Bukele, de 37 años, fue alcalde de Nuevo Cuscatlán (2012-2014) y San Salvador (2015-2018). Fue miembro del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), pero le expulsaron en 2017 después de repetidos enfrentamientos con la dirección del partido (le acusaron de fomentar la disidencia interna, cometer actos difamatorios y agredir verbalmente a una militante). Ahora, este joven carismático está a punto de convertirse en el próximo presidente de El Salvador en un momento crucial para el país, caracterizado por la falta de oportunidades económicas y la violencia generalizada.

No obstante, no está aún claro si Bukele obtendrá los apoyos suficientes para evitar una segunda vuelta el 10 de marzo ni hasta qué punto podrá llevar a cabo su programa con una minoría de escaños en una asamblea legislativa muy polarizada y probablemente poco dispuesta a cooperar.

Por qué el FMLN va a sufrir una gran derrota

El FMLN, que gobierna actualmente, parece destinado a sufrir una derrota de proporciones históricas. El movimiento, que nació como una organización paraguas que abarcaba varios grupos de izquierdas, libró una sangrienta guerra civil contra la brutal dictadura militar del país en los 80. Como consecuencia de los Acuerdos de Paz de Chapultepec, el grupo guerrillero abandonó la vía revolucionaria y se sumó a la política electoral. Tras tres intentos fallidos de alcanzar la presidencia (1994, 1999 y 2004) triunfó por fin en 2009, gracias a que se distanció de su pasado revolucionario e hizo un llamamiento pragmático a los votantes después de 20 años de gobierno de la derechista Alianza Republicana Nacionalista (ARENA). El candidato presidencial del FMLN en esa ocasión, Mauricio Funes (2009-2014), correspondía al giro centrista del partido. En las siguientes elecciones, celebradas en 2014, los votantes recompensaron al FMLN con la elección de Salvador Sánchez, antiguo revolucionario y vicepresidente de Funes, para un segundo mandato consecutivo de gobierno del Frente.

Sin embargo, el Ejecutivo de Sánchez ha estado lleno de defectos. El comportamiento económico ha sido malo. El Salvador ha crecido un promedio del 2,3% desde 2015, muy por debajo del 4,2% de sus vecinos centroamericanos. Ese escaso crecimiento, a su vez, ha impedido cubrir las necesidades de empleo de la fuerza laboral del país, en su mayor parte joven. Ha habido también una mala gestión de las finanzas, como quedó en evidencia en 2017 cuando el Gobierno no pagó 28,8 millones de dólares de pensiones. El Fondo Monetario Internacional (FMI) prevé que El Salvador va a continuar con un crecimiento económico bajo a corto plazo (la proyección es de un promedio del 2,2% hasta 2023).

Además, bajo el Gobierno de Sánchez, la violencia ha aumentado. En 2015, la tasa de homicidios de El Salvador llegó a ser de 104 muertes por cada 100.000 habitantes, lo cual convirtió al país más pequeño de Centroamérica en el más violento del mundo. Aunque la incidencia ha disminuido —60 muertes por cada 100.000 habitantes en 2017—,sigue siendo el segundo más violento de América Latina y el Caribe (solo por detrás del Estado fallido de Venezuela, que tuvo 89 homicidios por cada 100.000 habitantes).

Asimismo, la presidencia de Sánchez ha estado plagada de escándalos de corrupción de alto nivel. En 2018, los fiscales locales revelaron que el expresidente Funes se había apropiado indebidamente de 351 millones de dólares de las arcas del Estado, una cifra verdaderamente escandalosa en un país en el que el 31% de la población vive con una renta inferior a 5,50 dólares al día. Funes, en su día el rostro de la renovación política, se convirtió en el símbolo de la corrupción del FMLN y se autoexilió a Nicaragua, donde vive bajo la protección del régimen de Ortega y Murillo. Las acusaciones de corrupción contaminaron la presidencia de Sánchez, que, si bien se libró de ser acusado, había sido vicepresidente de Funes entre 2009 y 2014.

La impopularidad de Sánchez hace que sea poco probable un tercer Ejecutivo del FMLN. Una encuesta reciente reveló que solo el 44% de los entrevistados aprobaban el desempeño de su gobierno. El candidato presidencial del Frente, Hugo Martínez, de 51 años, un político veterano que fue secretario de Estado bajo las presidencias de Funes y Sánchez, ocupa el tercer lugar en los sondeos y lo tiene muy difícil. Se prevé que va a obtener los peores resultados jamás logrados por un candidato del FMLN (hasta ahora, esa distinción la tiene Rubén Zamora, que logró el 24,5% de los votos en la primera vuelta de las elecciones de 1994).

¿Qué le pasa a ARENA?

