El rey Bhumibol Adulyadej falleció a mediados de octubre tras siete décadas en el trono. Ahora los militares buscan un poder reforzado bajo el nuevo reinado en el país.

El príncipe heredero de Tailandia Vajiralongkorn en una ceremonia oficial. Chumsak Kanoknan/Getty Images
El príncipe heredero de Tailandia Vajiralongkorn en una ceremonia oficial. Chumsak Kanoknan/Getty Images

Cuando en los próximos días los militares tailandeses, en el poder desde el golpe de Estado de mayo de 2104, presenten su nueva Constitución para recibir la ratificación final que necesita para ser aprobada, el preámbulo del texto incluirá una rareza en la historia moderna del país: una línea de puntos en el lugar en el que debería ir el nombre del monarca tailandés.

Esa línea de puntos no estaba, sin embargo, en el borrador que fue aprobado en referéndum el pasado mes de agosto. En su lugar iba el nombre del entonces rey Bhumibol Adulyadej, el monarca que había ocupado el trono del país durante las últimas siete décadas y que era venerado por la mayor parte de la población. Pero su reinado se apagó el pasado 13 de octubre, cuando el también conocido como Rama IX falleció tras varios años aquejado de una delicada salud.

Todo parecía planeado al milímetro para que la sucesión tuviera lugar de forma inmediata tras la muerte del rey. En 1972, Bhumibol había designado a su único hijo varón, Vajiralongkorn, como sucesor de la corona y los militares habían mostrado su intención de respetar los deseos del monarca. Sin embargo, horas después del anuncio de su muerte, el primer ministro tailandés, el general Prayuth Chan-ocha, hacía un anuncio inesperado: “[Vajiralongkorn] es el heredero. Pero le gustaría tener algo de tiempo para llorar [a su padre], junto al pueblo de Tailandia”, dijo Prayuth a los periodistas en una rueda de prensa. Tailandia se quedaba así sin rey por primera vez en su historia moderna, por un periodo de tiempo que aún no se ha determinado, aunque se especula que Rama X podría ser nombrado de forma oficial el próximo 1 de diciembre.

El significado de esta supuesta decisión de Vajiralongkorn −él no se ha pronunciado públicamente y todos los mensajes del príncipe hacia la ciudadanía han sido reproducidos por Prayuth− ha abierto muchos interrogantes sobre el futuro político de Tailandia. La sucesión al trono ha sido un tema polémico durante décadas y han sido frecuentes la especulaciones sobre si el heredero, una persona controvertida que no se ha ganado el apoyo de la ciudadanía tailandesa, pero tampoco de las clases aristocráticas, llegaría algún día a sentarse en el trono y si no sería su hermana Sirindhorn, conocida como la Princesa Ángel, quien ocuparía el puesto. El hecho de que la espera del heredero haya puesto en bandeja la regencia a uno de sus principales enemigos, el ex primer ministro y mano derecha del fallecido rey, Prem Tinsulanonda, ha complicado aún más el rompecabezas.

Los militares, desde su gobierno castrense cada vez más reforzado, están guiando este complejo proceso con el objetivo de obtener la máxima cuota de poder, explica el académico de la Universidad de Chiang Mai Paul Chambers, especializado en la militarización del poder en Tailandia. “Cuando el nuevo soberano ascienda al trono, los militares probablemente intentarán conservar su predominio sobre el poder con respecto a la monarquía”, asegura el analista.

Según Chambers, la monarquía y los militares habrían mantenido una alianza desde los golpes de Estado de los años 1957-58 y el régimen castrense se habría mantenido fiel a palacio desde entonces. En esa alianza, los militares fueron perdiendo influencia poco a poco, a medida que la monarquía la incrementaba, hasta que en 1992 la cruenta represión de las protestas contra el general Suchinda Krapayoon, postró a éste y al líder de las protestas, el también general Chamlong Srimuang, a los pies de Rama IX. Sin embargo, desde el golpe de Estado de 2006, que depuso al entonces primer ministro Thaksin Shinawatra y que abrió la brecha entre los dos grupos políticos que han monopolizado el espectro político desde entonces, la historia ha sido la contraria y los militares han ganado poder a medida que la vida del entonces monarca Bhumibol se apagaba.

 

Las herramientas del nuevo poder

El golpe de Estado de mayo de 2014, que aupó a Prayuth, consolidó la senda para instaurar un nuevo régimen en el que predomine el poder de los militares. Tras deponer al gobierno formado por la hermana de Thaksin Shinawatra, Yingluck −quien ya había sido destituida poco antes por un tribunal− los militares suspendieron la Constitución y se dieron a sí mismos poderes suficientes para aprobar leyes por decreto y suspender derechos que fueran “en detrimento del orden o la seguridad nacional, la corona, la economía nacional o la administración pública”, como reza el temido artículo 44 de la nueva Carta Magna transitoria que aprobaron poco después de llegar al poder.

El siguiente paso sería establecer un nuevo marco institucional y legislativo permanente a través de una nueva Constitución redactada de forma más cuidadosa. Las Cartas Magnas han sido unas de las primeras víctimas de los vaivenes políticos del país y Tailandia es uno de los Estados del mundo con más Cartas Magnas en su haber, con 20 leyes supremas −incluida la que está a punto de ser ratificada− en poco más de 80 años.

Este no es, sin embargo, el primer intento de los militares de controlar el poder político a través del marco legislativo. El golpe de Estado de 2006 ya derogó la Constitución que había aupado al poder a Thaksin, la llamada Constitución del Pueblo de 1997, a menudo calificada como un modelo democrático para el país. La nueva Constitución de 2007, en vigor hasta 2014, minó algunas de las instituciones democráticas de la anterior legislación −por ejemplo, con un Senado con la mitad de los escaños elegidos a dedo− y dio más poder a los tribunales, militares y burocracia, pero no fue suficiente para evitar que los partidos afiliados a Thaksin continuaran ganando las elecciones.

En la nueva Constitución a punto de ser ratificada es aún más evidente en este viraje de poder, aseguraba la Federación Internacional para los Derecho Humanos (FIDH en sus siglas en inglés) en un informe publicado días antes de la consulta popular de agosto. Así, según FIDH, el nuevo Gobierno estará sometido al control de los militares y la nueva Constitución podría “provocar más inestabilidad política” porque “permitirá a los militares y sus aliados reforzar su control del poder y cementar su influencia en asuntos políticos”. Así, la nueva Constitución instaurará un Senado totalmente elegido a dedo, abrirá la puerta a que el primer ministro sea alguien no elegido en las urnas, y contemplará la posibilidad de deponer al primer ministro y a sus ministros por falta de “estándares éticos” o de “honestidad aparente”, con sólo un 10% de los diputados o de los senadores.

La lesa majestad será probablemente otra de las herramientas fundamentales de las que se sirvan los militares para hacer prevalecer sus intereses. “Los militares actuarán como los garantes ultramonárquicos de una democracia guiada que mantenga sus intereses y los de los aristócratas lejos de cualquier desafío por parte de civiles elegidos [democráticamente]”, asegura Paul Chambers.

El uso como un arma política de la draconiana lesa majestad, que contempla penas de prisión acumulativas de entre tres y 15 años a cualquiera que “difame, insulte o amenace al rey, la reina, el heredero o el regente”, según dicta el artículo 112 del Código Penal del país, no es, sin embargo, una novedad.  “El número de casos en la última década se ha disparado hasta 15 veces en comparación a las dos décadas previas”, explica el académico David Streckfuss, quien ha estudiado durante años la lesa majestad en Tailandia. “Esta purga continuó tras el golpe de 2014, cuando el Gobierno militar ordenó medidas aún más severas con los casos de lesa majestad”, continúa el académico. Para Streckfuss, lo más preocupante es el endurecimiento de los castigos, que desde el golpe de Estado son revisados por tribunales militares, quienes casi nunca conceden la libertad condicional. Así, las sentencias han llegado a ascender a los 60 años de prisión, por postear comentarios en Facebook, mientras que una mujer fue imputada por “intento de lesa majestad” al responder de forma vaga en un mensaje, “algo imposible para un crimen basado en la difamación”, dice el académico. Este uso de la lesa majestad irá en aumento, asegura Streckfuss, algo que parece confirmarse por los datos de las dos primeras semanas tras la muerte de Bhumibol, cuando 15 personas han sido arrestadas por lesa majestad.

En este contexto de silencio casi absoluto sobre las triquiñuelas reales, poco se sabe sobre cuál será el papel que querrá jugar el nuevo monarca. Su escaso apoyo popular le dará menos margen de acción para apelar a los tailandeses a unirse a su causa, pero todo apunta a que sus relaciones con el régimen castrense son menos sólidas que las de su padre y que las fricciones serán constantes.

 

Un país dividido y descabezado

Cuando los militares dieron el golpe de Estado de mayo de 2014 aseguraron que su principal objetivo era “devolver la felicidad” al pueblo tailandés que llevaba casi una década de enfrentamiento político entre los camisas rojas, mayoritariamente procedentes de zonas rurales del norte y noreste del país y partidarios de Thaksin Shinawatra, y los camisas amarillas, urbanitas de Bangkok y habitantes del sur del país, ultramonárquicos y antiShinawatra. La muerte de Bhumibol Adulyadej cambiará probablemente de forma radical ese conflicto. “Para la mayor parte de la gente, la monarquía no ha afectado realmente sus vidas diarias. Pero para los que han estado involucrados políticamente durante la última década, la monarquía ha jugado un papel muy importante”, explica David Streckfuss.

La muerte del rey, para muchos una figura conciliadora entre ambos grupos, supondrá un cambio importante en la configuración de este conflicto político. “El futuro pinta negro”, predice Paul Chambers. “Creo que acabará habiendo violencia porque ya no hay una figura que unifique y la Junta será cada vez más odiada a medida que la economía se desplome”. Será el futuro monarca Vajiralongkorn quien tendrá ahora la titánica tarea de ganarse el respeto y afección que los tailandeses sentían por su padre y evitar que Tailandia vuelva a quebrarse en dos.