El presidente electo de Filipinas, Rodrigo Duterte, saluda desde un autobús en la ciudad de Davao, Filipinas.
El presidente electo de Filipinas, Rodrigo Duterte, saluda desde un autobús en la ciudad de Davao, Filipinas.

El nuevo Presidente del archipiélago ha prometido acabar con la criminalidad en seis meses llenando los cementerios si es necesario.

“Todos los que tomáis drogas […] en serio, os voy a matar. No tengo paciencia, no tengo término medio. O me matáis u os mataré, idiotas”. Era su promesa estrella, limpiar las calles de Filipinas de droga y de delincuentes en un plazo máximo de seis meses. Esa promesa que probablemente ha aupado a Rodrigo Duterte, hasta ahora alcalde de la tercera ciudad del país, a la presidencia de Filipinas y que él mismo recordó con contundencia el pasado sábado a sus seguidores durante el mitin de cierre de su campaña para las elecciones que se celebraron el lunes en el archipiélago asiático.

Si los resultados de las urnas se confirman la próxima semana, el apodado “Duterte el Sucio” –en referencia al justiciero interpretado por Clint Eastwood Harry el Sucio– se convertirá en junio en el decimosexto presidente de Filipinas. Y mientras sus seguidores le jalean, muchos defensores de los derechos humanos han lanzado la voz de alarma ante las promesas electorales de Duterte. “Olvidaos de las leyes sobre derechos humanos”, dijo el alcalde en otro momento campaña. “Si llego al palacio presidencial, haré lo mismo que hice como alcalde”.

Y el saldo de sus 22 años como alcalde de Davao, una ciudad en el convulso sur del país, donde un conflicto separatista ha causado más de 100.000 muertes en las últimas cuatro décadas, es rotundo. La localidad de un millón y medio de habitantes está gobernada con mano de hierro. Los menores no pueden estar en las calles tras las 10 de la noche si no van acompañados, no se puede beber alcohol tras la una de la madrugada y los karaokes tienen que cerrar a las 9, medidas que, ha asegurado, aplicará al resto del país. Sus escuadrones de la muerte, un grupo de justicieros que opera en la ciudad desde finales de los 90, se han saldado con la muerte de más de 1.000 personas en ejecuciones extrajudiciales, según denuncia Human Rights Watch. El propio Duterte, también apodado como “El Castigador”, reconoció el año pasado estar detrás de los escuadrones. “Somos la novena ciudad más segura [del mundo]. ¿Cómo crees que lo hice? […] Los maté a todos”, aseguró en un programa de televisión.

Pero las promesas de Duterte no se quedan sólo en la criminalidad. Así, el polémico nuevo Presidente ha prometido cambiar completamente el sistema político del país para apostar por un sistema federal en el que se descentralice el poder. El gobierno de Manila mantendría así competencias básicas como defensa, inmigración o aduanas, mientras que las regiones tendrían asignadas áreas como la educación o la salud. Y si no lo consigue a través de los canales previstos por la Constitución, ha asegurado que instaurará un “gobierno revolucionario” que se encargue de la reforma.

En el terreno económico, Duterte no ha dado demasiadas pistas sobre cuáles serán sus principales medidas para conseguir otra de sus grandes promesas: reducir la pobreza y terminar con la desigualdad. Un 25% de la población vive bajo el umbral de la pobreza, un porcentaje que apenas ha variado en la última década, según el Banco Mundial, a pesar del continuo crecimiento económico vivido durante los últimos años.

Cuando Duterte llegue al palacio de Malacañán tendrá además dos complicados retos sobre la mesa. El primero será el conflicto en el sur del país que, tras las esperanzas puestas en el acuerdo de paz firmado por el presidente saliente, Benigno Aquino, ha rebrotado durante los últimos meses. Los 22 años a la cabeza de Davao, la ciudad más grande de la isla de Mindanao, foco del conflicto, han dado sin embargo a Duterte tablas en las negociaciones y la descentralización prometida será clave para satisfacer las reivindicaciones de los rebeldes y frenar la violencia.

La segunda es el conflicto en el Mar del Sur de China por las islas Spratly, que reclaman tanto China como Filipinas, además de Brunei, Malasia y Vietnam. Manila se ha mostrado durante los últimos años reticente a ceder soberanía a China sobre los islotes, donde se cree que Pekín podría instalar bases militares. Así, en 2013, Filipinas presentó una petición de arbitraje al Panel de Arbitraje de Naciones Unidas para la Convención sobre el Derecho del Mar sobre la disputa territorial que no aún no ha sido resuelta. Frente a la táctica de confrontación de Aquino, Duterte ha asegurado, sin embargo, que está dispuesto a negociar con China y que consideraría prospecciones petrolíferas conjuntas en los islotes.

 

Oposición de los sectores feministas y del Ejército

Los sectores feministas del país son algunos de los más preocupados con la victoria de Duterte, conocido por frivolizar sobre las mujeres, incluida la violación de una misionera australiana en Davao en 1989. “Es una pena que la violaran. Se pusieron todos en fila. Estaba enfadada porque la habían violado. Pero era tan guapa. Yo creo que el alcalde tendría que haber sido el primero”, dijo. Cuando varios grupos feministas presentaron una queja ante la Comisión de Derechos Humanos por sus comentarios, Duterte simplemente les dijo “que se fueran al infierno”.

Duterte tampoco legalizará, dijo en enero de este año, ni el divorcio –Filipinas es el único país del mundo que no lo permite– ni el aborto, aunque impulsará medidas de planificación familiar, muy controvertidas en un país mayoritariamente cristiano. Sin embargo, Duterte se mostró el año pasado favorable a mejorar los derechos de la comunidad LGTB en el país, algo que, asegura, ya hizo en Davao. No obstante, la legalización del matrimonio homosexual no se encuentra entre sus prioridades presidenciales.

Las promesas de Duterte también han visto oposición entre algunos sectores del Ejército y de la política, que han amenazado con un golpe de Estado si se salta los procedimientos establecidos por la Constitución. “En el momento en que declare un gobierno revolucionario, será el momento en que lo quitemos del poder”, dijo a la prensa el senador Antonio Trillanes, un antiguo oficial de la Marina que ya ha liderado dos golpes fallidos en 2003 y 2007. “Debemos recordar cómo Hitler llegó al poder”, aseguró el presidente saliente Aquino el pasado sábado. “Si les permites que opriman a tu prójimo y no dices nada, tú serás el próximo en ser oprimido”, añadió.

Tras conocer su victoria, Duterte aseguró que cuando tome la presidencia medirá mejor sus palabras y que incluso irá a Roma a hacer las paces con el Papa –al que llamó “hijo puta” por bloquear el tráfico de Manila durante su visita en enero de 2015. Con mejores o peores palabras, todo apunta a que la Filipinas de Duterte se parecerá cada vez menos al tradicional eslogan con el que el país se ha vendido turísticamente, “Es más divertido en Filipinas”, y que se acercará más al “Tapang at malasakit” (“Coraje y compasión”) que ha marcado la campaña electoral del nuevo Presidente.

 

comision

 

Actividad subvencionada por la Secretaría de Estado de Asuntos Exteriores