¿Aroma de cambio en Irán? Las elecciones presidenciales, muy marcadas por la posibilidad de una reconciliación con Estados Unidos, se libran en el centro, entre el gran grupo de indecisos.

 

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¿Tiempo de cambios? entre los progresistas existe un amplio apoyo al candidato Mir Husein Mousaví.

El pasado marzo, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, agitó el régimen teocrático de Irán con un giro inusitado y perspicaz. En una maniobra sin precedentes en los 30 años de animadversión política entre ambos países, apareció sonriente y relajado en un vídeo para felicitar el año nuevo persa al pueblo iraní. El gesto en sí sorprendió a muy pocos. Desde que en 1980 Washington y Teherán rompieran sus lazos diplomáticos, todos los mandatarios estadounidenses han intentado de una u otra forma -aunque sin éxito- acercarse a la altanera república petrolera. Fue el tono empleado, y sobre todo el contenido elegido, el que desató un terremoto en el seno del férreo círculo del poder de Irán. Por primera vez, un presidente de EE UU citaba a la “República Islámica” e implícitamente reconocía un régimen al que su país ha asediado durante tres décadas. Una estrategia para la que los poderosos ayatolá parecían no estar preparados.

El envite ha caído como una bomba y ha impregnado todos los estratos de la sociedad iraní, hasta convertirse en el tema de debate cotidiano, por encima de otras preocupaciones igualmente acuciantes, como la crítica situación económica que atraviesa el país. Y aunque en última instancia, el progreso o el estancamiento de una eventual negociación con la Casa Blanca dependerá en gran parte de la voluntad del líder supremo de la Revolución, el ayatolá Ali Jamenei, se ha instalado con tal fuerza en la campaña para las elecciones presidenciales del próximo 12 de junio, que ha transformado una batalla tradicionalmente doméstica en una cuestión de relevancia internacional. Tanto el presidente iraní, el conservador Mahmud Ahmadineyad -que opta a una difícil reelección- como sus principales rivales, el ex primer ministro Mir Husein Mousaví  y el ex presidente del Parlamento Mehdi Karroubí -ambos reformistas- se han lanzado a la captura de votos con el enemigo en el espejo retrovisor. Por primera vez en tres décadas de  “democracia islámica” en Irán, la posibilidad de una reconciliación con Estados Unidos se ha apropiado de un espacio vital en el programa de los candidatos.

Las diferencias son mínimas pero significativas. Ahmadineyad, Karroubí, Mousaví y el cuarto aspirante en liza, el conservador Mohsen Rezaei, mantienen la línea establecida por el régimen: bienvenida, en principio, a la nueva actitud estadounidense, pero exigencia de “pasos prácticos” que posibiliten que la negociación pueda primero arrancar y después progresar. Tanto Ahmadineyad como Mousaví -su principal rival- han declarado durante la campaña su disposición a dialogar cara a cara con Obama. El primero, sin embargo, se ha mostrado más beligerante cuando se le ha cuestionado sobre el programa nuclear, mientras que el segundo ha adoptado por una postura más flexible, aunque sin desmarcarse del mantra oficial: Teherán jamás renunciará al desarrollo de la tecnología nuclear, ya que lo entiende como un derecho. “Las elecciones no dirimen el futuro de las relaciones con EE UU y el resto de la comunidad internacional. En Irán, la presidencia solo tiene competencias en asuntos internos”, advierte un reputado periodista local que prefiere que su identidad no sea revelada. “Pero sí servirán como termómetro para conocer qué rostro del régimen nos espera. Si el de la rudeza y el inmovilismo que representa Ahmadineyad o el conciliador que encarna Mousaví”, detalla.

Hasta la fecha, es la versión combativa la que parece prevalecer. A cada paso emprendido por la Administración demócrata, el régimen de los ayatolá ha reaccionado con una respuesta retadora. Escasas dos semanas después de que Obama apareciese en televisión, el poder judicial iraní acusó a la periodista estadounidense de origen iraní Roxana Saberí de espionaje a favor de EE UU y la condenó a ocho años de prisión. La reportera había sido detenida el 31 de marzo en Teherán, al parecer cuando compraba una botella de vino, un delito menor en el país persa que se paga con latigazos. Un mes después, el portavoz del ministerio de Asuntos Exteriores, Hasan Qhashqavi, reveló que Saberí había sido detenida por trabajar sin la correspondiente acreditación de prensa y se dio a entender que sería liberada enseguida. Nada más conocerse la sentencia condenatoria, la Administración estadounidense expresó su “tremenda desilusión” por la decisión adoptada.

Hace dos semanas, Teherán respondió con similar beligerancia a un nuevo mensaje del presidente estadounidense. Obama expresó su deseo de que la eventual negociación con Irán haya avanzado de forma significativa antes de final del presente año. Veinticuatro horas más tarde, el régimen de los ayatolá anunciaba el lanzamiento con éxito de un nuevo misil de largo alcance, más potente y preciso, capaz de alcanzar objetivos a más de dos mil kilómetros de distancia, es decir, en territorio del enemigo israelí. “Todo apunta a que la novedosa táctica de Obama ha creado desconcierto, inquietud y cierta división en el núcleo del poder iraní”, afirma el citado periodista. Así parece indicarlo la inopinada e inusual resolución del caso Saberí. Con desmayo para el ministerio de Inteligencia, controlado por los conservadores,  dos semanas después de haber sido condenada la periodista fue puesta en libertad, tras serle rebajada la pena y dejarse la condena en suspenso. “Aún así, los sectores reacios a la reconciliación con Estados Unidos se sienten fuertes”, asegura la fuente, pese a que, como ha dicho Mousaví en campaña, al menos ya se haya roto “el tabú de la negociación con los americanos”. Solo así se entiende que el régimen, con el ayatolá conservador Ahmad Jatamí como portavoz, haya acusado a Washington de haber interferido en la campaña electoral con un mortal atentado el pasado 28 de mayo en la conflictiva ciudad de Zahedan, fronteriza con Afganistán y Pakistán. Al menos 25 personas murieron y más de ochenta resultaron heridas en un ataque suicida que se atribuyó el grupo radical suní Jundullah (Soldados de Alá), una milicia terrorista que según Teherán recibe financiación anglo-estadounidense.

En este sentido, el gran acierto de Obama es haber hecho de la negociación con Irán una cuestión abierta y pública. La decisión de anunciar en voz alta cada paso ha desconcertado a Teherán y le ha proporcionado a Estados Unidos, a priori, una importante ventaja. El régimen de los ayatolá parecía sentirse más cómodo en los canales secretos, detrás de los bastidores, como ocurrió con los anteriores presidentes. Al introducir la reconciliación en la agenda internacional, el presidente estadounidense obliga a Teherán a mover ficha y tendrá mayor capacidad de maniobra si al final el proceso se tuerce por el obstruccionismo iraní. “A diferencia de sus predecesores, Obama no ha desistido al primer intento. Seguirá durante un periodo de tiempo. Si Ahmadineyad gana, probablemente la situación no cambie, a cada paso estadounidense, Irán responderá con contundencia y a finales de año lo que tendremos es que las relaciones entre ambos países han llegado a su peor momento en treinta años”, vaticina con pesimismo el periodista antes citado.

El líder aún no ha dejado suficientemente claro su voto. Su decisión puede arrastrar a millones de votantes hacia un lado u otro

Resulta entonces de capital importancia saber quién ganará las elecciones. Las encuestas -en un país donde no son fiables- apuntan a que Mousaví ha cobrado cierta ventaja en las zonas urbanas, y avanza, aunque con lentitud, entre el numeroso voto rural y en las zonas más desfavorecidas, hasta la fecha territorio exclusivo del actual presidente. El ex primer ministro ha sabido combinar con destreza el respeto a los valores tradicionales de la revolución con el ansia de libertad y apertura que rezuman las mujeres y los jóvenes. Ha conseguido volver a despertar la ilusión que aupó al ex presidente Mohamad Jatamí, y asido a su legado, ha aventado el clima de decepción  que hundió al reformismo en los comicios presidenciales de 2005 y posibilitó el ascenso de Ahmadineyad. Miles de jóvenes han regresado a las trincheras para hacer campaña y sembrar las calles de lazos verde esperanza. Además, Mousaví se ha presentado como el defensor de los principios primigenios de la revolución, y el resucitador de los ideales promovidos por Jomeini, propuesta que ha atraído a sus filas a grupos conservadores que recelan del reformismo pero que coinciden en su visión de que la República Islámica ha perdido parte de su esencia y se haya en peligro. Su perfil le ayuda: hombre honesto, discreto y pausado, fue activista destacado durante las revueltas que precedieron a la caída del último sha de Persia, Mohamad Reza Pahleví. Después, se hizo cargo del gobierno con éxito en una década de especial dificultad (1980-1989). El aislamiento internacional y la guerra con el vecino Irak -alentada por las potencias internacionales- llevaron al país al borde del colapso. Abandonó la primera fila política cuando en 1989, muerto el fundador de la República Islámica, una reforma de la Constitución promovida por el actual líder supremo anuló el cargo de primer ministro.

Ahmadineyad, por su parte, parece haber perdido algunos rayos de su esplendor pasado. La desacertada política económica que ha realizado su gabinete -en el que ha habido tres ministros de Economía en cuatro años- unida a la caída de los precios de crudo y la crisis internacional han debilitado aún más la frágil economía iraní. La inflación se ha disparado y el paro no ha sido controlado. Además, su áurea de hombre honesto se ha visto minada por cuestiones como la desaparición de más de mil millones de dólares procedentes de los beneficios del petróleo que según el Parlamento y el tribunal de cuentas no han sido reintegrados en el tesoro público. Hace apenas cuatro años, nadie se atrevía a apostar por otro candidato que no fuera Ahmadineyad en las zonas rurales o en los barrios más desfavorecidos del sur de Teherán. A dos semanas de los comicios, muchos comenzaban a susurrar a los periodistas extranjeros que votarán por Mousaví.

¿Quiere esto decir que Ahmadineyad será el primer presidente en la historia revolucionaria de Irán que no revalide el mandato? Es imposible predecirlo. Todo puede ocurrir hasta el mismo día de las elecciones. El líder aún no ha dejado suficientemente claro su voto. Su decisión puede arrastrar a millones de votantes hacia un lado u otro. En 1997, nadie esperaba el triunfo de Jatamí. En 2005, hasta el último día no creció la estrella de Ahmadineyad. En términos occidentales, el actual presidente agrupa el voto más conservador y Mousaví cuenta con gran respaldo entre el progresismo. La batalla se libra en el centro, entre el amplio grupo de indecisos. Una participación masiva parece favorecer a los reformistas. Si confiamos en la pituitaria, existe un aroma de cambio en Irán. Pero, ¿cómo de intenso?

 

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