El recién elegido presidente de Argentina Javier Milei, del partido La Libertad Avanza, habla tras el cierre de las urnas en la segunda vuelta presidencial el 19 de noviembre de 2023 en Buenos Aires, Argentina. (Tomas Cuesta/Getty Images)

¿Será su gobierno una distopía? 

Los pronósticos más fatales se cumplieron y finalmente, el excéntrico ultraliberal y ultraconservador Javier Milei se impuso al ya saliente ministro de Finanzas, y candidato peronista, Sergio Massa. Tampoco es que la victoria de este hubiera sido algo fácil de explicar cuando, en parte, concurría a los comicios como el responsable de una situación económica insostenible, lastrada por la hiperinflación y el endeudamiento. 

En todo caso, lo cierto es que se cumplió una tónica que viene repitiéndose en el continente latinoamericano desde hace años, inclusive, desde antes de la pandemia. Y es que desde 2019, de los 18 comicios presidenciales celebrados en la región, solo en Nicaragua -lastrada por un escaso cariz democrático- y en Paraguay, en las elecciones celebradas este 2023, en donde se volvió a imponer el Partido Colorado, hubo una repetición a modo de victoria del partido de gobierno. A tal efecto, en 16 casos hubo un relevo en la jefatura del Estado proveniente de la oposición. De hecho, en cinco de ellos, se impuso la derecha -El Salvador (2019), Guatemala (2019), Costa Rica (2022), Ecuador (2023) y Argentina (2023). Asimismo, en otros cinco venció la izquierda -Bolivia (2020), Perú (2021), Chile (2021), Honduras (2021) y Colombia (2022). Finalmente, en el mal denominado centro, se consumó un reparto entre tres experiencias de lo que se podría llamar centro-derecha, como son los casos de Uruguay (2019), República Dominicana (2020) y Ecuador (2021); frente a las que habría otras tres de centro-izquierda, como son los resultados de Argentina (2019), Brasil (2023) y Guatemala (2023).

Expresado de otro modo, esto se puede encontrar en el marco problematizador de la campaña electoral de Javier Milei, quien se dedicó enteramente a dirigir sus críticas y compromisos por desmontar una “casta política” que, según él, ha terminado por apropiarse de la riqueza del país hasta su extenuación. Así, es el rechazo inmediato a las élites gobernantes y la falta de confianza ciudadana lo que explica en buena medida las profundas oscilaciones sobre los resultados electorales de la región. Esto guardaría profunda relación con un importante déficit de representatividad de la democracia, tal y como se expresa en el último reporte del Latinobarómetro, publicado en 2023. Un perfecto medidor de la cultura política del momento y que se traduce en cifras preocupantes, que afectan a buena parte de la región. De este modo, a más de la mitad de la ciudadanía latinoamericana la democracia le resultaría indiferente. Incluso, en países como Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay, República Dominicana o Venezuela, más de la mitad de la población reconoce en la actualidad no sentirse preocupada si a su país llegase al poder un gobierno no democrático siempre que sirviera para resolver sus problemas y necesidades principales. 

Sobre estas coordenadas, la llegada de Javier Milei a la Casa Rosada no resulta tan excepcional ni inexplicable, como algunas voces alarmistas consideran. Lo excepcional tal vez es que, a diferencia del pasado, y lo cual sí que resulta particular en Argentina, es que la victoria del candidato ultraderechista se ha producido desdibujando lo que ha sido una constante político-electoral: la importancia de la clase social en la orientación del voto. Un voto que si bien, entre las capas más populares se tornaba claramente peronista, en esta ocasión ha terminado por diluirse profundamente, en tanto que a Milei le apoyan desde todos los niveles sociales y económicos. Un aspecto que igualmente se constata en la propia distribución electoral del voto, en donde el partido de Milei se llegó a imponer a Massa en 21 provincias sobre un total de 24, en muchas de ellas, como en Córdoba, con gran diferencia; toda vez que, en Buenos Aires, que es feudo peronista, se quedó a 150.000 votos de la victoria.

Con esta particular realidad, Javier Milei tendrá, no obstante, importantes limitaciones para desplegar la agenda ultra que ha repetido hasta la saciedad durante los últimos meses, incluso con participaciones en medios y redes sociales que gravitan entre el estruendo, la locura y la inviabilidad. Ese primer limitante es el propio Legislativo, en donde el control de la Cámara dispone para sí de una importante mayoría que no es afín al nuevo presidente, cuyo contingente de senadores y diputados correligionarios son inferiores al 15%. Además, carece de gobernadores propios y el despliegue de medidas excesivamente impopulares, contrarias a los intereses sociales y económicos de su caudal electoral, puede favorecer una interrupción del mandato que, por cierto, tampoco sería inusual en la región, tal y como hemos visto recientemente en los casos de Ecuador o Perú. 

