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Un grupo de personas se manifiesta en Taipei (Taiwán) en apoyo a Hong Kong. (SAM YEH/AFP/Getty Images)

He aquí las claves para entender la relación de Pekín con Taiwán y Hong Kong. 

En su aclamada novela Gweilo, el escritor británico Martin Booth rememora su infancia como expatriado en el Hong Kong colonial. Un pasaje del libro se centra en el verano de 1953, cuando Booth presencia las coloridas festividades que tienen lugar con motivo de la coronación de la actual reina británica, Isabel II. “Las tiendas —cuenta Booth— exhibían fotos enmarcadas de la reina, a veces al lado de algunas de Chiang Kai-shek. Un comerciante valiente mostró a la reina al lado del comandante Mao”.

Este breve fragmento esboza la compleja relación trapezoidal entre el Reino Unido, Hong Kong, Taiwán y la China continental. Por supuesto, el panorama ha cambiado mucho desde los tiempos de posguerra. Para empezar, el Reino Unido devolvió Hong Kong a China en 1997, un acontecimiento que dio el golpe de gracia al Imperio británico. Por su parte, Taiwán dejó de albergar el gobierno internacionalmente reconocido de China y se ha transformado en una democracia, en la que el Kuomintang —liderado en su día por el nacionalista chino Chiang Kai-shek— se encuentra actualmente en la oposición. Mientras tanto, China ha superado la oscura época de Mao, hasta el punto de convertirse en un rival de Estados Unidos por la hegemonía mundial.

No obstante, en esta suerte de trapezoide geopolítico se perciben también ciertos elementos de continuidad, más allá de que la reina Isabel siga ocupando su trono casi siete décadas después. Y es que, desde su fundación en 1949, la República Popular China no ha dejado de considerar a Taiwán como parte de su territorio. El Kuomintang sigue aspirando también, al menos teóricamente, a una reunificación china (aunque de acuerdo con sus propios términos). En Hong Kong, que sigue sin ser una democracia, el Estado de derecho heredado de la administración colonial británica se mantiene por ahora robusto. Y, pese a sus muchas diferencias históricas y sociopolíticas, Hong Kong y Taiwán se siguen mirando de reojo, sabedoras de que sus caminos están parcialmente conectados.

De hecho, el macabro episodio que desencadenó las actuales protestas en Hong Kong tuvo lugar en Taiwán. Fue allí donde un joven hongkonés asesinó a su pareja el año pasado, como confesó una vez ya había retornado a Hong Kong. Sin embargo, el acusado no podía ser procesado en Hong Kong por un crimen cometido en Taiwán, y la orden de captura emitida por las autoridades taiwanesas se topó con que no existe un acuerdo de extradición entre ambos territorios. La jefa Ejecutiva de Hong Kong, Carrie Lam, trató de sacar partido de la indignación popular para presentar un proyecto de ley de extradición que no solo incluía a Taiwán, sino también a la China continental. Este movimiento fue percibido como un intento velado de erosionar la independencia judicial y los derechos civiles de Hong Kong, lo que contravendría la Ley Básica que rige sobre la región desde 1997.

 

Un país, dos sistemas, tres decorados

El régimen de semiautonomía que China concedió a Hong Kong se apoya en el principio de “un país, dos sistemas”. Este principio —que fue acuñado a principios de los 80— no estaba previsto originalmente para Hong Kong, sino para Taiwán. Pero han sido Hong Kong y la antigua colonia portuguesa de Macao las regiones que se han terminado adhiriendo a él; la primera con una manifiesta incomodidad y la segunda con mucha más docilidad. En lugar de servir de acicate para una potencial incorporación de Taiwán, como era la esperanza del Partido Comunista chino, la convulsa experiencia hongkonesa solo ha contribuido a desacreditar la fórmula de “un país, dos sistemas” a ojos de los taiwaneses, que siempre han recelado de ella.

Las protestas que están atormentando al Gobierno de Hong Kong —y al de Pekín— demuestran que el malestar ciudadano trasciende el proyecto de ley de extradición, que Carrie Lam ya ha anunciado que retirará. Aunque existe una cierta heterogeneidad en los objetivos últimos de los manifestantes, estos comparten una serie de inquietudes. Algunas son subyacentes, como la galopante desigualdad, los elevadísimos precios de la vivienda y el encaje presente y futuro de Hong Kong en China. Otras conforman una agenda más concreta, que incluye la exigencia de que tanto la Jefatura Ejecutiva como la totalidad del Consejo Legislativo (y no solo la mitad, como sucede hoy) sean elegidos por sufragio universal y sin cortapisas.

En 2014, Pekín llegó a aceptar la elección de la Jefatura Ejecutiva por sufragio universal, pero con una condición: solo podrían presentarse aquellos candidatos aprobados por un Comité de Nominación, al estilo del sistema iraní. La composición de este Comité de Nominación sería similar a la del Comité de Elección que votó por Carrie Lam y sus predecesores, y que se encuentra dominado por el establishment a favor de Pekín. El amplio rechazo a la propuesta por parte de los demócratas hongkoneses dio lugar al “Movimiento de los Paraguas” original, cuya secuela llevamos presenciando los últimos cinco meses.

 

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Una mujer construye un muro en señal de protesta en una calle de Hong Kong. (MOHD RASFAN/AFP/Getty Images)

China mira hacia fuera y hacia el futuro

Algunos activistas prodemocracia de Hong Kong han reclamado la implicación del Reino Unido, al que atribuyen ciertas responsabilidades como antiguo poder colonial. Sin embargo, la cruda realidad es que el peso relativo del Reino Unido frente al de China es actualmente ínfimo, y que la propia democracia británica se encuentra en plena crisis existencial debido al caos del Brexit. De hecho, los manifestantes han depositado más esperanzas en Estados Unidos, donde el Congreso está valorando tomar una línea más firme que la seguida hasta ahora por el presidente Trump. Pero la misma respuesta estadounidense que los manifestantes consideran insuficiente ha sido caracterizada por Pekín como una injerencia intolerable. Esta narrativa de subversión extranjera, así como el temor a un efecto contagio en la China continental, empujan al Partido Comunista a actuar con mano dura.

Como suele ocurrir, no obstante, Pekín se está viendo obligada a hacer ejercicios de equilibrismo, dado que también tiene buenas razones para adoptar una postura relativamente comedida. Si bien es cierto que China no depende tanto de Hong Kong como hace unas décadas, la ciudad sigue siendo uno de los mayores centros financieros a nivel global y una puerta al mundo que el Partido Comunista necesita mantener abierta. Además, China ha de preocuparse por otro posible efecto contagio: el de Hong Kong sobre Taiwán. Cualquier reacción desmesurada por parte de Pekín corre el riesgo de avivar las suspicacias taiwanesas y alejar todavía más la posibilidad de una reunificación pacífica de China, el escenario ideal con el que sueña Xi Jinping para poner la guinda a su legado.

Por si la situación no fuese suficientemente delicada, al Partido Comunista se le acumulan las fechas señaladas. En el 70 aniversario de la fundación de la República Popular China, que se conmemoró el pasado 1 de octubre, las exhibiciones de nacionalismo y militarismo chino se vieron empañadas por los graves enfrentamientos que tuvieron lugar en Hong Kong. Puede que los personajes y el entorno sean hoy muy distintos a los que describió Martin Booth en Gweilo, pero ciertos patrones persisten: toda celebración pública es vista por los hongkoneses como una invitación a airear sus discrepancias políticas, en ocasiones con infaustas consecuencias.

Mientras tanto, Taiwán se prepara para acoger sus decimoquintas elecciones presidenciales y sus décimas elecciones legislativas, que coincidirán en el día 11 de enero. Las encuestas indican que la presidenta Tsai Ing-wen, del Partido Progresista Democrático, está bien posicionada para derrotar de nuevo al candidato del Kuomintang. Pese a que Hong Kong es un elemento secundario en la agenda política de Taiwán, cabe esperar que las tensiones favorezcan a Tsai, cuyo partido hace bandera de la identidad taiwanesa y defiende un alejamiento de Pekín.

En el horizonte más lejano se vislumbra el año 2047. Será entonces cuando expire el compromiso de China de respetar el “segundo sistema” hongkonés, de acuerdo con la Ley Básica. Parecería, pues, que el tiempo juega a favor de quienes desean que China tenga un control más férreo sobre Hong Kong. Pero hay otra cuenta atrás en marcha en Hong Kong, y también en Taiwán: la que obedece al sentir de sus respectivas poblaciones, cada vez menos identificadas con China. De cómo responda Pekín a estas intrincadas dinámicas no depende solamente el futuro de China, sino también el de las relaciones entre grandes potencias en el siglo XXI.