Estudiantes tailandeses protestan contra la junta militar frente a la policía, Bangkok. Borja Sanchez-Trillo/Getty Images
Estudiantes tailandeses protestan contra la junta militar frente a la policía, Bangkok. Borja Sanchez-Trillo/Getty Images

Los militares están a punto de cumplir dos años en el poder en el país asiático y, a pesar de haber incrementado la represión, los conatos de resistencia crecen.

Cuando Prayuth Chan-ocha tomó el poder en Tailandia en un golpe de Estado el 22 de mayo de 2014 aseguró que su principal prioridad era “devolver la felicidad” a un país que lleva más de diez años inmerso en una profunda crisis política. Tras seis meses de protestas contra el Gobierno en las calles de la capital, el general solucionó el conflicto con un escueto: “Voy  tener que tomar el poder”. Prayuth sacó entonces a los soldados a las calles, pero sin dar un solo tiro, los puso a bailar y a cantar para intentar convencer a los tailandeses y a la opinión pública internacional de que los militares habían llegado al poder para restablecer la armonía entre sus ciudadanos.

La tarea se le está complicando, sin embargo, al general y los conatos de resistencia han ido en aumento durante las últimas semanas debido a varias polémicas leyes aprobadas por los militares. Incluso antes de que los conciertos y los desfiles dejaran las calles, la Junta ya estaba engrasando la maquinaria que le ha permitido incrementar su poder y, con él, la represión contra cualquier voz disidente. Tras casi un año bajo una ley marcial, los militares la levantaron, pero la reemplazaron por el polémico artículo 44 de una Constitución provisional aprobada tras el golpe, que les da poderes casi ilimitados para aprobar cualquier ley “por el bien de las reformas en cualquier asunto, la promoción del amor y la armonía entre las gentes de la nación o la prevención, la eliminación o la supresión de cualquier acto que vaya en detrimento del orden o la seguridad nacional, la corona, la economía nacional o la administración pública”.

El objetivo de estas reformas, aseguran los militares, es permitir que Tailandia salga de la profunda brecha social y política en la que lleva inmersa desde septiembre de 2006, cuando el entonces primer ministro, Thaksin Shinawatra, fue depuesto en un golpe de Estado muy similar al dado hace dos años por Prayuth contra su hermana y sucesora, Yingluck Shinawatra. La dimensión de esta brecha es doble: económica, en uno de los países con mayor desigualdad económica del mundo, y geográfica. Así, durante los últimos años, las calles de la capital tailandesa se han llenado de forma intermitente con los dos colores de los lados de esta fractura: el de los camisas rojas, procedentes fundamentalmente del noreste y norte del país y asociados generalmente con las clases pobres y rurales, y el de los camisas amarillas, pertenecientes en su mayoría clases acomodadas y promonárquicas del centro y del sur del país, Bangkok incluida.

Amparado en este polémico artículo, Prayuth ha legislado a un ritmo frenético durante los últimos meses en una multitud de asuntos, desde energía a sanidad, pasando ...