Niñas de familias afectadas por ocho años de guerra y bloqueo reciben comidas gratuitas proporcionadas por una cocina benéfica en la zona de Mseek en Saná, Yemen. (Mohammed Hamoud/Getty Images)

Frente al aumento y complejidad de las crisis en el mundo, cabe preguntar si hay una excesiva utilización de la acción humanitaria en contextos que demandarían otro tipo de intervención más focalizada en abordar los factores que generan las crisis o, incluso, soluciones multidisciplinares y de otra envergadura.

Es evidente que las crisis proliferan en el mundo, tan es así que se habla muchas veces de una era de “policrisis”. Estas crisis (la guerra en Ucrania, los golpes de Estado en el Sahel, Afganistán bajo los talibanes, por solo mencionar algunas de ellas) pueden tener raíces políticas, económicas o climáticas -o una combinación de varios factores-, pero invariablemente sus efectos cruzan fronteras, con lo cual requieren alguna respuesta de la comunidad internacional.

Ahora bien, dicha respuesta muchas veces termina realizándose por la vía “más fácil” y más visible, como es la acción humanitaria. De esta manera, las diversas crisis que surgen se definen frecuentemente como “crisis humanitarias” como si la solución fuera exclusivamente fruto del trabajo humanitario. El problema que se plantea es que la acción humanitaria no está diseñada para resolver crisis de cualquier tipo, sino para salvar vidas. Sin embargo, actualmente está siendo utilizada como la principal herramienta para abordar crisis súbitas y prolongadas a lo largo del planeta, centrando la atención y el grueso de los recursos en las situaciones actuales y dejando un reguero de “crisis olvidadas” que reciben cada vez menos recursos humanitarios.

Nos enfrentamos, pues, a la necesidad de explorar y potenciar otras formas de responder a las crisis que sean más eficaces y sostenibles. No existe una respuesta fácil a este dilema, pero parece que un ingrediente clave de la reflexión tiene que ver con revisar el papel que debe jugar la acción humanitaria, lo cual implica analizar a fondo el modelo actual en el que parece que cada “necesidad” debe cubrirse con un programa humanitario.

La acción humanitaria ha ido evolucionando de manera progresiva desde su origen que se remonta a la Batalla de Solferino de 1864 en el que la ayuda estaba centrada en socorrer a los heridos en la contienda. Durante este tiempo se han producido diversos hitos como la creación de los principios humanitarios o la institucionalización de la ayuda, así como un claro aumento de la financiación desde los 90 o la puesta en marcha de nuevos enfoques como el triple nexo acción humanitaria-desarrollo-paz. La acción humanitaria ha ido también transformándose y aprendiendo de errores como la desastrosa respuesta al genocidio de Ruanda o la más reciente y controvertida al conflicto de Afganistán. 

En la actualidad, las necesidades humanitarias en el mundo siguen creciendo. Cada año las solicitudes de fondos humanitarios por parte de Naciones Unidas establecen un récord; para 2023 se requieren 56 mil millones de dólares. En paralelo la financiación humanitaria aumenta; entre 2010 y 2020 mientras la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) total se incrementó un 33%, la AOD humanitaria lo hizo en un 73%. Sin embargo, a pesar de la sustancial subida, los recursos disponibles nunca llegan a cubrir las necesidades, generando un ciclo de frustración. No en vano el sistema humanitario sigue dependiendo de contribuciones de un grupo relativamente pequeño de donantes.

Esta paradoja se produce porque la acción humanitaria se está viendo impulsada a abordar cuestiones más propias del desarrollo de más largo plazo, así como a mantenerse en contextos de crisis prolongadas porque los actores tradicionales de desarrollo no pueden, generalmente por factores externos como la inseguridad o inestabilidad política, o se resisten a entrar. Por ejemplo, tras el reciente golpe de Estado en Níger algunos países suspendieron la ayuda bilateral, mientras que la ayuda humanitaria no ha dejado de facilitarse al ser imprescindible la asistencia a la población vulnerable, 4,3 millones de personas con necesidades humanitarias, de uno de los países más pobres del mundo. Es en estos contextos en que se demuestra que la acción humanitaria es necesaria y que debe preservarse frente a cualquier tipo de injerencias. Cabría preguntar si la situación política se alarga, si la acción humanitaria no se vería abocada a asumir intervenciones de más largo recorrido que exceden su mandato y sus capacidades.

En ese marco de sobreutilización de la acción humanitaria es importante analizar los riesgos que ello supone para el cumplimiento de los objetivos para los que fue creada que no es otro que salvar vidas humanas, aliviar el sufrimiento y mantener y proteger la dignidad humana en situaciones de emergencia. 

