Italia es hoy menos competitiva, más corrupta y desigual que lo era hace 40 años, además su sociedad está fuertemente polarizada.

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Una mujer camina en Florencia., mayo 2018. Marco Bertorello/AFP/Getty Images

Acaban de cumplirse cuarenta años del secuestro y asesinato de Aldo Moro, por aquel entonces Presidente del principal partido nacional (la Democracia Cristiana) y uno de los valedores del llamado “compromiso histórico” junto al líder comunista Berlinguer. La pregunta que debemos hacernos con motivo del aniversario de este magnicidio es: ¿qué ha quedado de aquella controvertida etapa de la Historia transalpina? ¿En qué ha mejorado Italia desde entonces, y también en qué ha ido a menos? Vayamos por partes.

Desde el punto de vista político, el país lleva décadas sumido en una constante inestabilidad política. Debe tenerse en cuenta que, cuando Moro fue asesinado (9 de mayo de 1978), la democracia cristiana ejercía un papel totalmente hegemónico que, a pesar de los constantes cambios de gobierno, le permitieron tener un control total de la política nacional hasta que en el verano de 1980 el Presidente Sandro Pertini decidió otorgar su confianza a un no democristiano, en concreto al republicano Giovanni Spadolini. A partir de ahí se inauguró una nueva etapa donde, para asegurar la estabilidad, fue necesario contar con hasta cinco partidos (democracia cristiana, socialismo, socialdemocracia, republicanismo y liberalismo) hasta que, en 1992, un macroasunto de corrupción conocido como Tangentopoli se llevó por delante precisamente a los cinco partidos del pentapartito, ya que todo ellos, sin excepción, tenían algún tema de corrupción (como republicanos o liberales) o más bien eran todo corrupción, destacando el Partido Socialista Italiano (PSI) del ya ex Primer Ministro Bettino Craxi, que acabaría teniendo que exiliarse en Túnez dos años después.

En ese sentido, la irrupción de un empresario lombardo, muy conocido tanto en medios televisivos como deportivos (Silvio Berlusconi) trajo una paulatina estabilidad a un panorama político que, con fuerzas totalmente nuevas (porque hay que añadir que los comunistas tuvieran que autodisolverse en 1991 ante la desintegración de la URSS y la caída de todas las democracias populares de la Europa del Este), articuló un panorama político en torno a dos coaliciones, una de centroderecha (que agrupaba al partido de Berlusconi, y a dos formaciones más, la Alianza Nacional y la Liga Norte) y otra de centroizquierda (formada por un amplio abanico de partidos que iba desde los democristianos de izquierda hasta los excomunistas). La incapacidad de ambas coaliciones, dominadoras de la vida política hasta 2011, para resolver los problemas de Italia tuvo como consecuencia fundamental el nacimiento de un partido “anticasta política” y con marcado carácter populista, el Movimiento Cinco Estrellas, que, fundado en 2009, se dispone nueve años después a formar parte, por primera vez, del Gobierno nacional, una vez que ganó, por cierto con mucha claridad, las elecciones generales del pasado 4 de marzo.

Hasta ese momento, la lista de primeros ministros en menos de veinte años resulta casi interminable, con la diferencia de que, en comparación con los años entre 1945 y 1980, han pertenecido a diferentes partidos políticos o, como en el caso de Lamberto Dini o Mario Monti, ni siquiera pertenecían a ninguna formación. Así que, desde el punto de vista político, la inestabilidad se ha recrudecido en los últimos años en Italia.

 

Declive económico

Ello ha tenido sus repercusiones en la economía, que también ha ido a peor en estos últimos cuarenta años. Y eso que, a pesar del terrorismo de Estado de los años 70, Italia vivió una importante fase de crecimiento durante el último tercio del siglo XX: baste citar que en 1980, por ejemplo, el PIB nacional creció nada más y nada menos que un 19,6%, y que ese crecimiento se mantuvo en cifras positivas o muy positivas hasta 1993, en que decreció un -0,9%. Desde entonces, la recesión ha sido la nota predominante la mayor parte de los años, cerrando el año en cifras negativas en 2008, 2009 (este fue particularmente estremecedor, ya que la riqueza nacional se contrajo nada más y nada menos que cinco puntos y medio), 2012 y 2013, sin olvidar que solo en 2000 el PIB fue capaz de crecer más de tres puntos.

