He aquí los tipos de amenaza ecológicas que no podemos pasar por alto.

La relación entre riesgos ecológicos —como la inseguridad alimentaria y la escasez de agua— y la paz es compleja. No siempre tiene la misma forma, pero las investigaciones demuestran a las claras que los cambios en el entorno natural crean tensión en las sociedades humanas. Las nuevas amenazas ecológicas multiplican los peligros para las tensiones políticas y socioeconómicas ya existentes. La capacidad de los países de mitigar esas nuevas amenazas y adaptarse a ellas será crucial para garantizar la supervivencia de las instituciones políticas y evitar agitación social y violencia en el futuro. La clave del éxito estará en la resiliencia que los países sean capaces de desarrollar. Los Estados con unas condiciones de paz malas o que están empeorando serán los que más riesgos tendrán.

 

Seguridad alimentaria

Las tendencias en la seguridad alimentaria empezaron a deteriorarse en 2017 después de mejorar durante decenios. En el conjunto del planeta, 873 millones de personas sufrieron hambre e inseguridad alimentaria ese año. La cifra aumenta a 2.000 millones de personas si se incluyen los casos moderados.

Para garantizar la seguridad alimentaria es necesario que haya disponibilidad, accesibilidad y consumo de comida suficientes para cubrir las necesidades nutricionales que permitan una vida sana y productiva. En la seguridad alimentaria influyen numerosos factores, como el cambio climático, el agotamiento de las capas freáticas, el desarrollo económico, la tecnología, la estabilidad social y política y la capacidad general de adaptación de una sociedad ante las convulsiones. Muchos países quizá no pueden garantizarla debido al uso de tecnologías o prácticas agrarias inapropiadas, la falta de recursos naturales o tierras productivas o situaciones de emergencia como catástrofes naturales.

La seguridad alimentaria está muy relacionada con la paz positiva, porque los Estados menos pacíficos padecen un mayor nivel de hambre y desnutrición. La falta de paz y seguridad alimentaria crea un círculo vicioso en el que la inestabilidad política y la agitación social tienen repercusiones negativas, que, a su vez, provoca más inestabilidad política. Los Pilares de la Paz ofrecen un marco de análisis sobre las causas y las dimensiones de la seguridad alimentaria.

Por ejemplo, los países que cuentan con un buen entorno empresarial, con indicadores de estabilidad y comportamiento económico sólido, afrontarán mejor las perturbaciones de la cadena alimentaria. El pilar de la distribución equitativa de los recursos proporciona criterios para juzgar la capacidad de una sociedad de abordar las desigualdades de acceso a los alimentos.

Más de 750 millones de personas, en los 80 Estados menos pacíficos del mundo, padecen inseguridad alimentaria, frente a algo más de 100 millones en los países más pacíficos. Las proyecciones recientes de la Organización de Naciones Unidas para los Alimentos y la Agricultura (FAO) sobre seguridad alimentaria muestran que casi todas las hipótesis incluyen un incremento del número de personas que padecerán hambre y malnutrición en las próximas décadas de aquí a 2050.

La pandemia de la COVID-19 y sus consecuencias económicas van a acelerar los efectos negativos para la seguridad alimentaria. Veremos cadenas de suministro rotas, reducción y reasignación de las ayudas y perturbación de la producción agraria nacional en muchos países. Además, cuando la actividad económica se interrumpe debido al confinamiento y las medidas de distancia física, los hogares más pobres, que dependen de sus salarios diarios, pierden los ingresos necesarios para comprar comida. Para muchas personas, el salario que ganan cada día les permite comer y alimentar a sus familias esa misma noche. Por si fuera poco, las compras compulsivas debidas al pánico facilitan las subidas de precios por el aumento de la demanda.

