Bandera china combinada con la moneda nacional. Ilustración de Getty Images.

La tensiones geopolíticas actuales han producido una intensidad de uso del de-risking en los últimos meses, pero ¿significará eso que China deje de liderar ciertos sectores y procesos productivos clave?

Desde que Rusia inició la invasión a gran escala de Ucrania, las potencias occidentales están mostrando una mayor preocupación por las consecuencias negativas inherentes a la interdependencia económica que impera en el sistema internacional desde finales del siglo XX. Los profundos vínculos comerciales entre los Estados, que se presentaban como un alarde del modelo capitalista neoliberal, son percibidos en la actualidad como una amenaza para la seguridad nacional. De esta forma se expresaron los países que conforman el G7 en la última cumbre que se celebró en la ciudad japonesa de Hiroshima en mayo de 2023: “reconocemos que la resiliencia económica requiere reducir riesgos y diversificarse. Reduciremos las dependencias excesivas en nuestras cadenas de suministro críticas”.

El contexto es importante y preocupante. Las administraciones occidentales consideran que la confrontación con China aumentará a medio plazo y por ese motivo pretenden disminuir la vulnerabilidad que supone que sus economías estén tan expuestas a la potencia asiática. Del mismo modo, quieren evitar que Pekín continúe avanzando en sectores estratégicos –como los semiconductores o la inteligencia artificial– mediante restricciones a las exportaciones, el control de inversiones o incluso la imposición de sanciones. Es aquí donde entra en la ecuación la reducción de riesgos o su equivalente en inglés de-risking, dos términos cada vez más usados en las relaciones internacionales.

¿Qué es el de-risking?

La reducción de riesgos o de-risking consiste en disminuir las dependencias en aquellas áreas consideradas como estratégicas en las que unos excesivos vínculos con el exterior podrían suponer un riesgo para la seguridad nacional, especialmente si la competición geopolítica entre potencias continúa agudizándose. Para fomentar el de-risking, en este caso de China, es necesario impulsar la diversificación de las cadenas de suministro. No hay que confundir la reducción de riesgos con el desacoplamiento. El segundo término supondría un riesgo mayor que seguir expuesto a China por varios motivos. 

En primer lugar, la economía china es demasiado grande como para obviarla ya que sería imposible encontrar proveedores alternativos para los miles de productos e insumos básicos que se fabrican en el país asiático. Tal es la magnitud del mercado chino que si se llegase a este escenario el PIB global podría disminuir hasta un 7% según una estimación del Fondo Monetario Internacional (FMI). Asimismo, el organismo advierte que “algunos países podrían sufrir pérdidas de hasta el 12%” si se tiene en cuenta el “desacoplamiento tecnológico”. 

En segundo lugar, una división económica total aceleraría la fragmentación en bloques del sistema internacional al obligar a los Estados intermedios a elegir entre Washington o Pekín. Esta encrucijada sería determinante en los países del Sur Global y especialmente en Asia-Pacífico, donde muchos países dependen de Washington en materia de defensa y, a su vez, necesitan estrechar los vínculos comerciales con el gigante asiático para impulsar su crecimiento. Vietnam, Singapur, Malasia o Indonesia son ejemplos que evidencian esta estructura dual que impera en la región.

En tercer lugar, Occidente perdería gran parte de la influencia que ejerce sobre China; sin vínculos de ningún tipo, Pekín podría adoptar una postura mucho más asertiva. En la actualidad es el temor a sufrir sanciones por parte de Occidente lo que impide, por ejemplo, iniciar una ofensiva militar a gran escala contra Taiwán.

¿Cómo va la diversificación?

El hecho de que México haya superado a China como principal socio comercial de Estados Unidos en el primer semestre de 2023 ha sido utilizado por algunos analistas como un ejemplo de que el proceso de diversificación va en buen camino. El argumento no es para nada infundado: muchas empresas estadounidenses están trasladando su producción del gigante asiático a otros países calificados de socios por Washington como México, provocando un importante aumento en el comercio bilateral y un decrecimiento en los vínculos Estados Unidos-China. 

Esta dinámica también se puede observar en otros lugares como Vietnam, Indonesia, Tailandia, India o Marruecos, ubicaciones alternativas a China con mano de obra abundante que escapan de las tensiones geopolíticas existentes entre Washington y Pekín. Un indicador que evidencia este comportamiento es la inversión extranjera directa (FDI por sus siglas en inglés). La participación de la potencia asiática en la FDI global ha disminuido del 11% en 2018 al 5% en 2021 pese a que su economía no ha parado de crecer a nivel macro durante este periodo. Centrándonos en la inversión greenfield el desplome es todavía mayor: el año pasado se ubicó en torno a los 20.000 millones de dólares, seis veces menos que hace un lustro.

El decrecimiento de la inversión extranjera china también se puede apreciar en algunos sectores considerados como críticos. El caso de los semiconductores es paradigmático. La industria del país asiático ha atraído del exterior alrededor de 600 millones de dólares en los primeros meses de 2023 cuando en 2018 rozó los 15.000 millones de dólares, cifra que representó el 48% de la FDI global en este ámbito. Esto se debe principalmente a las fuertes sanciones impuestas por Estados Unidos contra China y a los enormes paquetes económicos que los países occidentales han presentado para impulsar la producción doméstica de microchips, como la ley CHIPS and Science Act aprobada por la Administración Biden con un presupuesto inicial de 50.000 millones de dólares. 

