Soldados de Malí patrullan la ciudad de Gao buscando islamistas. PascalL Guyot/AFP/Getty Images

La coincidencia de varias guerras en el Gran Sahel y la región del lago Chad ha producido un sufrimiento humano inimaginable, que incluye el desplazamiento de unos 4,2 millones de personas que han tenido que dejar sus hogares. Los yihadistas, los grupos armados y las redes criminales se disputan el poder en esta región pobre de fronteras porosas y en la que los gobiernos tienen escaso control.

En 2016, los yihadistas asentados en el Sahel central llevaron a cabo ataques mortales en el oeste de Níger, Burkina Faso y Costa de Marfil, que dejaron al descubierto la vulnerabilidad de la región. Al Qaeda en el Magreb Islámico y Al Murabitun siguen en activo, y está creciendo un nuevo grupo que proclama su lealtad a Daesh. Es muy probable que todos ellos continúen atentando contra la población civil, además de las fuerzas nacionales e internacionales. Malí constituye la misión de paz más peligrosa de la ONU, con 70 miembros muertos por "actos maliciosos" desde 2013.

Malí puede sufrir una gran crisis este año si se estanca la aplicación del acuerdo de paz de 2015 en Bamako. La reciente fragmentación de la principal alianza rebelde en el norte, la Coordinación de los Movimientos de Azawad, ha contribuido a la proliferación de grupos armados, y la violencia se ha extendido al centro del país. Las potencias regionales deberían aprovechar la cumbre de la Unión Africana en enero para reanimar el proceso de paz y quizá incorporar a grupos que hoy no forman parte de él. Argelia, importante factor de estabilidad en la región, tiene un papel clave como mediador del acuerdo.

En la región del lago Chad, las fuerzas de seguridad de Nigeria, Níger, Camerún y Chad han intensificado su lucha contra la insurgencia de Boko Haram. A finales de diciembre, el presidente nigeriano anunció "la aniquilación definitiva de los terroristas de Boko Haram en su último enclave", en el bosque de Sambisa, pero el grupo no está derrotado. La disputa por el liderazgo ha dividido al movimiento yihadista, pero sigue siendo adaptable y agresivo. Aunque la atención internacional se ha centrado en el hecho de que Boko Haram secuestre y maltrate a mujeres y niñas, los responsables políticos deben tener en cuenta que algunas se unieron al movimiento de forma voluntaria, en busca de oportunidades sociales y económicas. Es preciso comprender las distintas experiencias de las mujeres en el conflicto para elaborar unas estrategias que permitan abordar las raíces de la rebelión.

La insurgencia de Boko Haram, la agresiva respuesta militar contra ella y la falta de ayuda real a quienes viven atrapados en el conflicto amenazan con crear una espiral sin fin de violencia y desesperación. Si los gobiernos regionales no reaccionan de forma responsable ante este desastre humanitario, quizá estarán apartándose todavía más de las comunidades y sembrando las semillas de una rebelión futura. Además, los Estados deben invertir en desarrollo económico y fortalecer los gobiernos locales para arrebatar oportunidades a los grupos radicales.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia