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Evangélicos en una iglesia en Brasilia rezan por la recuperación de Jair Bolsonaro, entonces candidato a la presidencia de Brasil, tras ser atacado por una persona y sufrir una herida de arma blanca. (EVARISTO SA/AFP/Getty Images)

El auge de los cristianos evangélicos y su influencia en distintos procesos electorales es un fenómeno generalizado en los continentes donde esta rama religiosa evidencia una mayor actividad. Y de todos ellos, quizás haya sido en América Latina donde esta realidad se ha demostrado más sensible en los últimos años.

La contundente victoria de Jair Bolsonaro en las elecciones a la presidencia de Brasil del pasado octubre ha provocado una avalancha de reacciones que abarca desde la incredulidad y la intranquilidad, hasta la sorpresa y la confusión, habida cuenta del mensaje duro, en ocasiones agresivo en lo referente a homosexuales, mujeres o minorías étnicas, entre otros, que el ya electo presidente ha vertido antes y durante la campaña electoral. No obstante, Bolsonaro ha vencido con derecho y rotundidad, y los análisis se han sucedido estableciendo en cuatro las principales causas de su victoria: desempleo, crisis profundas en los partidos de izquierda y altos índices de inseguridad ciudadana y ratio de asesinatos.

Y, en cuarto lugar, quizás la causa más sorprendente: la escalada meteórica de Bolsonaro al poder se explica gracias al apoyo de la comunidad evangélica de Brasil, que representa, según las encuestas especializadas, el 26-27% de brasileños, una cifra que se ha disparado en las últimas dos décadas. “Las propuestas del presidente electo respecto a su agresivo conservadurismo social, entre las que encontramos gravísimas valoraciones y ataques que se pueden considerar sexistas, racistas u homófobos, han coincidido de lleno con algunas ideas y visiones sociales de la comunidad evangélica protestante”, opina Richard Ladder, investigador experto en América Latina del centro de estudios internacionales Chatham House de Londres.

Sirva como ejemplo en el mismo Brasil la propia destitución de Dilma Rousseff, provocada, entre otros factores, por la votación en masa de los 90 congresistas evangélicos.

A pesar de que el auge de las comunidades evangélicas es una realidad notoria y fulgurante en los últimos años y su influencia parece propagarse por multitud de países, en especial en los americanos, cabe preguntarse: ¿hasta qué punto es la Iglesia evangélica un factor crítico que realmente afecta al devenir de los Estados actuales, bien a través de elecciones como las de Brasil o bien como lobby o grupo de influencia o poder?

Aunque el fenómeno ha alcanzado una notable magnitud en todo el mundo cristiano, la mayoría de los casos de influencia de la Iglesia evangélica se han producido, como decíamos, en el continente americano. Los ejemplos son variados y, en algunos casos, con proyección en el tiempo, como en Ecuador y Perú, donde los expresidentes Abdalá Bucaram y Alberto Fujimori, respectivamente, ya se beneficiaron del apoyo recurrente de esta comunidad religiosa durante los 90.

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El candidato presidencial y expartor evangélico, Javier Bertucci, durante un mitin en Valencia, Venezuela. (LUIS ROBAYO/AFP/Getty Images)

Ya en nuestros días, algunos casos son sorprendentes. Como el del expastor evangélico venezolano Javier Bertucci, quien decidió plantar cara al mismísimo Nicolás Maduro en las elecciones presidenciales de abril de 2018. Bertucci, también empresario exitoso (su nombre aparece en los famosos Papeles de Panamá), logró más de un 10% de votos en unas elecciones flagrantemente sospechosas de amaño con un mensaje del todo antagónico al chavista. Venezuela tiene una población de algo más de 30 millones de habitantes, de los cuales, la Iglesia evangélica Maranatha asegura contar con el apoyo de diez millones, aunque se estima que este movimiento religioso, aun en línea ascendente, se sitúa en torno al 17-19%.

No sólo en Venezuela, las recientes elecciones presidenciales en Costa Rica también han tenido un marcado acento religioso. Aunque el vencedor de los comicios de abril de 2018, Carlos Alvarado, se impuso con contundencia (más del 60% de votos), el pastor evangélico Fabricio Alvarado compitió con opciones hasta el final. Curiosamente, los porcentajes de votos se alinearon bastante con el recuento de la población según su fe. Y es que en el pequeño país centroamericano el 62% de la población es católica, mientras que los crecientes protestantes ya alcanzan el 25%.