Ante la COVID-19, algunos Estados exportadores de alimentos han adoptado políticas proteccionistas con el fin de asegurar su propio abastecimiento. Eso puede provocar carencias en otros lugares cuya alimentación depende de las importaciones. Por ejemplo, Kazajistán y Vietnam han suspendido temporalmente las exportaciones de harina de trigo y arroz, respectivamente, dos productos de los que son unos de los mayores exportadores mundiales.

Esto es especialmente preocupante cuando se trata de países en los que una gran parte de la población ya sufre hambre y desnutrición. A diferencia de lo que ocurrió con el brote de ébola de 2016, ahora va a ser difícil que la existencia de factores multinacionales como la ayuda exterior, el comercio mundial y las organizaciones internacionales puedan organizar una respuesta eficaz en un periodo de restricciones extremas a los viajes.

Un análisis reciente de Care International muestra que el riesgo de vulnerabilidades socioeconómicas es nueve veces mayor y el riesgo de inseguridad alimentaria severa es cuatro veces mayor en los países que son ya frágiles que en los que tienen un riesgo inicial bajo. Care International ha establecido que Siria, Irak, Yemen, Afganistán, Somalia, Sudán, Sudán del Sur, la República Democrática del Congo, Etiopía, Nigeria, Uganda, la República Centroafricana, Chad, Níger y Haití tienen un riesgo muy elevado de escasez alimentaria como consecuencia de la pandemia. Estos 15 países están entre los menos pacíficos en el Índice de Paz Global y tienen unos niveles muy bajos de paz positiva.

 

Seguridad híbrica

Un efecto importante del cambio climático en el sistema alimentario global es el agravamiento de la escasez de agua. El uso y la demanda de este recurso han aumentado un 1% anual en las últimas cuatro décadas, desde 1980. Esta subida de la demanda se debe al crecimiento demográfico, el incremento de la actividad económica y el cambio de los hábitos de consumo. La demanda de agua ha aumentado en todos los tipos de usos: doméstico, industrial y agrario.

Las proyecciones del World Resource Institute muestran que el estrés hídrico aumentará en ciertos países y regiones más que en otros de aquí a 2040. Además, se prevé que el cambio climático va a alterar drásticamente las reservas de agua, al cambiar las pautas de precipitación y, por consecuencia, provocar sequías e inundaciones. Las capas freáticas subterráneas también dan señales de estar agotándose, especialmente en entornos semiáridos y áridos, no solo en regiones de China, India y Estados Unidos, sino también en lugares húmedos como Brasil y Bangladesh. Las proyecciones sobre las capas freáticas en algunas regiones indican un agotamiento aún mayor de las reservas de agua subterráneas en las próximas décadas. Además, las presas de nueva construcción están impidiendo que circule el agua en zonas que han sido tradicionalmente grandes productoras de alimentos. Las presas construidas sobre el Río Mekong en China han hecho que el agua sea casi inexistente en épocas de sequía y al acabar la estación seca en los países que están río abajo.

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Un mujer carga madera en territorio afectado por la sequía, Níger. ISSOUF SANOGO/AFP via Getty Images

El Informe Mundial de Naciones Unidas sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos relativo a 2019 subraya que más de 2.000 millones de personas viven en países que ya padecen una gran escasez de agua, y alrededor de 4.000 millones de personas sufren escasez severa al menos un mes al año. El aumento natural de la demanda de agua, el crecimiento demográfico y los efectos del cambio climático van a acelerar las carencias de las reservas hídricas en las próximas décadas.

Las estimaciones sobre las zonas expuestas a niveles altos o muy altos de escasez de agua demuestran que los países menos pacíficos tienen más regiones afectadas. La agricultura consume la mayor proporción de las reservas de agua en la mayoría de los Estados; detrás están el consumo industrial y el consumo doméstico.

La región MENA es en la actualidad la que sufre una mayor escasez de agua y tiene más peligro de que la situación se agrave. MENA tiene el mayor porcentaje de cuencas con un riesgo entre medio y muy elevado, el 92% de las cuencas. Le siguen el sur de Asia y África subsahariana, que tienen el 83% y el 54% de sus cuencas, respectivamente, con un riesgo entre medio y muy elevado.

En el futuro, es probable que los patrones de precipitaciones sufran cambios más extremos en el continente africano. La temperatura de África ha subido 0,5 grados Celsius o más en el último siglo, y se prevé que la temperatura media anual aumente 2 grados Celsius antes de que acabe el siglo XXI. El Programa Medioambiental de Naciones Unidas estima que, en 2025, casi todos los países subsaharianos experimentarán escasez de agua.

El agua ha provocado guerras y disputas entre regiones de un mismo país y entre unos Estados y otros. Si aumentan la demanda y la escasez debida al cambio climático, la aceleración de la actividad económica y el crecimiento demográfico, el agua será objeto de disputas aún más intensas. La rivalidad por los recursos hídricos pondrá a prueba la resistencia de las sociedades y la capacidad del sistema multilateral mundial para mediar en las hostilidades y gestionar consecuencias como los desplazamientos masivos de población.

Las tensiones por la escasez de recursos hídricos desembocaron en un mayor número de disputas relacionadas en 32 países de Europa, MENA y África subsahariana. Por suerte, la mayoría de ellas se resuelve mediante la cooperación, lo que indica que no es inevitable que los cambios en el clima y los recursos provoquen conflictos. Al comparar acontecimientos a través del tiempo, en el periodo estudiado, entre 1997 y 2009, los casos de cooperación fueron más numerosos que los conflictivos. Sin embargo, entre 2007 y 2009 hubo más casos que derivaron en conflicto, y algunos de ellos, en violencia. En 2007, el 71% del total de 462 disputas relacionadas con el agua se abordó de forma positiva y cooperativa. En 2009, el porcentaje había caído al 58%.

La guerra de Siria ilustra la repercusión que pueden tener los riesgos ecológicos en la intensificación de problemas sociales y políticos previamente existentes. También pone de relieve que las consecuencias adversas de los riesgos ecológicos relacionados con el cambio climático, como los desplazamientos de población, son un factor crucial que contribuye a extremar la violencia de masas y los conflictos armados.

Entre 1999 y 2011, aproximadamente el 60% del territorio sirio sufrió dos sequías de larga duración. Alrededor del 75% de los agricultores perdieron totalmente sus cosechas y, en el nordeste, perdieron el 80% de su ganado. Como consecuencia, una parte importante de la población tuvo que emigrar a los centros urbanos; se calcula que entre 1,3 y 1,5 millones de personas se habían trasladado antes de 2011. En un estudio realizado ese año sobre los migrantes sirios, el Banco Mundial juzgó que más del 85% de los entrevistados había utilizado la emigración como “estrategia de adaptación”.

 

Cambio climático

El cambio climático ha causado el calentamiento de la atmósfera y los océanos, la disminución de la nieve y el hielo y la subida del nivel del mar. Estas tendencias tienen unas repercusiones muy negativas para la paz en las próximas décadas, porque agravan la escasez de recursos y hacen más difícil ganarse la vida.

Los efectos de los distintos peligros derivados del cambio climático en la seguridad alimentaria y la escasez de agua ya son visibles en muchos países y regiones. El Foro Económico Mundial cree que, para 2050, los riesgos medioambientales debidos al cambio climático tendrán más repercusiones negativas que cualquier otro cambio económico, geopolítico, social o tecnológico. Los países que no se adapten serán los que corran más riesgos.

La severidad y las consecuencias de los peligros medioambientales varían en función de las regiones geográficas. Algunas sufrirán múltiples amenazas ecológicas. Otras, en cambio, quizá no afronten más que un solo riesgo en este sentido, pero que sobrepase la capacidad el Estado y la sociedad para mitigar y resolver sus efectos.

