Tren que muestra la campaña electoral del Partido Democrática. Alberto Pizzoli/AFP/Getty Images

La inminencia de las elecciones generales en Italia, y las encuestas previas que en relación a éstas están haciéndose, vuelven a poner de manifiesto un fenómeno que no debe pasar inadvertido, y es la dimensión de la crisis por la que atraviesa la izquierda en Italia desde hace más de dos décadas.

Según la última encuesta publicada por uno de los principales rotativos italianos (Corriere della Sera), entre las principales formaciones de izquierda transalpinas (Sinistra Italiana (SEL), Partido Democrático (PD) y Articulo I-Mdp) no son capaces de alcanzar siquiera el 30% de intención de voto, siendo superados ampliamente por la clásica coalición de derechas (Forza Italia-Hermanos de Italia y Liga Norte) y quedando empatados con el Movimiento Cinco Estrellas, un partido “anticasta” y transversal en su voto.

Comencemos por recordar que, cuando utilizamos el término “izquierda” en Italia, hay dos momentos claramente diferenciados en su historia como república: el primero, entre 1945 y 1991, en que la izquierda estuvo mayoritariamente controlada por el Partido Comunista Italiano (PCI), hasta que la caída de los regímenes comunistas en la Europa del Este entre 1989 y 1991 y la desintegración de la Unión Soviética llevó al entonces Secretario General Achille Ochetto a firmar la disolución del partido; y de 1991 en adelante, en que un nuevo socialismo (mezcla de éste y de comunismo, cuyo máximo exponente ha sido D´Alema, Primer Ministro entre 1998 y 2000) heredó el mando de la izquierda italiana. Recordemos, en ese sentido, que la otra gran fuerza de izquierdas, el socialismo, tuvo su época dorada en los tiempos en que Bettino Craxi fue Primer Ministro (1983-87) pero también que nunca dejó de ser el tercero en discordia, mientras que la socialdemocracia de Giuseppe Saragat siempre fue un partido de segundo orden. Ambos (PSI y PSDI) caerían entre 1992 y 1994 a consecuencia del macroasunto de corrupción que fue Tangentopoli.

Por otra parte, también resulta importante recordar que, desde que a finales de los años 40 se pusiera en marcha la I República italiana, la izquierda nunca ha sido capaz de superar en las urnas a la derecha, ya estuviera ésta liderada por la Democracia Cristiana (DC), partido hegemónico entre 1945 y 1994, o por Forza Italia y sus aliados, dominadores de la vida política en adelante. En ese sentido, el momento en el que la izquierda más cerca estuvo de derrotar a la derecha fue en las elecciones de 1976, en las que solo le separaron poco más de cuatro puntos (38,7% por 34,4%) de los democratacristianos. Ello explica el planteamiento del por entonces líder de la DC, Aldo Moro, de forjar un “compromiso histórico” con los comunistas que se vio finalmente truncado por el secuestro y asesinato del propio Moro a manos de las Brigadas Rojas (grupo terrorista de izquierdas) en la primavera de 1978.

Es posible que alguno se pregunte: ¿cómo fue posible entonces que Bettino Craxi, líder del Partido Socialista Italiano (PSI), pudiera ser Primer Ministro una legislatura completa (la de 1983 a 1987) si la izquierda nunca derrotó a la derecha? La respuesta es muy sencilla: la Democracia Cristiana (DC), a pesar de volver a ser la vencedora en unos comicios generales (los de 1983), ante la caída en el número de votos (que le colocó por primera vez por debajo del 30% de los sufragios emitidos), y ante la imposibilidad de forjar una alianza con la segunda fuerza más votada (los comunistas), decidió ofrecer sus votos al tercer candidato más votado, que no era otro que Craxi, quien formaría un gobierno donde la presencia de democratacristianos era de prácticamente dos tercios del total, pero que permitió por primera vez, a una dirigente de izquierdas asumir la presidencia del Consejo de Ministros. Fue en todo caso un hecho circunstancial y a partir de 1987, a través de figuras como Ciriaco de Mita o Giovanni Goria, la DC recuperaría el control del Gobierno italiano.

Matteo Renzi en una rueda de prensa. Emmanuel Dunand/AFP/Getty Images

Lo cierto es que, con la desaparición de la DC, la izquierda tuvo en 1994 una ocasión de oro para ganar por primera vez unas elecciones en Italia, pero la aparición de Silvio Berlusconi truncó esta posibilidad, y, a partir de 1996, solo han podido derrotar a la derecha a partir de la fórmula de la coalición (la de centroizquierda liderada por Romano Prodi, vencedor en 1996 y 2006) y con un dirigente perteneciente a la corriente de izquierdas de la democracia cristiana, como era el caso del citado Prodi. Es más, por llamativo que pueda llegar a resultar, la izquierda, en unos comicios legislativos, solo ha vencido en una ocasión, que fue en 2013 con el excomunista Pier Luigi Bersani como cabeza de cartel. Pero Bersani nunca llegaría a ser Primer Ministro por la tradicional división dentro de la propia izquierda, que acabó votando, en parte, en contra de su propio líder con motivo de la elección de un nuevo presidente de la República (cuestión que se cruzó en mitad del camino que hubo entre la celebración de elecciones y la formación de un nuevo gobierno), liquidando las posibilidades de Bersani de formar gobierno.