Miembro de la Media Luna Roja muestra sacos de harina en agosto de 2023 en Aghdam, Azerbaiyán. (Aziz Karimov/Getty Images)

Uno de los principales riesgos es que puedan vulnerarse o desvirtuarse los principios humanitarios, la piedra angular del entramado humanitario. Si bien el principio de humanidad no parece que esté comprometido al tratar los actores de aliviar el sufrimiento causado por los conflictos y los desastres proporcionando un trato respetuoso a la dignidad humana, cabe reflexionar si los principios de imparcialidad, neutralidad o independencia fueron respetados, por ejemplo, en los 33 conflictos armados de 2022. La realidad es que en países donde los conflictos son más letales como Irak, Malí, Myanmar, Mozambique (norte), Siria, República Democrática del Congo, Somalia, Sudán del Sur, Yemen, entre otros, se trabaja sin descanso en atender a millones de personas que requieren asistencia humanitaria urgente de todo tipo: alimentación, salud, cobijo, educación o protección. 

La neutralidad genera controversia en contextos como Ucrania pues, desde que se produjo la invasión, se han destinado ingentes recursos a la emergencia y se ha llevado a cabo una intervención sin precedentes que durante meses ha invisibilizado otros escenarios humanitarios. La movilización de la ayuda se está prestando en las zonas controladas por Ucrania al no aceptar Rusia la neutralidad de los actores humanitarios y bloquear el acceso humanitario a áreas bajo su control como Jersón, seriamente afectada por la destrucción de la presa de Kajovka. En otros contextos como las guerras en Yemen y Afganistán las dificultades son similares al poner en duda alguna de las partes del conflicto la neutralidad de los humanitarios. 

El principio de imparcialidad podría estar también en peligro en algunas situaciones como, por ejemplo, cuando por condicionantes externos, debido a las dificultades de acceso humanitario en Siria y las sanciones al régimen de Bashar al Assad, sería necesario valorar si la respuesta de emergencia tras un desastre natural como los terremotos de Siria y Turquía de febrero de este año fue acorde a las necesidades o si se llevó al límite el principio de imparcialidad viéndose las víctimas sirias relegadas frente a las turcas. 

Otro de los principios en la cuerda floja sería la independencia con la llamada “politización de la ayuda” que pone de manifiesto que es posible que la ayuda humanitaria no se preste en función de las necesidades sino en base a otro tipo de intereses de los donantes. La independencia se vulnera, por ejemplo, cuando los actores humanitarios tienen enormes dificultades para realizar sus programas en Gaza bajo acusaciones de “connivencia” con los grupos armados palestinos o cuando los actores humanitarios se vuelcan en un contexto, Ucrania, por intereses geoestratégicos de los donantes en detrimento de otras crisis que la Emergency Watchlist de 2023 del Comité Internacional de Rescate sitúa por delante como Somalia, Etiopía o Afganistán.

Otro punto de tensión es la focalización de las intervenciones en las crisis más recientes sin tener en cuenta otras necesidades humanitarias. En un mundo globalizado en el que la inmediatez prima sobre otros factores, la ayuda humanitaria se pone en marcha rápidamente cuando surge una emergencia y los medios de comunicación focalizan la atención sobre la misma. En ese momento la comunidad internacional responde con contribuciones y compromisos, pero en cuanto surge otra situación crítica la anterior se posterga al olvido o, incluso, se pierde interés en un breve plazo de tiempo y desaparece de la agenda internacional. Los ejemplos de esta tendencia son numerosos, pero uno de los más claros fue la respuesta tras el terremoto de Haití de 2010. Los esfuerzos para responder a la catástrofe fueron enormes, pero pasados los años y a pesar de que la situación sigue siendo grave al ser el país más pobre de América Latina y Caribe, la comunidad internacional ha dejado de tener presencia y ahora que las condiciones son sumamente críticas es necesario reconstruir el sistema humanitario prácticamente de cero. En ocasiones, estas situaciones pasan a convertirse en “crisis olvidadas” en las que lejos del foco mediático la situación es compleja como, atendiendo al índice de ECHO, en República Democrática del Congo, Camerún, Sudán, Bangladesh (refugiados rohingya), Líbano o Colombia, entre otras.    

El perjuicio de convertir la ayuda humanitaria en una especie de comodín tiene también consecuencias negativas para los actores humanitarios que pueden ver cómo sus mandatos y objetivos se ven contaminados por otros intereses y pierden su identidad y legitimidad en algunos escenarios. Las limitaciones de acceso a las personas más vulnerables es uno de los graves riesgos que conlleva esta situación al depender en numerosas ocasiones de las percepciones que una intervención errónea puede acarrear.

Con el fin de evitar las consecuencias de la sobre utilización de la acción humanitaria en este contexto de “policrisis”, sería conveniente responder a las crisis de manera coherente, coordinada e integral identificando las necesidades y adoptando el enfoque más adecuado a cada situación. Esto permitirá aplicar los mecanismos e instrumentos que mejor se adapten sin sobrecargar a la acción humanitaria y preservando su importante objetivo que es salvar vidas. Si bien la ayuda humanitaria puede tener algunas dificultades y quizá no sea la panacea, no cabe duda de que hoy es más necesaria que nunca y que los principios humanitarios deben prevalecer frente a otros intereses.

Esta obra ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Cultura