Argumentos a favor de una pausa táctica con Teherán.

 

Nadie dijo que la diplomacia con el país persa fuera a ser fácil. Y ahora, antes incluso de iniciarla, la crisis de las elecciones iraníes ha dejado a Teherán prácticamente paralizado y a Washington sin una vía diplomática clara. Las centrifugadoras iraníes siguen funcionando, y eso hace pensar a algunos que septiembre debería ser el límite para que el régimen de los ayatolás acepte la oferta estadounidense de negociaciones. Pero, aunque la estrategia debe seguir siendo la diplomacia, las revueltas en las calles de Irán ha cambiado por completo el panorama político. Iniciar conversaciones con el Gobierno actual del país en este momento decisivo podría tener graves consecuencias. Es conveniente hacer una pausa táctica.

Behrouz Mehri/AFP/Getty Images

El presidente estadounidense, Barack Obama, ha dicho que EE UU está en actitud de espera hasta que la crisis postelectoral de Irán llegue a una conclusión. Es evidente que eso no ha sucedido todavía. La oposición iraní está viva y coleando. Recientemente, el ex presidente iraní Alí Akbar Hashemi Rafsanjani arrojó dudas sobre los resultados de los comicios durante las oraciones del viernes en Teherán, un momento importante para los discursos políticos. Un día después, el ex presidente Mohammad Jatamí elevó el tono y pidió un referéndum sobre las elecciones y el Gobierno. Y el aspirante a la presidencia Mir Hossein Musaví sigue desafiando al líder supremo del país, el ayatolá Alí Jamenei, y acusándole de insultar la tradición iraní al decir que los manifestantes actúan dirigidos por extranjeros. Mientras tanto, Mahmud Ahmadineyad, ganador oficial de las presidenciales, está envuelto en una batalla con los conservadores a propósito de sus designaciones para el gabinete.

La resistencia de la oposición ha pillado a Ahmadineyad y Jamenei por sorpresa. Como mínimo, le ha arrebatado al primero cualquier sensación de normalidad y le ha obligado a dedicar varias horas al día a ocuparse de las elecciones en vez de sacar adelante su programa político. Por su parte, Jamenei recurre cada vez más a advertencias y amenazas en vez de llamamientos a la unidad y la reconciliación. “La élite debe estar alerta, porque se encuentra ante una gran prueba. Y, si no la supera, caerá”, dijo hace unos días en un discurso que muchos consideraron que rayaba la desesperación. Ambos parecen haber perdido su equilibrio.

La disputa entre el Gobierno y la oposición trata de mucho más que unas elecciones. Afecta a la cuestión fundamental de si existe un camino pacífico para poder cambiar el sistema político iraní desde dentro. Para una población que es muy crítica con el Ejecutivo pero valora la estabilidad, la existencia de esa vía siempre ha sido importante. Ha permitido que los iraníes presionaran para obtener un cambio gradual y controlable sin correr el peligro de otra revolución que podría acabar como la anterior, en la que un sistema político impopular y represivo fue sustituido por otro.

Si Ahmadineyad consigue silenciar a sus críticos y opositores internos, muchos pensarán que ese camino se ha cerrado. Irán no puede cambiar a través de las urnas si no se respetan los votos del pueblo. El resultado será probablemente una población cada vez más radicalizada, cuya oposición al Gobierno se encontrará con más represión en casa y más aventurerismo en el extranjero.

La Administración Obama debe evitar repetir el error clave de George W. Bush, que sólo veía Irán desde el punto de vista de su programa nuclear. Retrasar las negociaciones sobre este asunto unos cuantos meses no supondrá una diferencia espectacular para el programa nuclear del país persa. Y, sin embargo, podría determinar con qué Irán van a tratar Estados Unidos y la región durante las próximas décadas: un Estado en el que los elementos democráticos se refuercen con el tiempo, o un país en el que la voluntad del pueblo sea cada vez más irrelevante para los que toman las decisiones.

El Gobierno iraní, hoy, no sólo no cumpliría más promesas, sino que no podría cumplir nada en absoluto

Además, aunque las negociaciones nucleares, a la hora de la verdad, no influirían en la disputa electoral, Irán, en la actualidad, no está en posición de poder negociar. En Washington, algunos creen que la parálisis de Teherán ha debilitado al país y ha hecho que sea más propenso al compromiso. Pero el Gobierno iraní, hoy, no sólo no cumpliría más promesas, sino que no podría cumplir nada en absoluto. Las luchas internas han incapacitado a los poderes fácticos.

Esa falta de capacidad de Teherán crea un tremendo peligro para la Casa Blanca. De todas las perspectivas que podría acabar afrontando el Gobierno de Obama -un Irán que se niegue a sentarse a la mesa, por ejemplo, o uno que emplee las negociaciones sólo para ganar tiempo-, la peor es otra: que las partes inicien las conversaciones de acuerdo con un calendario establecido, pero no consigan llegar a un acuerdo por la incapacidad de cumplir lo prometido. Si las negociaciones fracasan, a las autoridades estadounidenses no les quedarán más que unas opciones cada vez más desagradables.

Obama no debe atarse a ningún plazo artificial. Presionar para que haya negociaciones ahora simplemente por un calendario que decidió antes de las elecciones podría disminuir las posibilidades de éxito de la diplomacia. Paradójicamente, la mejor forma de aumentar esas posibilidades quizá sea no ejercer la diplomacia en estos momentos. Más vale hacer una pausa táctica, ver cómo evolucionan las cosas y estar listos para dialogar en el momento adecuado.

 

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