El quinto informe de evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) estima con bastante seguridad que, entre 2030 y 2052, la temperatura de la superficie terrestre aumentará otro 1,5 grado Celsius. Un mayor deterioro del clima puede suponer el riesgo de consecuencias graves, generalizadas e irreversibles, con estos posibles efectos: aumento de las temperaturas terrestres y marinas en la mayor parte del mundo; temperaturas extremas en la mayoría de los lugares en los que vive la gente, muy altas de día y muy bajas de noche; precipitaciones extremas e inundaciones repentinas en algunos lugares y sequías en otros, y continuación del incremento del nivel del mar y la erosión de las costas.

Las temperaturas han aumentado en los últimos 30 años. La Administración Nacional del Aire y el Espacio (NASA) y la Administración Nacional de los Océanos y la atmósfera (NOAA), ambas de Estados Unidos, han confirmado que las temperaturas mundiales de los últimos cinco años han sido las más altas jamás registradas, lo que confirma la tendencia del calentamiento. Las estimaciones más recientes indican que 2018 tuvo una temperatura aproximadamente un grado Celsius superior al promedio preindustrial del periodo entre 1850 y 1900, y que las concentraciones de gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono, el metano y el óxido de nitrógeno, alcanzaron cotas sin precedentes, el 146%, el 257% y el 122% de los niveles preindustriales, respectivamente. El nivel medio de los mares del planeta subió 3,7 milímetros en 2018 respecto al año anterior.

Las últimas estimaciones de Climate Central, una organización independiente de estudios sobre el clima, proyectan una subida del nivel del mar de hasta 2,1 metros de aquí a 2100, lo que podría sumergir de forma permanente territorios que hoy albergan a 200 millones de personas en todo el mundo. Las inundaciones costeras resultantes afectarán a las vidas de 300 millones de personas que viven en zonas costeras de China, Bangladesh, India, Vietnam, Indonesia y Tailandia durante los próximos 30 años.

Los peligros derivados del cambio climático están muy relacionados con la paz positiva, lo que indica que los países con menores niveles de paz positiva están expuestos a más peligros derivados del cambio climático.

Los países menos pacíficos tendrán dificultades para mitigar los efectos del cambio climático o resolver sus efectos negativos. Eso significa también que la combinación de menos resiliencia y más riesgos podría sumir algunos de esos Estados en ciclos de inestabilidad y violencia. Esta última consecuencia es especialmente importante en lugares en los que existen causas sociopolíticas de conflicto y malestar.

La repercusión del cambio climático se hace aún más evidente si se piensa en el número de personas expuestas a riesgos altos o muy altos derivados del cambio climático. Muchos habitantes de los países menos pacíficos afrontan desafíos climáticos. Los riesgos que evalúan los análisis son ciclones, inundaciones, incendios, precipitaciones anómalas, aridez crónica y la susceptibilidad de zonas costeras poco elevadas a inundaciones por tormentas y el aumento futuro del nivel del mar.

África subsahariana es la región que corre más peligro de todo el mundo, con el 45% de su población expuesta a riesgos climáticos, seguida de Centroamérica y el Caribe y el sur de Asia. Sin embargo, existen grandes diferencias entre países, incluso dentro de la misma región. Por ejemplo, los países de la región del Sahel afrontan más problemas derivados del cambio climático que los demás países de África subsahariana.

 

Amenazas ecológica catastróficas

La gravedad de las amenazas ecológicas varía de unas regiones geográficas a otras y de unos periodos a otros. En algunos casos, los efectos de las perturbaciones medioambientales sobrepasan la capacidad de un país para abordarlos.

Los riesgos catastróficos son especialmente importantes desde la perspectiva de la estabilidad social y la resiliencia. Un ejemplo es el terremoto de 2010 en Haití. Esta catástrofe natural causó una destrucción generalizada que desembocó en el caos social y la descomposición del orden público. Por el contrario, Japón superó mucho mejor el tsunami de 2011, que produjo un accidente en una central nuclear y, como consecuencia, muertes y destrucción. Pese a ello, no hubo nada de inestabilidad social ni política y el Gobierno nipón pudo hacer frente a la destrucción causada por el tsunami y contener los daños provocados por el accidente nuclear. Japón tiene una puntuación alta en el ámbito de la paz positiva.