Pero hay ejemplos de países próximos a contar con una mayoría evangélica, como Honduras, Nicaragua o Guatemala. En este último caso, destaca el caso del presidente Jimmy Morales, actor y pastor evangélico, que arrasó en 2016 con un 67% de votos, pero cuyo mandato se está definiendo por las continuas controversias, especialmente cuando su hermano Samuel y su propio hijo fueron detenidos por corrupción y blanqueo de capitales en 2017. La popularidad de Morales se ha derrumbado en tan sólo dos años desde el 80% de aprobación hasta el 10%.

No obstante, existen otros casos llamativos que demuestran que la influencia de los evangélicos no viene impulsada necesariamente por un número alto de miembros de la comunidad. Por ejemplo, en Colombia, donde no llegan al 15% de la población total del país, se acepta que jugaron un papel fundamental para el triunfo del No en las votaciones sobre el acuerdo de paz con las FARC de 2016, según el centro de estudios The Independent Institute. Estimados unos cuatro millones de votos evangélicos, para la propia Confederación Evangélica de Colombia, en boca de su presidente, Edgar Castaño, esta movilización fue resultado, entre otras causas, del “intolerable enfoque de género” que planteaban los textos elaborados por el Gobierno de Bogotá y el grupo paramilitar. En los acuerdos de paz se incluyeron epígrafes breves pero concretos sobre “igualdad para que hombres, mujeres, homosexuales, heterosexuales y personas con identidad diversa, participen y se beneficien en igualdad de condiciones”. “El acuerdo vulnera principios evangélicos como el de la familia cuando se habla de equilibrar los valores de la mujer con los de estos grupos”, explicó Castaño.

En Chile, sin ser tan decisivo, también se aprecian movimientos electorales definidos por la creciente influencia de los evangélicos. Durante las elecciones de 2017, el candidato Juan Antonio Kast no escatimó esfuerzos en movilizar a la comunidad evangélica (un 13-14% del país) a través de mensajes muy parecidos a los de Bolsonaro en Brasil. Y aunque se estima que Kast recibió apoyos significativos, no fueron suficientes para alzarse con la victoria. No obstante, sí se percibieron unos fenómenos llamativos, como zonas rurales y obreras, tradicionalmente de izquierdas, que cambiaron a un voto mucho más conservador seducidos por el mensaje de familia tradicional de Kast, según Álvaro Vargas Llosa, director del Centro para la Prosperidad Global de The Independent Institute.

Parece evidente pues, que sin ser todavía un movimiento generalmente masivo y de influencia dispar según qué país, la comunidad evangélica demuestra un dinamismo y una relevancia muy a tener en cuenta, en especial cuando intereses políticos y electorales han percibido el beneficio que puede reportarles el movilizar a estos votantes. Y es que el votante evangélico, según los expertos, se define más por su formación en cuanto a valores y su fe, que en lo referente a su ideología.

“El ascenso de los grupos evangélicos es políticamente inquietante porque están alimentando una nueva forma de populismo. A los partidos conservadores les están dando votantes que no pertenecen a la élite, lo cual es bueno para la democracia, pero estos electores suelen ser intransigentes en asuntos relacionados con la sexualidad, lo que genera polarización cultural”, explica Javier Corrales, profesor de Ciencias Políticas en Amherst College. “Los partidos de derecha en América Latina tendían a gravitar hacia la Iglesia católica y a desdeñar el protestantismo, mientras que los evangélicos se mantenían al margen de la política. Ya no es así. La inclusión intolerante, que constituye la fórmula populista clásica en América Latina, está siendo reinventada por los pastores protestantes”, añade Corrales.

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Un grupo de personas pertenecientes a la Iglesia católica y a la evangélica protestas en la ciudad de Guatemala contra en aborto. (JOHAN ORDONEZ/AFP/Getty Images)

En efecto, los partidos más tradicionales y conservadores siempre han orbitado en torno a los católicos, sin embargo, esta tendencia ha cambiado, y ahora son los protestantes los mejores socios de los conservadores, aunque de forma unidireccional, desde los segundos hasta los primeros y no al revés. Y es que el fervor religioso parece paliar una de las grandes fallas de los partidos tradicionales: la movilización de las masas. “Históricamente, los partidos de derecha se nutrían sobre todo de las clases sociales altas. Los evangélicos están cambiando ese escenario. Están consiguiendo votantes entre gente de todas las clases sociales, pero principalmente entre los menos favorecidos. Están logrando convertir a los partidos de derecha en partidos del pueblo. Los partidos políticos se concebían a sí mismos como el freno esencial de la región en contra del populismo. Ese discurso ya no es creíble. Los partidos están dándose cuenta de que unirse a los pastores genera emoción entre los votantes, incluso si es sólo entre quienes asisten a los servicios, y la emoción es equivalente al poder”, agrega Corrales.