Asimismo, la confianza de las empresas occidentales en seguir tan vinculados con el país asiático empieza a deteriorarse. Según una encuesta realizada por la Cámara de Comercio Europea en China, casi el 20% de las compañías europeas “ha trasladado sus inversiones existentes” o “ha tomado la decisión de trasladar las futuras previamente planeadas para China a otro lugar” y el 75% ha “fortalecido activamente la flexibilidad de sus cadenas de suministro en los últimos dos años”. Un sentimiento similar tienen las empresas estadounidenses, que ya no ven a China como su principal destino para realizar grandes inversiones

Tal y como explica Chris Miller, autor del libro la Guerra de los chips, la pugna geopolítica está provocando que los fabricantes decidan “dónde invertir pensando en la política y la seguridad” en lugar de la “fiabilidad y el precio”, produciéndose como consecuencia una “reestructuración de sus cadenas de suministro” mediante la localización de su producción en países alternativos más seguros. De nuevo, un ejemplo ilustra mejor esta dinámica: Apple está empezando a fabricar sus dispositivos insignia, como el iPhone o los MacBooks, en India y Vietnam, cuando hasta la fecha lo hacía casi exclusivamente en China. En esta ecuación también entra en juego la degradación del entorno empresarial que ha experimentado el gigante asiático desde el estallido de la pandemia con las políticas “cero Covid” y “prosperidad común”, centradas sobre todo en lograr un mayor control por parte del Partido Comunista de China (PCCh).

No obstante, la realidad es mucho más compleja. China lleva más de cuatro décadas aumentando su influencia en las cadenas de valor globales, consolidándose como el mayor polo manufacturero del planeta. En 2021 representó el 31% del total mundial del valor agregado manufacturero, dato que no ha parado de crecer desde 2004, cuando se situó por debajo del 10%. Como consecuencia, siguiendo el análisis de Rhodium Group, “incluso los flujos de FDI aparentemente significativos hacia [países alternativos] terminan trasladando solo pequeñas fracciones de la producción y la capacidad exportadora de China al extranjero”. Esto se debe, asimismo, a que el gigante asiático dispone de una abundante mano de obra, una potente red de infraestructuras y una sólida conexión con los mercados internacionales.

El hecho de que las empresas occidentales continúen trasladando su producción no significa que reduzcan significativamente su dependencia del mercado y los proveedores chinos. Si bien sus fábricas pueden reubicarse en otros destinos como Vietnam, India, Indonesia o México, estos países siguen necesitando los insumos básicos que se producen en el gigante asiático o incluso por compañías chinas ubicadas en el extranjero. 

Esta particularidad se puede observar en los integrantes que componen el Marco Económico de Indo-Pacífico (IPEF), una iniciativa liderada por Estados Unidos que pretende impulsar la diversificación de las cadenas de suministro. En líneas generales, los  catorce países que forman parte del IPEF dependen mucho más de China que en 2010, siendo el mercado chino la principal fuente de importaciones para trece de ellos. Con México –ejemplo usado anteriormente– también ocurre lo mismo: las compras procedentes de China superaron los 77.000 millones de dólares en 2022, prácticamente el doble que en 2020 y casi el triple que en 2013. 

Por último, es necesario tener en consideración que Pekín lidera y seguirá liderando en el futuro muchas fases de las cadenas de suministro globales o sectores productivos, incluidos varios considerados como estratégicos. La influencia de China en la tecnología verde es una realidad que evidencia este matiz. De promedio, según la Agencia Internacional de la Energía (IEA), el país asiático acapara el 65% de la capacidad global de producción de siete tecnologías necesarias para la transición ecológica, incluyendo los molinos eólicos para los parques terrestres (onshore) y marinos (offshore), los electrolizadores para producir hidrogeno y los paneles solares. Asimismo, también encabeza el procesamiento de metales vinculados a este sector, como el 35% del níquel, el 58% del litio o el 87% de las tierras raras. 

El futuro de los vínculos con China

¿Significa esto que la diversificación es imposible? No, para nada, pero refleja que es un proceso muy complejo, costoso y extremadamente lento. China lleva décadas siendo la fábrica del mundo con un mercado de consumo de 1.400 millones de personas y eso no va a cambiar de la noche a la mañana. Asimismo, en Occidente existen múltiples contradicciones internas que impiden u obstaculizan sus objetivos. Esto es especialmente visible en la Unión Europea, no solo por la extrema dependencia que tienen algunas empresas europeas del mercado chino –como las alemanas Infineon, BASF o Siemens–, sino también por las divisiones entre los diferentes países que componen el bloque. 

Algunas capitales abogan por reducir riesgos –como Países Bajos, Finlandia, Suecia o Lituania–, pero otras prefieren seguir estrechando los vínculos comerciales con China sin tener tanto en consideración cuestiones relacionadas con la seguridad nacional. En este último grupo destacan las posiciones de Portugal, España, Grecia, Bulgaria o Hungría. Durante su viaje oficial a la ciudad china de Tianjin en junio de 2023, el ministro de Exteriores húngaro, Peter Szijjarto, llegó a calificar el de-risking como un “suicidio brutal” para la economía europea. Incluso los países que están preocupados por la dependencia no tienen articulada una estrategia muy bien definida. Cabe recordar que cuando el canciller germano Olaf Scholz viajó a Pekín para reunirse con Xi Jinping a finales de 2022 lo hizo junto con una delegación de representantes de las grandes empresas del país porque “sigue siendo un socio comercial importante”.En definitiva, aunque el de-risking se intensifique en los próximos años fruto de las tensiones geopolíticas, es necesario entender que Pekín seguirá liderando muchos sectores y procesos productivos claves para la economía global.