Barrenderos de Veolia que trabajan para el Ayuntamiento de Westminster barren a lo largo de Whitehall después de la apertura del Parlamento para el Rey Carlos III en noviembre de 2023 en Londres, Reino Unido. (Andrew Aitchison /Getty Images)

¿Cómo las crisis económicas causan migraciones masivas a Occidente y revoluciones?

War, Work, and Want

Randall Hansen

Oxford University Press, 2023

En muchas ocasiones, un acontecimiento cambia el curso de la historia: ocurrió con el embargo de petróleo que impusieron los árabes a algunos países occidentales después de la guerra de octubre de 1973 entre Israel y Egipto. Entonces yo era un joven periodista que empezaba en Londres y no fui el único en pensar que aquel embargo tendría consecuencias enormes e imprevistas. Una de ellas fue que se entró en una espiral de bajos salarios que abarató la vida de las clases medias de Europa occidental y Norteamérica, pero a expensas de los trabajadores inmigrantes explotados. En Oriente Medio y en otros grandes productores de petróleo y gas como Argelia, Nigeria y Venezuela, surgieron los llamados petroEstados y la consiguiente maldición del petróleo: programas de industrialización tremendamente ambiciosos, que en muchos casos fracasaron pero hicieron posible que los bancos occidentales reciclaran enormes sumas de dinero. La crisis enriqueció a la City londinense, pero provocó guerras, inestabilidad y una marcha de refugiados que no parece que vaya a terminar pronto.

A mediados de los 70, parecía que se habían terminado las migraciones masivas a Occidente. Gran Bretaña había restringido la libre circulación de personas procedentes de la Commonwealth y Francia y Alemania habían puesto fin a sus programas de trabajadores invitados. En Estados Unidos la inmigración neta era negativa. Daba la impresión de que el tema de las grandes migraciones ya solo pertenecía a los libros de historia. Y sin embargo, en 2023, el número de inmigrantes está aumentando con más rapidez que nunca y el tema ocupa el centro del debate político occidental, hasta el punto de estar fomentando el auge de los partidos de extrema derecha y la xenofobia. Fue una de las razones fundamentales del triunfo del Brexit y, pese a ello, el año pasado el Reino Unido registró el doble de llegadas de inmigrantes que en 2016. Randall Hansen, que lleva treinta años escribiendo sobre inmigración, quiere demostrar en War, Work, and Want (Guerra, trabajo y deseo de más) que la crisis del petróleo de la OPEP “provocó emigraciones masivas y revoluciones” y sirvió de “multiplicador” económico e ideológico.

La crisis redujo a la mitad y para siempre el crecimiento económico en los países del hemisferio norte. El crecimiento del PIB pasó de una media del 5% anual al 2,5% y el autor asegura que “nunca hemos vuelto atrás”. En todos los países desarrollados, los salarios iniciaron un estancamiento que duró varias décadas. El auge posterior a la Segunda Guerra Mundial había sido posible gracias a la energía barata. En Estados Unidos, “el gobierno federal y las empresas reaccionaron a la crisis del petróleo” con medidas que “diezmaron los sindicatos y, con ellos, las clases trabajadoras”. El ala derecha del Partido Republicano y las grandes empresas se pusieron de acuerdo en definir la inflación como “la consecuencia de unos aumentos salariales excesivos por la codicia de los trabajadores”. El reflejo de pensar así estaba tan arraigado que el mismo argumento volvió a utilizarse tras la crisis financiera de 2008. Esta “ideología” se difundió gracias a la Heritage Foundation (creada en 1973) y el Cato Institute (fundado en 1977), además de muchos otros laboratorios de ideas. Aunque, en Estados Unidos, gran cantidad de directivos “veían con escaso entusiasmo las provocaciones racistas de los republicanos y la alianza del partido con la derecha evangélica, las empresas fueron un aliado natural de los recortes de impuestos, la campaña contra los sindicatos y la labor desreguladora”.

La historia británica fue muy parecida a la estadounidense: los sucesivos gobiernos conservadores emprendieron “un asalto a los sindicatos mediante cambios legislativos y (sobre todo) un inmenso desempleo”. La afiliación sindical se redujo a la mitad, de más del 50% de la población activa a alrededor del 26%, y el sector de empleo mal remunerado se disparó. “Hoy es el más grande de Europa occidental”.

En Europa occidental no hubo una guerra concertada contra los sindicatos, pero la inflación en aumento causó estragos en el continente, mientras Alemania intentaba restablecer su nivel de vida a base de bajar los precios y, por tanto, los salarios. “La única excepción parcial en Europa, y en toda la OCDE, fueron los países del norte. Allí tomaron decisiones diferentes. Hicieron profundas reformas en un ambiente de colaboración y cooperación entre el gobierno y los sindicatos, por lo que “no hubo ninguna ofensiva contra los sindicatos” y “los sectores poco cualificados salieron beneficiados”.

En Estados Unidos, los salarios y las condiciones de la clase trabajadora autóctona fueron deteriorándose hasta llegar a un punto en el que los trabajadores nacidos en el país rechazaban los puestos de trabajo. A medida que estos trabajadores abandonaban los sectores del envasado, la construcción, el textil y el comercio minorista, y a medida que aumentaba la demanda en sectores que nunca habían tenido gran atractivo para ellos (agricultura y cuidados), su sitio lo ocuparon inmigrantes poco cualificados, entre ellos “aproximadamente siete millones de trabajadores indocumentados y poco cualificados de una población total de indocumentados de 10,4 millones. Más del 70% de esos siete millones (cinco millones) trabajan en la agricultura, el sector cárnico, la construcción, la limpieza y los cuidados”. El trabajo los atrae a Estados Unidos, donde este grupo tiene una tasa de desempleo un 10% superior a la media nacional: el 66% frente al 56%. En Estados Unidos y en todo Occidente, “el desplome de los salarios en los trabajos poco cualificados, la salida del mercado de los trabajadores nacidos en el país y su sustitución por inmigrantes benefició claramente a las clases medias y medias-altas”. El autor llega a la conclusión de que todos los que han conservado o subido su salario desde mediados de los 70 —hombres y mujeres con estudios— han podido mejorar su nivel de vida gracias a los salarios bajos. 

En cuanto a la tercera crisis del petróleo, entre 2007 y 2013, ¿por qué no causó una segunda oleada de estanflación? Porque los trabajadores de baja cualificación, esta vez con una enorme proporción de inmigrantes, aceptaron recortes del salario real. Y eso también explica por qué, contra todo pronóstico, los primeros años de la década de los 70 “no fueron el final, sino el principio de una afluencia masiva inesperada e indeseada de inmigrantes a Estados Unidos y Europa”.

En 1973, la politóloga Terry Lynn Karl observó que “los miembros de la OPEP han conseguido provocar la transferencia de riqueza más radical de la historia sin que hubiera una guerra”. Es verdad, pero Hansen deja claro en el libro que “la riqueza y la guerra permanecieron indisolublemente unidas”. La revolución de Irán fue resultado de la intersección de los conflictos generados en el desarrollo capitalista y unas instituciones y una población que se resistieron al proceso de transformación. La emigración y la llegada masiva de mano de obra barata a los Estados del Golfo y Arabia Saudí permitió llevar a cabo enormes proyectos de desarrollo que cambiaron drásticamente esos países. “La petromanía —el delirio de una política sin límites, inducido por el petróleo— contribuyó a la destrucción de una superpotencia”. Sadam Huséin se engañó y trató de conquistar Kuwait porque pensó equivocadamente que, si controlaba el 15% de las reservas mundiales de petróleo, su poder sería absoluto. La presencia de tropas estadounidenses en el país de La Meca dio origen a Bin Laden … y así sucesivamente.

La conclusión del autor es que “en los cincuenta años transcurridos desde la crisis del petróleo de la OPEP, la guerra, el trabajo y el deseo de tener más han triplicado las migraciones mundiales”. Desde el punto de vista político, “ha habido una rebelión populista en Estados Unidos y Europa occidental, impulsada en parte por la frustración de la clase trabajadora ante las desigualdades y el empeoramiento del nivel de vida. En el plano económico, es imposible destrozar a los sindicatos dos veces”. Quizá la historia del trabajo y las migraciones ha alcanzado un punto de inflexión y no ha podido cambiar de dirección.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.