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A la izquierda, el vicepresidente italiano y ministro de Desarrollo Económico, Luigi di Maio, en el centro, el Primer Ministro italiano, Giuseppe Conte, y el vicepresidente y Ministro del Interior. Matteo Salvini, Roma, octubre 2018. FILIPPO MONTEFORTE/AFP/Getty Images

La negativa del Gobierno italiano a cambiar su borrador de Presupuestos Generales del Estado, a pesar de las reiteradas exigencias tanto de la Comisión Europea como del Fondo Monetario Internacional, lleva forzosamente a plantearse cuáles pueden ser los posibles escenarios de salida a una crisis que no hace más que escalar en cuanto a intensidad.

Por el momento, nadie se mueve de su postura ya marcada: el Gobierno Giuseppe  Conte no piensa cambiar su objetivo de déficit, que situó a finales de septiembre en el 2,4%, y a su vez la Comisión Europea no quiere aceptar unos presupuestos que rompen de lleno con las normas establecidas en el Pacto de Estabilidad y a las que, en cambio, sí se someten el resto de los países de la UE.

Dada tal situación, el primer escenario que podemos contemplar es que, como consecuencia de una fuerte escalada de la prima de riesgo, el Ejecutivo transalpino se vea obligado a reformular sus cuentas si no quiere una intervención política. De momento ese escenario, aunque altamente probable, no termina de vislumbrarse, porque por ahora esa misma prima de riesgo no ha escalado más allá de los 350 puntos, estando así a casi 200 de la que llegó a haber en noviembre de 2011 y que obligó a la dimisión del IV Gobierno Berlusconi y su sustitución por el Ejecutivo presidido por Mario Monti. En cualquier caso, puede no ser necesario llegar a las cifras de hace siete años: debe tenerse en cuenta que desde que el Gobierno Conte comenzara a gobernar el país en la primera semana de junio, la coalición de gobierno nunca ha contado con la confianza de los mercados y ya son muchas las jornadas en que el parqué italiano ha cerrado por encima de los 305-310 puntos, una cifra excesivamente alta. Y ya advirtió hace unas semanas el ministro de Economía y Finanzas, Giovanni Tria, que el Ejecutivo del que él forma parte no podría aguantar mucho más tiempo con la prima de riesgo tan elevada, porque la deuda nacional es de por sí ya tan alta que, al añadirse unos fuertes intereses por el pago de la misma, podría darse la circunstancia de que el Tesoro italiano se encontrara en graves aprietos para pagar a sus acreedores.

Si finalmente los mercados obligaran una intervención en el gobierno, el Ejecutivo italiano tendría que dar paso a uno nuevo seguramente presidido, como en 2011, por otro economista: en este caso, el antiguo Economista-Jefe del FMI Carlo Cottarelli, al que el Presidente Sergio Mattarella ya recurrió en mayo pasado para que intentara formar gobierno si la coalición “nacional-populista” (la formada por los partidos Cinco Estrellas y la Liga) no lo lograba. Pero, como esta sí alcanzó finalmente un acuerdo, entonces ese gobierno tecnócrata ha quedado de momento en suspenso, y el mayor problema para que salga adelante es que, al menos ahora mismo, no cuenta con una mayoría alternativa para lograr la confianza (fiducia) de las cámaras, salvo que finalmente tuviera lugar una importante escisión en las filas del Movimiento Cinco Estrellas. Una división que, sumada a las fuerzas más centristas (Partido Democrático, Forza Italia, Hermanos de Italia), permitiera, en suma, conformar un nuevo gobierno que tendría como misión fundamental aprobar unos nuevos presupuestos que estuvieran acorde con las demandas de la Comisión Europea, para, a continuación, seguir dirigiendo la vida del país hasta que fueran convocadas nuevas elecciones, unos comicios que seguramente se celebrarían en los primeros meses de 2020.

El segundo escenario, que es ciertamente el que más interesa al Vicepresidente y líder de la Liga, Matteo Salvini, es ir a nuevas elecciones en marzo del año que viene. Pero su problema es que, según la Constitución italiana, corresponde, no al jefe de gobierno, sino al del Estado (esto es, al Presidente de la República, Sergio Mattarella), el disolver el Parlamento y convocar nuevos comicios. Sin embargo, Mattarella no contempla esta posibilidad por dos razones fundamentales: porque en la Historia de la República nunca una legislatura ha durado un solo año (las más cortas fueron como mínimo de dos, como sucedió en 1992-94, 1994-96 y 2006-08) y sabe igualmente que una función no escrita que debe asumir es alargar, en la medida de lo posible, las legislaturas; y, porque, de celebrarse en este momento nuevos comicios, el vencedor sería el peor posible para los intereses tanto de Italia como de la UE. En efecto, las encuestas dan en este momento al partido de Salvini un 34,7% de intención de voto, mientras el Movimiento Cinco Estrellas ha bajado ya al 27-28% de apoyo; el Partido Democrático está directamente sin candidato a la espera de su congreso nacional de febrero del año que viene; y tanto Forza Italia como Fratelli d´Italia se dejarían en este momento, y en ambos casos, la mitad de los votos recibidos en marzo pasado para que se los llevara un Salvini beneficiado por ese fenómeno político que se conoce ya como forzaleguismo (es decir, el trasvase de votos de Forza Italia a la Liga).