El sistema bipartidista de El Salvador ha supuesto normalmente que el descontento con un partido ayudara al otro a ganar. Desde 1994, todas las elecciones presidenciales han desembocado en el triunfo o de ARENA o del FMLN, mientras que el otro quedaba en segundo lugar. Esta era la dinámica esperable incluso en marzo de 2018, cuando ARENA aprovechó la ola de insatisfacción con la presidencia de Sánchez para obtener una victoria aplastante en las legislativas y municipales.

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Carlos Calleja, candidato presidencial del partido Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), participa en un debate electoral. MARVIN RECINOS/AFP/Getty Images

Ahora, en cambio, al principal partido de la oposición le está costando convencer a los votantes. Hasta hace poco parecía que el partido de la derecha ganaría las presidenciales de este año. Sin embargo, cuando el expresidente de ARENA Antonio Saca (2004-2009) y sus aliados fueron declarados culpables de apropiación indebida de más de 300 millones de dólares en dinero de los contribuyentes, todo el partido se vio sometido a un fuerte escrutinio. (Saca confesó su delito y fue condenado a 10 años de cárcel).

El escándalo de corrupción fue un duro golpe para Carlos Calleja, el candidato presidencial de ARENA, que se derrumbó en las encuestas tras el proceso. Calleja, de 42 años, pertenece a la élite económica de El Salvador. Heredero de la mayor cadena de supermercados del país (Súper Selectos), nunca ha ocupado un cargo público. Es un recién llegado a la política, y más conocido por las empresas de su familia. Derrotó a otro empresario, Javier Simán, en unas primarias muy sucias en las que obtuvo el 60% de los votos. (Simán reconoció su derrota después de haber calificado públicamente las elecciones de “irregulares”).

El espectro de los casos de corrupción de los anteriores gobiernos de ARENA, la falta de experiencia política de Calleja y las divisiones internas en el partido han impedido que sus seguidores apoyaran sin reparos al candidato. No obstante, se espera que logre el segundo lugar el 3 de febrero, y debería pasar a una hipotética segunda vuelta contra Bukele.

¿La hora del adiós?

Ante el mal comportamiento económico, los altos niveles de violencia y unos partidos manchados por la corrupción, no es extraño que los salvadoreños hayan decidido respaldar a Bukele. No solo ofrece un rostro nuevo y una política que no está manchada por la corrupción, sino que es atractivo para una generación más joven que no recuerda la guerra civil y a la que le importan menos los nombres de los partidos. Bukele es el ejemplo perfecto de los cambios que están produciéndose en la sociedad de El Salvador. Antiguo miembro del izquierdista FMLN, hoy se presenta con el programa de la Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA), un partido conservador fundado por el expresidente caído en desgracia Tony Saca. Bukele ha llevado a cabo una excelente campaña en las redes sociales (su página de Facebook tiene más de un millón de seguidores, en un país con solo cinco millones de votantes), y se dirige sobre todo a los jóvenes.

La cuestión ahora es si Bukele ganará en la primera vuelta o no. Algunos expertos dicen que quizá lo consiga, pero todavía está por ver. En las últimas semanas, da la impresión de que el principal atractivo de Bukele —su actitud rebelde— se le está volviendo en su contra. Su decisión de no acudir a algunos de los pocos debates electorales con público, o de retirarse de ellos, ha sido objeto de duras críticas y burlas de sus rivales, que le llaman “el ausente”. El hecho de que no haya querido discutir abiertamente sobre política con sus rivales da una imagen de arrogancia a ojos de unos votantes que están deseando oír soluciones a sus problemas cotidianos. Ese puede ser el motivo de que la ventaja que tenía sobre Calleja se haya reducido. No será extraño que los resultados sean más ajustados de lo que indican las encuestas.

Además, la ausencia de Bukele en los debates revela una falta de disposición al diálogo con otros partidos, que será fundamental si es elegido presidente. Su partido, GANA, no controla más que 10 escaños (12%) de la Asamblea Legislativa. Si Bukele es presidente, necesitará los votos del FMLN y ARENA para aprobar leyes. Hasta ahora, el exalcalde ha hecho poco por construir puentes con otros partidos, quizá con la esperanza de que una segunda vuelta obligue al FMLN a apoyar su candidatura. De momento, la estrategia no está funcionando. La semana pasada, Medardo González, secretario general del FMLN, declaró que votar a Bukele en una segunda vuelta sería “la muerte” de su partido.

La personalidad distinta de Bukele ha hecho de él un candidato atractivo, pero quizá no le ayude a la hora de hacer política en una joven democracia plagada de problemas económicos y de seguridad urgentes.

 

El artículo original ha sido publicado en Global Americans.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia