Manifestantes pro palestinos queman una bandera israelí dibujada en una manifestación contra Israel en París, Francia. (Francois Guillot/AFP/Getty Images)
Manifestantes pro palestinos queman una bandera israelí dibujada en una manifestación contra Israel en París, Francia. (Francois Guillot/AFP/Getty Images)

Desencuentros e indefiniciones han marcado la relación de los partidos de izquierda de Europa y el Estado de Israel.

Al Partido Laborista inglés le azota una agria polémica. Según Kate McCann, corresponsal de The Telegraph, además de los tres miembros del partido suspendidos por comentarios y actitudes calificadas por antisemitas por la misma formación política, hasta otros 50 han sido expulsados, secretamente, por el mismo motivo. También el periodista británico John Carlin ha lamentado la situación en El País: "El virus antijudío infecta a la izquierda".

Ciertamente, los comentarios del ex alcalde de Londres Ken Livingstone o de la parlamentaria Naz Shah, ambos laboristas, van más allá de toda crítica legítima hacia Israel o hacia sus políticas.

Shah empezó todo el revuelo sugiriendo, como solución al conflicto entre israelíes y palestinos, “transportar” a Israel y a todos sus ciudadanos a Estados Unidos. Puede que haya motivos electorales detrás, lo que haría a sus declaraciones aún más repudiables. En este sentido, el historiador británico Niall Ferguson apunta que Shah buscaba movilizar el voto musulmán en Londres —que supone la mitad del electorado de su circunscripción, Bradford West—.

Livingstone, por su parte, en apoyo a Shah declaró: "Cuando Hitler ganó su elección en 1932 su política era que había que mover a los judíos a Israel…Estaba a favor del sionismo hasta que se volvió loco y acabó matando a seis millones de judíos". El ex alcalde de Londres afirmó incluso que odiar a los judíos que viven en Israel no es antisemitismo. Sadiq Khan, entonces candidato laborista y hoy alcalde de Londres, calificó las palabras de su ahora ex compañero de filas como “atroces y repugnantes”.

En cualquier caso, que existe un problema en el Partido Laborista sobre la posición respecto a Israel es indudable. La reacción de todos los periódicos y expertos sobre el tema ha sido unánime en este punto. Jonathan Freedland pedía a los laboristas en The Guardian que “trataran a los judíos igual que a las otras minorías”. Nick Cohen, también en las mismas páginas, atribuye este brote de actitudes antisemitas a la nueva línea del partido tras la llegada de Corbyn y pone como ejemplo el apoyo público que mostró el líder laborista al islamista Raed Salah. En 2009 Corbyn dijo: "Será un placer y un honor para mí acoger en el Parlamento un acto en el que hablarán nuestros amigos de Hezbolá. También he invitado a Hamás a hacer lo propio". Tanto Hamás como el ala militar de Hezbolá están en la lista de organizaciones terroristas de la Unión Europea desde el año 2003 y 2013, respectivamente.

Este problema no es local y exclusivo de la política británica y del Partido Laborista. Es asimismo menester recordar que estos comportamientos los han realizado miembros del partido individualmente, no es la línea ideológica oficial, sin contar con que el anterior líder de los laboristas era el judío Ed Miliband. Sin embargo, es un reflejo del constante e inconcluso debate que alberga la izquierda europea, especialmente desde la guerra de los Seis Días en 1967, en lo que a Israel y al conflicto con los palestinos se refiere.

Del idilio al rechazo

La izquierda europea y mundial apoyó la creación de Israel y albergó una gran fascinación por el movimiento de las comunas agrícolas en Israel (kibbutz) en donde las tesis colectivistas parecían funcionar, rodeadas del aura mítica que desprendían pioneros refugiados que huían de las persecuciones y demostraban, fusil en ristre y pala en mano, que la alternativa al capitalismo era posible.

Que Checoslovaquia fuera el único país que vendió armas a Israel en 1948 con la idea de atraerlo de la órbita socialista o que Jean Paul Sartre apoyara sin fisuras a Israel contra los países árabes durante la guerra de Yom Kippur en octubre de 1973 son pruebas del idilio entre la izquierda mundial e Israel durante, al menos, los primeros 30 años de existencia del Estado. Además, el establishment fundador de Israel era izquierdista: el hegemónico partido político Mapai estuvo en el poder hasta el año 77 (29 años) e instituciones como la poderosa central sindical Histadrut, o el mismo Ejército, regían sus organizaciones mediante fuertes valores socialistas.

Luego todo cambió y la admiración y la simpatía que desprendía Israel acabaron diluyéndose. En su libro Israel y la izquierda europea: entre la solidaridad y la deslegitimación el profesor de la Universidad de Londres, Colin Shindler, intenta dar respuesta a la siguiente afirmación: “En 1945, cuanto más de izquierdas era alguien, más posibilidades tenía de ser sionista. Hoy sucede justamente lo contrario”.

De acuerdo con Shindler, y pese a que la mayor parte de su obra ahonda en la relación entre el marxismo primigenio, el bolchevismo y los judíos, varios factores fueron protagonistas en el cambio de actitud de la izquierda europea hacia Israel, entre ellos, el trato a los palestinos, la política de asentamientos, la relación especial con Estados Unidos -una relación "más allá de la política" en palabras de Obama-, y el creciente nacionalismo religioso entre los israelíes.

Conforme las guerras con las naciones árabes colindantes fueron cesando, e Israel entraba en 1967 en Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este y los Altos del Golán, para la izquierda europea el Estado judío pasó de suponer la liberación de un pueblo perseguido y masacrado a ser visto como una potencia ocupante y colonizadora. El crecimiento de la influencia de los religiosos en la política israelí desde finales de los 70 tampoco ayudó a que la izquierda retuviera su simpatía por el sionismo, como tampoco lo hizo estrechar lazos con los estadounidenses. El ideal que los izquierdistas tenían de Israel empezaba a cambiar radicalmente. El sionismo ya no era un movimiento nacionalista romántico y de corte socialista, sino una ideología etnocrática, colonizadora, y apoyada por Washington; por tanto, repudiable para la izquierda.

En suma, Israel fue en un principio un proyecto ilusionante y querido, para convertirse más tarde en el opresor del pueblo palestino -una de las causas políticas del siglo XXI- con el beneplácito del imperialismo yankee. Una imagen que ha ido creciendo en distorsión hacia el electorado de izquierdas.

Euston, Tsipras y los laboristas

Ha habido en esta línea intentos por cambiar esta creciente percepción. Jonathan Miller, político demócrata estadounidense, escribió hace unos años The Liberal Case for Israel en el cual intenta mostrar que Israel es actualmente, y por muchos motivos, una causa defendible para los progresistas. El razonamiento de Miller es sencillo: la protección social, la igualdad de oportunidades, la pluralidad política o las libertades públicas, entre ellas la sexual, hacen que Israel sea algo mucho más grande que los colonos de Cisjordania. Aunque la foto principal para la izquierda en general siga siendo la descrita por Peter Beinart en The New York Times en el año 2012: “Hay dos Israel: una democracia genuina y vibrante dentro de la línea verde y una no democracia étnica más allá de la línea verde” (la línea verde es la frontera provisional que Jordania e Israel acordaron en el armisticio en 1949, siendo la línea divisoria entre el Israel reconocido internacionalmente y Cisjordania).

No obstante, y a pesar de la falta de criterio unánime, muchos líderes políticos e ideólogos en la izquierda aumentaron su antipatía hacia Israel, sobre todo durante la Segunda Intifada. En España, la hostilidad de la izquierda hacia Israel tocó su techo cuando durante la guerra de Líbano de 2006 Zapatero se fotografió con una kefiya palestina. El entonces portavoz del PSOE Pepe Blanco declaró tajantemente que las víctimas civiles eran “objetivo buscado” por parte de Israel -lo que es una acusación abierta y formal de cometer crímenes de guerra.

A este respecto, el 25 de mayo de 2006 un grupo de intelectuales de izquierdas europeos, entre ellos Norman Geras, Alan Johnson o Francis Wheen, firmaron el manifiesto de Euston, que quiso revisar una actitud marcadamente desfavorable de la izquierda contra Israel durante la Segunda Intifada y contra EE UU después del 11S. El texto identifica en su Declaración de principios al antisionismo con el antisemitismo sin ningún tapujo: “Algunos explotan los legítimos agravios del pueblo palestino sometido a la ocupación israelí para enmascarar sus prejuicios contra el pueblo judío detrás del eslogan del ‘antisionismo’. De más está decir que también nos oponemos a este tipo de racismo.”

Euston no ha sido masivamente acogido por los partidos de izquierda en Europa y no ha servido para que el debate sobre Israel persista sin atisbos de llegar a una posición común. Una muestra evidente de ello, de que el debate respecto a Israel vaga por la izquierda europea sin dirección, es la posición de Alexis Tsipras. Recientemente, el primer ministro griego, uno de los iconos caídos de la izquierda europea más combativa, ha aplicado la realpolitik y ha sellado una muy fuerte alianza con Israel, apoyando la capitalidad de Jerusalén y rechazando etiquetar los productos provenientes de las colonias judías en Cisjordania tal y como marcan las directrices de la Comisión Europea.

La izquierda mundial, y concretamente la europea, tiene razones para criticar a Israel. Lo que no puede es sobrepasar toda crítica y situarse en el antisemitismo. Una postura acorde y unánime sería lo más conveniente para evitar lo que está pasando en el Partido Laborista y en otros partidos europeos de izquierda.