En resumidas cuentas, está por ver el Milei que será presidente de Argentina. Es decir, si un Milei tan ultraderechista como reconoce ser. Si un Milei tan personalista e impredecible como parece ser. O si un Milei endeble, con pies de barro, como las restricciones institucionales y sus capacidades reales invitan a pensar. En cualquier caso, indudablemente, medidas en favor de reducir el tamaño administrativo del Estado, reorientar el gasto público, reformar la prioridad de las inversiones o repercutir algunos de los rasgos particulares del mercado de trabajo serán objeto de la agenda política del nuevo presidente, aunque nuevamente, con matices y claras limitaciones. En parte, es la otra cara de una realidad asociada a un peronismo que ha languidecido en estos últimos años, con fracturas internas, casos de corrupción y un profundo descrédito sobre buena parte de sus primeras espadas electorales. Una crisis política y una incapacidad económica que, en suma, tampoco se puede desconocer.Al análisis anterior se suma una política exterior que, dada las relaciones comerciales y económicas de Argentina, debe entenderse desde la profunda dependencia con respecto al tablero latinoamericano y, muy especialmente, de Brasil y Chile, a lo que se suma, fuera de la región, Estados Unidos, China e India. Expresado de otro modo, desvincularse de las relaciones comerciales con Brasil -que representa el 14% de las exportaciones argentinas y el 20% de sus importaciones- o China -9% de las exportaciones argentinas y 21,5% de sus importaciones- deviene sencillamente impensable. Así, puede que las relaciones, en el plano formal, vuelvan al marco de tensiones que, por ejemplo, se sucedieron al interior de Mercosur entre Alberto Fernández y Jair Bolsonaro. Empero, la interdependencia de agendas y necesidades es tal que una cosa es lo que se diga y otra cosa bien diferente, lo que se termine por hacer. Tal vez mayores incertidumbres puedan haber con relación al proyecto UE-Mercosur, pero no serán diferentes a las acumuladas en estos años, en buena parte, por la siempre presente condición del gigante comercial europeo de garantizar la protección de su intercambio comercial.

Javier Milei aparece en las portadas de los periódicos tras ganar la segunda vuelta presidencial el 20 de noviembre de 2023 en Buenos Aires, Argentina. (Marcos Brindicci/Getty Images)

Sobre estos argumentos cabe pensar, por tanto, que muchos de los escenarios catastróficos que algunos analistas profieren parece que difícilmente sean realizables. Por supuesto, el ejemplo de Brasil con la llegada de Lula da Silva tras el nefasto gobierno de Jair Bolsonaro sienta un buen precedente. Pero también se puede esgrimir que, si la democracia argentina soportó todo tipo de excesos provenientes del último kirchnerismo, no tiene por qué no sobreponerse al próximo gobierno de Milei. De hecho, el 56% de los apoyos electorales es una razón de peso para respetar la democracia. Una democracia que tiene ante sí una necesidad de reformas profundas del Estado que, precisamente, guardan como responsable el sinfín de medidas económicas que, en los últimos años, han contribuido a la pérdida de poder adquisitivo y el endeudamiento público y privado por parte del peronismo.

Tal vez las mayores incertidumbres vengan de cómo Milei gestione la confrontación y la movilización social que causarán sus políticas de recortes. Estas políticas deberán enfrentar una situación excepcional que, según se dirija, puede conducir al país a la misma crisis de gobernabilidad de 2001. Para ello deberá engrosar el músculo de técnicos y capital humano del cual carece por completo su proyecto personalista y que, muy seguramente, beberá de figuras como Mauricio Macri y Patricia Bullrich. En otras palabras, cualquier atisbo de cumplimiento de su mandato pasará, necesariamente, porque el despliegue de sus principales reformas y medidas disponga de la capacidad de asentamiento suficiente como para mostrar resultados positivos, con un mínimo de impacto sobre la realidad calamitosa que atraviesa el país. De lo contrario, si antes de que ello suceda, la movilización social se despliega, sobre la base de un Legislativo en minoría y con unas capacidades de respuesta gubernamental mermadas, es posible que Milei ni siquiera termine su mandato.

En conclusión, la llegada del nuevo presidente responde a condicionantes internos y externos que ni son excepcionales ni mucho menos posibles en un escenario como el que presenta Argentina. El auge del populismo y la ultraderecha como antítesis de la salvaguarda democrática desde hace tiempo amenaza al continente y el país no está al margen de ello. Sin embargo, y a falta de los primeros compases de la nueva presidencia, muchos de los elementos en política exterior, más allá de cierto histrionismo, seguirán visos de continuidad. A nivel interno, será necesario imbricar la necesidad de reformas con las expectativas y la confianza de la ciudadanía, toda vez que buena parte de su gobernabilidad reposará en cómo se articule el gobierno central con el subnacional. También, de cómo sea capaz de engrosar las relaciones con otras formaciones en el Legislativo y disponer de un cuerpo eficaz de policy makers que, en cualquier caso, provendrán y plantearán otros escenarios, muy seguramente, más posibles y menos distópicos de los que propone Javier Milei. Veremos.