Eso sí, en lo que son las instituciones italianas sí puede decirse la izquierda ha tenido una amplia representación. El presidente de la República más querido y votado, Sandro Pertini (1978-85), pertenecía al Partido Socialista. A su vez, el jefe de Estado que más tiempo ha estado al frente de la presidencia de la República ha sido un viejo comunista, Giorgio Napolitano, quien estuvo ininterrumpidamente de mayo de 2006 a enero de 2015 (tuvo que ser reelegido ante la falta de consenso sobre su sucesor). El mismo Napolitano ya había sido antes presidente de la Cámara de Diputados, como lo fue el también comunista Pietro Ingrao. Y dos personas que pueden ser consideradas de izquierdas, Laura Boldrini (SEL) y Pietro Grasso (PD, aunque está concluyendo la actual legislatura en el Grupo Mixto) han sido, de manera respectiva, presidentes de la Cámara de Diputados y del Senado desde comienzos de 2013. Pero parece claro que en Italia ganar elecciones no es algo en lo que la izquierda precisamente haya destacado.

En ese sentido, parece claro que comunismo, socialismo y socialdemocracia tienen, en este momento, varios problemas importantes. En primer lugar, una clara ausencia de liderazgo: Bettino Craxi, líder del socialismo italiano en los 80 y comienzos de los 90, murió hace ya casi dos décadas; Giuliano Amato, mano derecha de Craxi y dos veces Presidente del Consejo de Ministros, hace tiempo ya que se retiró de la política activa; y Massimo D´Alema, Primer Ministro a finales de los 90, está ya viviendo los estertores de su larga carrera política. Por no hablar de Berlinguer, mito del comunismo italiano fallecido a mediados de los 80.

De tal manera que la izquierda tiene solo en este momento a Matteo Renzi como único líder con posibilidades electorales reales, pero en Italia ya es sabido (y así se pudo comprobar con la aprobación de ley de uniones entre parejas del mismo sexo, aprobada cuando Renzi era Primer Ministro) que el joven político toscano no es realmente un socialista, sino, como Aldo Moro, Romano Prodi o Sergio Mattarella, un democratacristiano de izquierdas. En segundo lugar, Italia es un país tradicionalmente conservador, con un fuerte componente confesional (a pesar de la secularización), conservadurismo que se ha acentuado con el envejecimiento de la población. Y en tercer lugar, nunca ha podido evitar las clásicas luchas cainitas entre excomunistas, socialistas y otras tendencias, que han llevado a que el PD viviera una escisión hace solo unos meses que no ha hecho sino debilitar las posibilidades de esta formación de ganar las siguientes elecciones generales.

Y es que la izquierda en Italia se ha convertido en una auténtica trituradora de líderes en los últimos tiempos. Veltroni, exitoso alcalde de Roma, fue vapuleado por Berlusconi en las elecciones de 2008. Francheschini, su sucesor durante unos meses, ni siquiera llegó a ser candidato. Y Bersani nunca pudo quitarse de encima el cartel de “segundón” a la sombra de D´Alema. Además, otro líder que pareció tener futuro político, Nichi Vendola, gobernador de Puglia durante dos mandatos, quedó ampliamente desprestigiado durante sus últimos años al frente de esta región sureña. A tal punto que en este momento solo Pisapia, alcalde de Milán entre 2011 y 2016, parece emerger con algo de fuerza. Porque, dentro del Partido Democrático (PD), los dos únicos que se atrevieron a enfrentarse a Matteo Renzi fueron ampliamente derrotados por el joven político toscano en las primarias del PD celebradas en 2017: tanto en las cerradas a la militancia, como en las abiertas a todo aquel que quisiera participar, Renzi se llevó en ambas alrededor del 70% de los votos, con lo que realmente no tiene rival dentro de su partido.

Esto supone que los electores de izquierda ya saben que, o votan una coalición liderada por Renzi (que supone, a fin de cuentas, una izquierda muy moderada), o vivirán una nueva etapa de ostracismo político. La realidad es que, de momento, no hay más donde elegir, más aún desde que el Movimiento Cinco Estrellas apostara hace tiempo por la transversalidad, cogiendo votantes de izquierda, centro y de derecha (incluso extrema derecha, ya que coincide con la Liga Norte en aplicar una dura política migratoria). Quién iba a decir que esto sucedería en el país que alumbró a uno de los mayores teóricos del marxismo (Antonio Gramsci) y donde el partisanismo de izquierdas fue clave en la derrota final de la dictadura de Benito Mussolini. Pero así han sido las cosas.