Más allá del factor cuantitativo en bruto (aproximadamente uno de cada cinco latinoamericanos se define como evangélico), este fenómeno expansionista se explica con otras razones, muchas de ellas germinadas en el cambio de siglo. Para empezar, el mero trasvase de entornos rurales a urbanos, donde las iglesias evangélicas atomizadas se hicieron fuertes en los suburbios y arrabales.

Más aún, el propio mensaje evangélico parece adaptarse muy bien a las necesidades morales reales de su audiencia. En este sentido, se entiende que a segmentos sociales que buscan prosperar desde orígenes humildes, les encaje perfectamente los mensajes pastorales de superación personal, éxito económico y escalada social. En esa misma línea, muchos sermones y homilías se dedican a la nueva vida en la ciudad, los cambios políticos y sociales, así como las dudas sobre la viabilidad de las estructuras estatales tradicionales.

Por otro lado, han simplificado hasta el maniqueísmo profundos debates sociales como el aborto o el matrimonio homosexual, estableciendo su rechazo como banderas de su creciente credo. Todo ello, en el caso latinoamericano, y también en el africano, presentado en un perfecto envoltorio a medida, como explica el escritor Andrew Chestnut, del Pew Research Center, referente especializado en religión. “Varias son las razones que permitieron que el pentecostalismo, el protestantismo y, en general, la religión evangélica, haya tenido una aceptación tan importante en América Latina. Han absorbido la cultura latinoamericana. Por ejemplo, la música que se escucha en las iglesias cristianas se parece a los ritmos que la gente disfruta fuera de los actos religiosos. En solo un siglo, las iglesias evangélicas se han latinoamericanizado mucho más que la católica en cuatro siglos. Por otro lado, algunas personas se convierten al pentecostalismo en momentos de crisis de salud, porque dicha religión pone un gran énfasis en la sanación a través de la fe. A menudo, los pastores son iletrados y le hablan a su congregación en la misma forma en que la gente habla entre sí en la calle. En la Iglesia católica, en cambio, los sacerdotes suelen sonar como parte de la élite, y muchas veces lo son”.

El propio declive popular del catolicismo (que aún sigue siendo abrumadoramente mayoritario) es otra de las causas señaladas, según el centro Pew Research. Vinculada a las élites inalcanzables, la jerarquía católica latinoamericana parece, no obstante, haberse convertido en un socio recurrente (o quizás un patrón) de las actividades evangélicas de manera puntual. Por ejemplo, en ocasiones ambas iglesias se han movilizado, conjuntamente, para defender el modelo tradicional de familia y denunciar propuestas inasumibles para ellos.

No es de extrañar que la Iglesia católica establezca su propia estrategia, basada en una sutil colaboración más que en el enfrentamiento directo. Y es que, según el Pew Research Center, desde los 70, América Latina ha atestiguado una caída de su población católica. Los números son rotundos: de un 92% de población católica, el continente americano pasó a tener ahora solo un 69%. Mientras tanto, la cantidad de evangélicos ha crecido de forma exponencial, con más de 19.000 iglesias en el continente, según datos del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG), y son casi 100 millones de fieles. Parece que los católicos ven más allá del auge evangélico y marcan en rojo lo que entienden como su verdadera amenaza: el tímido, pero firme aumento del ateísmo y, en menor medida, de otras religiones en la zona.

Así pues, aun asumiendo la enorme cantidad de factores que pueden influir en un voto, parece evidente que este auge se ha traducido en una relevancia directa en la agenda política de un número creciente de países, en especial en Latinoamérica. No se trata, todavía, de un movimiento abrumador y masivo, y habrá que analizar cómo se desarrolla en el futuro cercano; asumiendo la disparidad geográfica y cultural del fenómeno, ya que el contexto varía enormemente en EE UU, países latinos, Oceanía o África. Pero lo que sí es una realidad es que la comunidad evangélica se ha posicionado con fuerza y relativa relevancia en elecciones y agendas de una determinada manera de hacer política. Un movimiento que, sin ser mayoritario, se muestra crucial a la hora de dirimir el destino de sus sociedades dado su creciente peso electoral.