Si Salvini ganara con claridad los comicios generales, entonces llevaría a cabo lo que nunca ha ocultado: sacar a Italia de la UE. Lo que supondría un problema de auténtico órdago para la construcción europea por muchas razones: además de que se produciría casi en paralelo con la salida del Reino Unido, debe tenerse presente que Italia ostenta la categoría de “país fundador”; que fue en su capital (Roma) donde se firmaron los tratados constitutivos de la entonces Comunidad Económica Europea (CEE); y que son nada más y nada menos que la tercera economía de la eurozona. Pensar en una integración europea sin dos de sus cinco mayores economías (la británica y la italiana) dejaría tocada de muerte a la misma a las puertas de su 70 aniversario, justo en el momento en el que está consiguiéndose la tan difícil convergencia de las muy diversas economías europeas. Así que Mattarella, mientras le sea posible, hará todo lo que pueda para evitar que Salvini presida el Consejo de Ministros, y para ello buscará cualquier tipo de plan alternativo con el fin de evitar una repetición electoral de la que solo saldría ganadora una formación ultraderechista y ultranacionalista.

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PHILIPPE HUGUEN/AFP/Getty Images

Otro posible escenario es intentar una nueva coalición formada por el Movimiento Cinco Estrellas y el Partido Democrático: entre ambos alcanzan la mayoría para gobernar en ambas cámaras, pero el problema está en sus líderes. Los dos que querrían este pacto (Roberto Fico, por Cinco Estrellas, y Maurizio Martina por el PD) no mandan en sus respectivas formaciones y, en cambio, los que sí realmente tiene el control de las mismas (Luigi Di Maio y Matteo Renzi) se profesan una aversión que hace imposible el pacto. Prueba de ello es que ya en la primera semana de mayo Renzi, en contra de los deseos del propio Mattarella, se encargó de impedir este pacto de gobierno imponiendo la mayoría que tenía y sigue teniendo en el PD, pero las circunstancias pueden cambiar si en el congreso de febrero de 2019 Nicola Zingaretti, gobernador de la región de Lazio y candidato a nuevo Secretario General del PD, se alza con la victoria, ya que es conocida su postura favorable al pacto con un Movimiento Cinco Estrellas donde Di Maio se encuentra cada vez más cuestionado por el modo en que está dejándose manejar por Salvini, que le está tratando en todo momento de tú a tú cuando en realidad en las elecciones que tuvieron lugar en marzo pasado los de Cinco Estrellas casi doblaron en votos a la Liga.

El último escenario posible es renegociar el objetivo de déficit entre el Gobierno italiano y la Comisión Europea. Clave en todo este proceso sería el ministro de Economía y Finanzas transalpino, Giovanni Tria, quien, aunque no tiene ninguna influencia en el Ejecutivo de su país, lleva semanas redactando presupuestos alternativos que permitan satisfacer a las dos partes enfrentadas. Para ello sería necesario que el Ejecutivo italiano diera una auténtica justificación a la necesidad de aumentar su gasto público, ya que la renta de ciudadanía (un subsidio de 780 euros para personas sin recursos que viven en su mayor parte en la Italia meridional) es una mera compra de votos que el resto de países europeos no piensa aceptar de ningún modo. En cambio, si se justificara como forma de dar un impulso a la maltrecha industria del país, que necesita de un amplio proceso modernizador, o igualmente si se justificara para llevar a cabo el saneamiento de un sector financiero plagado de créditos de muy difícil o directamente imposible cobro, entonces es posible que la Comisión Europea aceptara flexibilizar su postura a sabiendas que la Liga tiene en las elecciones europeas del 26 de mayo del año que viene una ocasión única para hundir al europeísmo. Clave será, en este sentido, la forma en que actúe el empresariado italiano que está detrás del centroderecha de su país, ya que ellos saben que, de aumentar el gasto público para financiar esa renta de ciudadanía como pretende el Movimiento Cinco Estrellas, habrían de enfrentarse a brutales subidas de impuestos que no harían más que ahuyentar la inversión.

Lo único cierto es que nos encontramos ante semanas clave en lo que constituye un auténtico órdago por parte del Gobierno italiano. Debe recordarse que una de las potestades que mantienen los Estados miembros de la UE es la posibilidad de aprobar sus Presupuestos Generales del Estado, aunque las autoridades comunitarias hayan manifestado su frontal oposición a los mismos. Y que, además, en Italia (como ya recordó acertadamente el ex Primer Ministro Matteo Renzi en octubre de 2017), el antieuropeísmo ha crecido hasta unos niveles difícilmente insoportables. Lo vean como lo vean, los italianos, o una parte muy significativa de ellos, se sienten desde hace tiempo abandonados a su suerte por la Unión, y de nada ha servido que hasta tres italianos (Mario Draghi, Presidente del BCE; Antonio Tajani, Presidente del Parlamento europeo; y Federica Moguerini, encargada de dirigir la política exterior europea) ocupen varios de los puestos más relevantes de las instituciones europeas.

Ciertamente, ha llegado la hora, como bien dijo hace poco tiempo el expresidente de la Comisión Europea y dos veces Primer Ministro italiano Romano Prodi, de que las autoridades comunitarias comiencen a hacer política y dejar de parecer un grupo de burócratas que solo entiende de números y de cifras macroeconómicas, porque tras la marcha de los británicos, la UE no puede permitirse quedarse sin un país de la relevancia de Italia. Y, de manera paralela, concienciar a los italianos de que llevan décadas con el país paralizado y que deben hacer todo lo posible por modernizar un depauperado aparato productivo, aprobando todo un paquete legislativo que les introduzca en la realidad de un mundo globalizado en el que podría volver a manifestarse algo inherente al ser italiano: su capacidad competitiva.