América Latina se ha convertido en los últimos años en un escenario cada vez más estratégico para la Rusia de Vladímir Putin. No obstante, si bien impera la perspectiva geopolítica, la relación del Kremlin con la región ha estado más bien marcada por una pragmática realpolitik.

Con matices y evitando caer en un exagerado triunfalismo, Rusia está descubriendo un nuevo “El Dorado” en América Latina. Desde aproximadamente 2008, el Kremlin ha acelerado su presencia de manera amplia y diversificada en el hemisferio occidental, aprovechando la súbita pérdida de atención de EE UU en esta región desde 2001, en favor de otros escenarios geoestratégicos (lucha antiterrorista, Asia-Pacífico y Oriente Medio) y la palpable ausencia de la Unión Europea.

Con antecedentes históricos relevantes y tras un breve interregno de mínima relación con la disolución de la URSS (1991), el ciclo político hacia las izquierdas y gobiernos nacional-populares en América Latina, experimentado sobre todo con la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela (1999), ha renovado el interés ruso y ha favorecido las expectativas de Moscú en América Latina.

 

Punto de inflexión: las crisis de Georgia y Crimea

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El Presidente ruso, Vladímir Putin, y su homólogo venezolano, Nicolás Maduro, se dan la mano en Moscú, octubre 2017. YURI KADOBNOV/AFP/Getty Images

Para Rusia, América Latina es un escenario geoestratégico por su proximidad geográfica con EE UU. Pero también lo es desde el ámbito de las alianzas diplomáticas, particularmente, tras las sanciones contra Moscú impulsadas por Washington y la UE a causa de las crisis de Ucrania y Crimea (2014).

El apoyo dado a Moscú por parte de varios países latinoamericanos (Venezuela, Nicaragua, Cuba, Bolivia y Ecuador) frente a las sanciones occidentales contra Rusia, y la abstención de otros (Brasil), unido a que estos Estados tampoco secundaron las críticas de Washington ante la intervención militar rusa en Siria desde 2015, ha servido como atenuante para que el gobierno de Vladímir Putin enfocara su atención, con mayor celeridad, en sus aliados de América Latina, con la finalidad de reducir este nivel de aislamiento internacional. Del mismo modo, el contexto post-Crimea ha supuesto para Moscú una oportunidad relevante para insertarse en el mercado latinoamericano, particularmente en lo relativo a los intercambios comerciales ante las sanciones occidentales.

Con anterioridad, la breve guerra ruso-georgiana (2008) persuadió al Kremlin sobre la necesidad de ampliar hacia el hemisferio occidental el radio de acción de su nueva estrategia de seguridad nacional. Ese conflicto llevó a la independencia de facto de entidades como Abjasia y Osetia del Sur, las cuales fueron inmediatamente reconocidas no sólo por Rusia sino por aliados latinoamericanos del Kremlin como Venezuela y Nicaragua, demostrando así la sintonía de Caracas y Managua con los imperativos geopolíticos de Putin.

Tras los diversos intentos atlantistas por intentar alejar la influencia rusa del espacio euroasiático exsoviético (especialmente desde 2003 en Ucrania y Georgia), Moscú ha replicado activando alianzas militares estratégicas (incluso de carácter nuclear) en el patio trasero de Washington, especialmente con Venezuela, Cuba, Nicaragua y, ...