Una prostituta alemana, llamada Eve, espera clientes en barrio rojo de Ámsterdam, Holanda. Aoek de GrootAFP/Getty Images)
Una prostituta alemana, llamada Eve, espera clientes en barrio rojo de Ámsterdam, Holanda. Aoek de GrootAFP/Getty Images)

Detrás del negocio de la prostitución no hay trabajadoras del sexo liberadas gracias a la legalización o la irrupción de Internet, sino sociedades donde el hombre y la mujeres no tienen el mismo valor.

Las obras de ficción reflejan el momento cultural en el que se crean. La película estadounidense Pretty Woman, interpretada por Richard Gere y Julia Roberts, muestra así los 90 en los que la aparente liberación general de la moralina cubre a la sociedad con la idea de que ser puta es como ser ingeniera o vendedora. La prostitución queda oficialmente “legitimada”, asegura Juana Gallego, autora del libro Putas de Película (Luces de Galibo). Con el objetivo de los hombres, la cinematografía reproduce los estereotipos generados por la construcción masculina de la sexualidad, en la figura de la prostituta, resume la profesora de Periodismo de la Universitat Autònoma de Barcelona. No diseccionamos en este artículo la producción Pretty Women, aunque en el ejercicio descubriríamos uno de los puntos más sórdidos y silenciados de la prostitución: la violencia. Es una constante que resulta difícil de encajar en el escenario de libertad y romanticismo con el que se pretende visualizar la prostitución. La idea de que esta es una expresión de injusticia y de dominación de las mujeres no ocupa la centralidad de los mensajes de las obras de ficción, de la publicidad o de la mayoría de los mensajes de los medios o las redes sociales.

De hecho, la incorporación del último arquetipo, recogido también en el citado libro, la de la prostituta liberada ocupa desde hace unos años el centro de la batalla económica, trasladada al ámbito público por los medios de comunicación y por variopintas investigaciones. Liberada de libertad, libertad de mercado, bajo la que vive la presunta transacción en la que la mujer se enriquece, zanjando así la situación como beneficiosa y equilibrada sin debatir la causa personal o social. Hay trampa. Y manipulación a través de una perspectiva que, en realidad, defiende el statu quo. Al evocar el derecho a pernada de los señores feudales a todos se nos ponen los pelos de punta, aunque la expresión se conserva para prácticas de violencia sexual o servidumbre sexual marcadas por la dominación de la autoridad. El camino recorrido para identificar, sacar del silencio y aislar socialmente a la violación, incluida como arma de guerra, no se ha logrado concluir con la prostitución en muchos países. Pero la dimensión de género cuenta al considerarse el cuerpo de las mujeres como una propiedad social y no individual. Sus cuerpos son campo de cualquier batalla. La libertad, en realidad, solo la ejerce una parte, justo la que rige la sociedad, la masculina. Y no quiere perderla. Incluso, para ello, mira al pasado. Para Alexandre J. B. Parent-Duchatelet y Cesare Lombroso, en el XIX, las prostitutas eran necesarias y constituían una especie de desagüe por el que circulaban las necesidades sexuales ...