Unas cifras realmente paupérrimas que contrastan con la bonanza vivida por la vecina España entre 1983 y 1993 y entre 1996 y 2008, y que han llevado a que, a pesar de que Italia siga siendo aún la tercera economía de la eurozona, el PIB per capita español sea en este momento superior al italiano (si su economía vale más que la española es porque tienen 15 millones más de habitantes). Lo que resulta particularmente grave si tenemos en cuenta que España, en este momento, sigue teniendo una elevadísima cifra de desempleo (17%) y solo tiene 18 millones y medio de afiliados a la Seguridad Social sobre un total de 46 millones y medio de habitantes. Y es que no es que España vaya bien, es que sencillamente Italia va cada día peor, y eso que en la última legislatura (sobre todo con los Gobiernos Renzi y Gentiloni) parece haber comenzado a remontar

 

Los nuevos tentáculos de la mafia

Lo que la Italia que conoció Aldo Moro sí dejó atrás definitivamente fue el terrorismo de Estado, ya que las Brigadas Rojas, principal grupo terrorista, dejaron de actuar (salvo muy contadas excepciones) a comienzos de los 80. Frente a este hecho positivo, el fenómeno mafioso no ha hecho más que crecer: si cuando murió el líder democristiano la Mafia era un fenómeno básicamente del sur (Cosa Nostra en Sicilia, Camorra en Nápoles y N´Dranguetta en Calabria), ahora la Mafia ha extendido sus tentáculos no solo a la Italia central (célebre es Roma Mafia Capital, que tiene paralizada la capital del país), sino que incluso ha llegado a la zona más septentrional del país. Cierto es que ya no comete magnicidios como el asesinato del General Dalla Chiesa, en 1980, o de los magistrados Falcone y Borsellino (ambos en 1992), pero sigue extorsionando al empresariado italiano y, sobre todo, impidiendo el desarrollo de las comunicaciones que puedan permitir romper con el aislamiento de la Italia meridional: conocidos son un proyecto siempre fallido (el puente sobre el estrecho de Messina, que permita unir a Sicilia con la Italia continental) y otro que nunca acaba (la autopista Salerno-Calabria). Todo ello sin olvidar la aparición de nuevas mafias muy violentas, como la Societtà foggiana en Apulia o algunas de origen extranjero, como por ejemplo la china).

En cambio Italia de momento permanece a salvo de uno de los fenómenos más que preocupan a las autoridades comunitarias: el terrorismo yihadista. De las principales capitales europeas, Roma es la única que, a día de hoy, se encuentra a salvo: algo, por otra parte, difícil de explicar, ya que no ha habido cambios sustanciales en la política terrorista, aunque debe tenerse en cuenta que en la ciudad de Roma coexisten dos Estados, el italiano y el de la Ciudad del Vaticano. En otras palabras, en la capital italiana conviven el centro del poder nacional italiano y el centro de la cristiandad, lo que seguramente haga de Roma una ciudad particularmente protegida.

 

El desafío de las migraciones

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Migrantes llegando a la costa siciliana, mayo 2018. Louisa Gouliamaki/AFP/Getty Images

Lo que en cambio Italia no ha podido evitar han sido los continuos flujos migratorios: si ya a finales de los 90 comenzó un constante éxodo albanés, en la última década, como consecuencia de la llamada Primavera Árabe de 2011, han llegado nuevas oleadas de población inmigrante, en su mayoría refugiados libios, sirios y subsaharianos (cada año llegaban a las costas de Italia más de cien mil personas, según datos de la Organización Internacional de Migraciones), un fenómeno en el que, por cierto, la Unión Europea ha demostrado una extraordinaria falta de sensibilidad hacia Italia, dejándola a la intemperie, lo que ha tenido como consecuencia el auge de los dos partidos más radicalmente antiinmigración y, por ende, antieuropeístas (los citados Movimiento Cinco Estrellas y la Liga), que en las elecciones celebradas recientemente se llevaron entre los dos, nada más y nada menos que el 50% de los votos cuando en 2013 entre ambos no llegaban siquiera al 30%. De cumplirse el programa de ambos en relación a la UE, se rompería con la tradición europeísta de los gobiernos italianos, que han apoyado los diferentes tratados europeos (Maastricht, Ámsterdam, Lisboa) y que en este momento tienen a un italiano (Antonio Tajani) sentado en la presidencia del Parlamento europeo; a otra dirigiendo la política exterior comunitaria (Federica Moguerini); y, lo más importante, a un tercero presidiendo el Banco Central Europeo (Mario Draghi).

¿Puede decirse que Italia, cuarenta años después de la muerte de Moro, es un país que ha ido a peor? La respuesta es sí: ha perdido competitividad, no ha hecho más que endeudarse, se ha desindustrializado, ha aumentado su nivel de corrupción y, finalmente, ha incrementado de manera muy sustancial la brecha norte-sur, con una sociedad cada vez más polarizada y radicalizada, y con un nivel de envejecimiento que no puede ser contrarrestado por la natalidad, ya que Italia vive desde hace décadas un profundo invierno demográfico. De ahí la importancia de unas reformas permanentemente aplazadas, incluyendo una fortísima reestructuración del sector bancario y un saneamiento de las finanzas públicas. Quizá lo mejor para Italia es que sigue conservando los puntos fuertes que han hecho de ella una nación importante: una alta capacidad creativa en todos los órdenes, un imponente patrimonio histórico-artístico y una ubicación geográfica privilegiada, a mitad de camino entre la Europa occidental y Oriente Medio. Pero lo cierto es que, de momento, el cambio de dinámica no termina de atisbarse, con lo que Aldo Moro difícilmente podría reconocer el país en el que vivió por las circunstancias en las que se encuentra.