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La capital de Haití, Puerto Príncipe, después del terremoto en 2010. Marco Di Lauro/Getty Images

La definición y la interpretación de los criterios para considerar catastrófico un riesgo son diferentes en función de los países y los contextos. No obstante, este estudio sí establece un umbral para cada uno de los niveles de riesgo.

El estrés hídrico compara el agua disponible con la cantidad utilizada para agricultura, consumo doméstico y consumo industrial. El indicador empleado en el Registro de Amenazas Ecológicas (ETR) compara las reservas con la demanda y clasifica los países según su capacidad de encontrar el equilibrio entre las dos. Cuando un país obtiene tres puntos en este indicador, se considera que tiene un nivel catastrófico de escasez de agua. El estrés hídrico mide lo que les falta a las reservas de agua para satisfacer la demanda en un país determinado. Al aplicar este criterio, 44 países de 164 corren grave riesgo de sufrirlo. Son países situados en las regiones de Oriente Medio y el Norte de África, África subsahariana y Asia Central. Los cinco países con mayor estrés hídrico son Qatar, Israel, Líbano, Irán y Jordania.

La inseguridad alimentaria se define como catastrófica si la prevalencia del hambre y la desnutrición habituales afecta a más del 25% de la población. En 2017, Sierra Leona, Liberia y Níger estuvieron entre los Estados más afectados, con más del 80% de la población aquejada de inseguridad alimentaria severa. Otros cálculos más recientes del Índice Global del Hambre indican que la República Centroafricana, Yemen y Chad son los que más peligro corren en la actualidad de sufrir hambre y inseguridad alimentaria.

Igualmente, se considera que las poblaciones en peligro por la subida del nivel del mar están en una situación potencialmente catastrófica si el riesgo afecta a más del 10% de una población en las próximas décadas. Las estimaciones sobre este criterio sitúan a 19 países, de los 91 para los que se dispone de datos, en riesgo catastrófico. Entre ellos hay muchos países pequeños como Suriname y ciudades muy pobladas como Alejandría, en Egipto, La Haya, en Países Bajos, y Osaka, en Japón.

 

Capacidad de hacer frente

La fortaleza de una sociedad —su resiliencia, su capacidad de adaptación y su gobernanza— será crucial para hacer frente a las amenazas ecológicas y el cambio climático. Las sociedades que son fuertes en los ocho Pilares de la Paz tendrán más posibilidades de superar los efectos. Así lo dejan claro las correlaciones entre el ETR, el riesgo climático y la exposición a riesgos, por un lado, y la paz positiva, por otro.

Las investigaciones del IEP revelan que los países con bajos niveles de paz positiva sufren más déficits fiscales y de cuenta corriente. Esta circunstancia limita la capacidad de sus gobiernos para abordar las convulsiones económicas y climáticas. Además, la relación indica que los Estados con mayores niveles de paz positiva tienen más estabilidad de precios, lo que reduce la incertidumbre y la ineficacia del mercado, y eso, a su vez, facilita las inversiones empresariales.

La relación entre la paz positiva y unas sólidas bases económicas demuestra que los países menos pacíficos tienen más probabilidades de sufrir debilidades macroeconómicas. Aquellos menos pacíficos experimentan ciclos de altibajos económicos con más frecuencia, lo que deriva en una mayor volatilidad y menores tasas de crecimiento. Por término medio, el crecimiento económico es tres veces mayor en los países con puntuaciones muy altas en paz positiva que en los menos pacíficos. El crecimiento económico per cápita es uno de los principales factores determinantes de la seguridad alimentaria, el empleo y la reducción de la pobreza y las vulnerabilidades.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia