¿Por qué a los palestinos no les ha importado las protestas en Irán?

Hace unos días en la ciudad cisjordana de Ramala, en la que los ancianos se sentaban en las terrazas de los cafés con cartas y shisha y la flor y nata de la ciudad bebía capuchinos al ritmo de música trance en restaurantes exclusivos, los palestinos hablaban de las fluctuaciones del dólar, de las últimas actividades militares de Israel e incluso del fallecimiento de Michael Jackson. Tocaban casi cualquier tema, con una notable excepción: las volcánicas protestas en Irán. Mientras el drama de las calles de Teherán cautivaba al mundo, aquí apenas se prestaba atención a estas noticias. “Tenemos problemas propios más graves de los que ocuparnos”, fue la respuesta colectiva de un café.

Los palestinos están acostumbrados a su doble maldición de ocupación y corrupción, y habituados a contemplar una interminable rutina de protestas electorales en otros lugares de Oriente Medio. Esta vez, sin embargo, su indiferencia es más difícil de explicar. Aunque los israelíes consideran Irán como su mayor amenaza, los palestinos tienden a verlo como su mejor protector internacional. Los cambios de poder en Teherán, ya sea mediante la guerra o la agitación interna, podrían tener consecuencias para ellos. Una República Islámica debilitada, por ejemplo, ofrecería menos apoyo a Hamás en Gaza y Cisjordania, inclinando, por tanto, el equilibrio de poder en favor de su facción rival respaldada por Occidente, Al Fatah.

 

 

Así que, ¿por qué el silencio? La incredulidad hacia la posibilidad de cambio, el respaldo a la ayuda que el actual dirigente iraní, Mahmud Ahmadineyad, presta a Hamás y puede que una concepción errónea sobre el propio Irán son con toda probabilidad factores que entran en juego. Es más, muchos palestinos ven los disturbios en Teherán sólo como una cuestión interna, una “ola que pasará”, en palabras de Hamed Idrees, un funcionario de las fuerzas de la Autoridad Palestina en Hebrón.

Incluso mientras comienza a surgir un discreto debate sobre las elecciones costaría mucho encontrar un palestino que no prefiera las encendidas acusaciones contra Israel de Ahmadineyad a un Irán más sosegado, y quizá más democrático. Los palestinos están a favor de casi cualquiera que sea antiisraelí. Ven a Ahmadineyad como un líder que reparte ayudas sociales y económicas a pobres aldeanos en su propio país –y a los palestinos a través de su respaldo financiero y militar a Hamás. Obtienen una enorme satisfacción viendo al matón que los atemoriza a ellos, Israel, siendo atemorizado por Irán. Así que mientras Ahmadineyad esté en el panorama hay muy pocas posibilidades de que Israel ataque al país persa, sostienen –“porque Irán es fuerte”, como dice el mantra popular.

No es de extrañar entonces que la teoría de que las protestas están orquestadas por Occidente sea la explicación más habitual en las calles palestinas para los sucesos de Teherán, sobre todo entre los jóvenes que pueden remontarse nada más que hasta la Revolución Islámica de 1979 en la historia iraní. Ibrahim Shamsani, un comerciante de 30 años de Ramala, ha estado siguiendo de cerca los alborotos que han sucedido a las elecciones en Irán y que han dejado decenas de manifestantes reformistas muertos. “No hay problema. Dejemos que acaben con todos los que están contra Ahmadineyad”, afirma.

No obstante algunos observadores sostienen que las falsas ideas sobre la República Islámica –no la inercia o el afecto por Ahmadineyad- son las principales culpables de este tipo de reacción. El paralelismo entre los gritos de libertad en los territorios palestinos y los de los manifestantes en las calles de Teherán se pasa a menudo por alto, dice una cooperante de derechos humanos medio iraní que vive en Ramala y que habló de forma anónima para proteger a su familia en Teherán. “Muchas personas en Oriente Medio piensan que Irán es conservador, religioso y democrático”, dice. “Lo que los palestinos no saben es que los iraníes han estado viviendo con frustración durante muchos años y que el fraude en estas elecciones les ha dado la oportunidad para expresar esas frustraciones”, explica.

Otra historia está emergiendo entre un grupo más pequeño de palestinos que están bien informados sobre la historia y la política iraní. Algunos periodistas en Ramala dicen que la ruptura es evidente en los diarios palestinos en lengua árabe, en los que los columnistas ven unánimemente a la joven generación en Irán como la parte agraviada que demanda sus derechos. Los columnistas que escriben allí no especulan sobre una conspiración occidental. Otras personas instruidas comparten esta visión favorable a los que protestan.

Para la mayoría de los palestinos importa poco que, aunque ellos sean enteramente suní, Irán sea una teocracia chií; el apoyo de Teherán a su lucha eclipsa las divisiones sectarias para mucha gente.

Pero otros consideran menos benignos los intentos del régimen de los ayatolá de extender su influencia por Oriente Medio. Khader Torkman, un partidario de Al Fatah en Jenin, ve el respaldo de Teherán a Hamás como una maniobra para ejercer su poder, una manera de manejar los hilos en la distancia. "Hasta la muerte de Yasir Arafat, los palestinos rechazaban la idea de dejar que otros países o políticas nos influyeran internamente”, explicaba Torkman. “Yo no tengo un problema con Irán, pero cuando entra en nuestra política interna y nos usa como instrumento no actúa en interés del pueblo palestino. El efecto de Ahmadineyad por todo Oriente Medio es perjudicial”.

Pero incluso entre quienes cuestionan la ambición de Irán, si se les da a elegir, no hay duda sobre a qué bando apoyan. En palabras de Torkman, “prefiero el dominio de Irán al de EE UU e Israel”.

 

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