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La foto muestra la deforestación en parte de la selva amazónica en el norte de Brasil, agosto de 2019. CARL DE SOUZA/AFP/Getty Images

Partiendo de la reciente controversia sobre la Amazonía, es necesario abordar la situación jurídica de este territorio y del sistema terrestre, así como las consecuentes implicaciones ambientales, políticas y económicas. Aunque la selva amazónica no es un bien común, el trabajo biogeofísico producido allí sí lo es.

A lo largo de estas últimas semanas, se ha suscitado en los medios de comunicación y en la sociedad civil un debate mundial sobre el incendio de la selva amazónica y el papel crucial de ésta como los pulmones de nuestro planeta. Se ha reavivado la discusión sobre el estatus legal de este bien, derivando en un enfrentamiento diplomático entre Brasil y Francia. Lo que no se sabe –y de lo que por tanto no se habla– es que la crisis amazónica es esencialmente el resultado de una paradoja no resuelta en el Derecho Internacional, que pone a nuestro planeta en camino de convertirse en una Tierra invernadero: la invisibilidad jurídica y socioeconómica de los recursos naturales intangibles.

Dicha invisibilidad ha hecho surgir un conflicto de base entre el concepto de soberanía territorial tangible, que tiene límites territoriales claramente definidos, y el funcionamiento global del sistema terrestre, que es global, indivisible –no respeta los límites territoriales– e intangible desde el punto de vista jurídico.

La Amazonía, en tanto que uno de los ecosistemas terrestres críticos para el mantenimiento de un sistema terrestre en buen funcionamiento, se encuentra inevitablemente en el centro de esta paradoja. En la raíz de la controversia sobre la Amazonia se encuentra la contradicción entre su verdadero valor y la forma en que las economías actuales reconocen la creación de valor y riqueza: la extraordinaria importancia ecológica de la Amazonía no puede medirse en kilómetros cuadrados, ni en toneladas de madera, soja o carne; más bien habría de medirse en términos de la cantidad total de funciones bioquímicas y procesos físicos que aporta este ecosistema. Su papel fundamental en la estabilización y funcionamiento de los ciclos biogeofísicos mundiales es incomparablemente mayor que el valor de las mercancías que se pueden extraer de ella. Pero, desgraciadamente, este trabajo natural es ignorado por la ley y permanece, por tanto, invisible para nuestras economías y sociedades.

En el marco del Derecho Internacional actual, los países a los que históricamente les ha correspondido una parte del territorio amazónico se han visto condenados a destruir parte del mismo para añadir riqueza a su PIB; y siguen percibiendo esta destrucción como su único valor económico. Por esta razón, la Amazonía representa un ejemplo perfecto de la disfuncionalidad legal subyacente en nuestras economías que, como dice la economista Mariana Mazzucato, se centran en la extracción de valor en lugar de en su creación.

La atmósfera altamente compleja de la Tierra fue creada y es regulada continuamente por la vida, y en ello la contribución de la Amazonía es fundamental. ¿Cómo es posible entonces que el valor de un territorio como este sólo se visibilice en los PIB de Brasil, Guyana, Guyana, Guayana Francesa, Surinam, Ecuador, Colombia, Venezuela, Bolivia o Perú –y en sus decisiones políticas centradas en el PIB– en el momento en que se destruye y se convierte en madera o en terrenos de pasto? ¿Es el valor de la soja superior a la contribución intangible de la Amazonia en la regulación de la composición química de la atmósfera, los océanos y los suelos? ¿Por qué los activos globales intangibles no se reconocen y respetan todavía en los sistemas jurídicos, políticos y económicos humanos?

Para responder eficazmente a estas preguntas se requiere un pensamiento crítico, interdisciplinario y creativo, así como soluciones prácticas, además de la capacidad de cuestionar creencias arraigadas que se desarrollaron en una época en la que no existía ningún conocimiento sobre el concepto de “sistema terrestre”. Afortunadamente, la ciencia planetaria ha recorrido un largo camino y ahora es posible definir los procesos clave que sustentan el funcionamiento de este sistema –los límites planetarios– y medir cuantitativamente el estado biogeofísico favorable que corresponde a un sistema terrestre en buen funcionamiento. Este es el espacio operativo que resulta seguro para la humanidad.

Ha llegado el momento de que nuestros modelos y procesos socioeconómicos reconozcan y asuman este nuevo conocimiento científico; desde un punto de vista jurídico, tenemos ahora la capacidad científica, así como la obligación moral, de establecer como objeto inmaterial de Derecho Internacional el estado estable y en buen funcionamiento del sistema terrestre, el cual, por su carácter global e indivisible, habría de pertenecer a toda la humanidad. Este reconocimiento de un buen funcionamiento del sistema como Patrimonio Natural Inmaterial de la Humanidad es un requisito previo para el desarrollo de un sistema de contabilidad capaz de recoger lo que hoy en día la economía considera externalidades (positivas, como la labor bioquímica de la Amazonia, y negativas, como la contaminación), y de lograr su pleno reconocimiento en las sociedades humanas.

Un planeta con un sistema terrestre fuera de ese estado favorable no nos puede servir de casa. Pero, por desgracia, hasta el momento, su inexistencia legal ha dado como resultado una estructura de gobernanza global en la que los procesos biogeofísicos planetarios son invisibles y externos a los procesos legales, políticos y económicos; en la que el verdadero valor de la Amazonía está aún por ser visto y reconocido por la humanidad.

Como dijo el ministro brasileño Augusto Heleno: Es una “tontería” decir que la Amazonía es patrimonio común de la humanidad. Nuestro patrimonio común es el sistema terrestre en su totalidad, no el territorio amazónico que se encuentra bajo la soberanía de nueve países. Sólo reconociendo legalmente nuestro bien común global supremo –el sistema terrestre– dentro del cual se podrían recoger y contabilizar los beneficios producidos por la Amazonía, es posible reconocer el verdadero valor de la selva amazónica, así como reconocer y proteger la función intangible de sostenimiento de la vida que ésta proporciona, sin necesidad de destruirla.

El sistema terrestre es esa verdad incómoda que nos resistimos a ver y que, a pesar de ser inexistente desde el punto de vista legal, afecta a la supervivencia de todos, y está en boca de todos; sólo reconociendo su existencia podemos alinear nuestros sistemas legales, políticos y económicos con los ciclos biogeofísicos que sostienen la vida.

La naturaleza no es sólo lo que podemos ver y tocar. Si logramos el enorme desafío en materia de gobernanza que supone garantizar un futuro sostenible para la humanidad, la labor intangible de la naturaleza debe ser reconocida y respetada en nuestros ciclos jurídicos, políticos y económicos, y debe darse valor a lo que realmente importa.