Después de sorprendernos con la victoria de Donald Trump sobre Hillary Clinton en la carrera presidencial se impone que nos preguntemos por los motivos de esa sorpresa.

Donald Trump ha ganado las elecciones de Estados Unidos contra pronóstico, consiguió la nominación del Partido Republicano a la Casa Blanca de la misma manera y ahora aplicará como mínimo y también contra todo pronóstico una parte de sus polémicas medidas. ¿Por qué han fallado casi todas las previsiones?

Win McNamee/Getty Images)
Win McNamee/Getty Images)

Primer motivo: los líderes representan estados de ánimo

En ambas orillas del Atlántico nos encontramos en un escenario completamente distinto al que existía antes de la crisis. Ya no son tanto los partidos, los programas electorales o el peso de la ideología los que elevan o destruyen a los líderes políticos que se atreven a competir por el poder. Ahora los que predominan son los estados de ánimo (la furia, el miedo al cambio, la indignación y la esperanza en el futuro) y la capacidad que tienen los candidatos para encarnarlos.

En un contexto como éste, buena parte de la audiencia nacional y extranjera y los medios de comunicación fijaron su atención exclusivamente en las promesas incendiarias de Trump, en la irracionalidad de su airado discurso, en su grotesco programa político –que él sabe que, en gran medida, no podrá cumplir porque se lo impiden la Constitución, el Tribunal Supremo y las cámaras legislativas– o en la evidente incompatibilidad entre su forma de vida o algunas de sus declaraciones y la línea del Partido Republicano.

Sus votantes, que lo han elegido sobre todo porque encarna como nadie la furia y la indignación frente al miedo al cambio, el establishment y la esperanza en el futuro que representa Hillary Clinton (Barack Obama personificaba esa misma esperanza en el futuro, el amor al cambio y el hambre de reconciliación racial), no lo han hecho por los motivos que los medios y la audiencia nacional o extranjera estaban preparados para cuantificar, medir, prever y tomar en serio. No es extraño que sus predicciones fracasasen.

Segundo motivo: bienvenidos a la lucha de clases

Otra razón por la que no lo vimos venir es que, a diferencia de Trump, la mayoría creía que había premisas sencillamente incuestionables en el engranaje social en Occidente y, muy especialmente, en el de su principal promotor, es decir, la misma primera potencia mundial que había cimentado su poder sobre el capitalismo, la libertad comercial y la exportación de la democracia.

Dos de esas premisas incuestionables destacan sobre el resto. La primera es que creíamos que, en Occidente, casi todos compartíamos una aplicación lo más amplia posible de los derechos humanos, que además considerábamos universales a pesar de la cerrazón de algunas sociedades, a las que, en privado, veíamos como retrasadas y a merced del abuso y el autoritarismo de unos líderes egoístas e indeseables.

La segunda es que dábamos por hecho que los enormes niveles de bienestar financiados por el Estado (el sueño nórdico y europeo) y la movilidad ascendente ...