La sombra de niños palestinos en un muro acribillado por las balas en Gaza. Odd Andersen/AFP/Getty Images
La sombra de niños palestinos en un muro acribillado por las balas en Gaza. Odd Andersen/AFP/Getty Images

Llevamos mucho tiempo metidos en ellas y, sin embargo, ni siquiera tenemos un concepto consensuado para definirlas. Guerra, conflicto armado, contienda, conflagración, cruzada, guerrilla, combate, terrorismo, insurgencia, pelea, lucha, enfrentamiento, refriega, ofensiva, hostilidades… Todo parece valer para reflejar un choque violento entre dos o más actores combatientes, siguiendo un plan de operaciones que habitualmente persigue un objetivo político y en el que se produce un determinado número de víctimas mortales (y en fijar esa cifra suele estar el punto de discrepancia entre las diferentes fuentes de referencia, de tal manera que para unos habría algo más de 30 conflictos violentos en el mundo y para otros más de 300).

Para complicar aún más el asunto hay quienes, impulsados por un permanente afán de inventar la pólvora y el mundo cada día, hablan ya de “nuevas guerras”, como si estuviésemos ante algo radicalmente distinto a lo que ya ocurría en la Guerra Fría. En realidad, en el terreno de la violencia organizada apenas hay nada nuevo bajo el sol, aunque sí es cierto que existen matices que van modulando un fenómeno que, desgraciadamente, no parece tener un fin próximo. Mientras debatimos si la guerra es un paréntesis entre dos etapas de paz o si sucede precisamente al contrario, en un intento por perfilar con cierta precisión los rasgos esenciales de esa violencia organizada en nuestros días, cabría considerar que:

La guerra es el fracaso de la política. Frente a la clásica idea del prusiano Carl von Clausewitz −que veía la guerra como la continuación de la política por otros medios−, debemos entender que el recurso a la violencia para conseguir un fin determinado es el reconocimiento de un fiasco diplomático y político. Son muchas las motivaciones que pueden impulsar a actores muy diversos a optar por comportamientos violentos, pero en la inmensa mayoría de los casos debemos suponer que no recurrirían a ella si existieran mecanismos adecuados de mediación y negociación que permitan resolver los conflictos por vías pacíficas. Una de las principales asignaturas pendientes desde la perspectiva de la construcción de la paz es modificar el dominante enfoque reactivo, que solo de manera selectiva se activa a posteriori para tratar de frenar un estallido violento, apostando por otro preventivo que ponga en juego recursos y capacidades suficientes para abortar ese proceso en sus primeras etapas.

La guerra no ha pasado de moda. Es cierto que entre los países desarrollados el recurso a las armas para dirimir sus diferencias es hoy más improbable que nunca, tanto porque un choque directo tendría unos efectos negativos que siempre superarían a los hipotéticos beneficios, como porque suelen estar dotados de muchos otros instrumentos (económicos, sobre todo) para vencer la resistencia de sus potenciales adversarios. A pesar de las excepciones que pueda haber, entre democracias la guerra es una opción indeseable, aunque solo sea por la enorme incertidumbre que tiene embarcarse en un proceso en el que ...