El Presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, y el candidato Republicano estadounidense, Donald Trump, en una rueda de prensa en México DF, agosto de 2016. Yuri Cortez/AFP/Getty Images
El Presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, y el candidato Republicano estadounidense, Donald Trump, en una rueda de prensa en México DF, agosto de 2016. Yuri Cortez/AFP/Getty Images

¿Cuáles serían las consecuencias para las economías estadounidense y mexicana si se desmantelara el tratado Nafta?

Cuando el presidente del Banco de México, Agustín Carstens, dijo que su país sufriría un “huracán de categoría cinco” si Donald Trump llegaba a la Casa Blanca, no exageraba en absoluto. Trump ha prometido construir un muro en la frontera con dinero que podría incautar de las remesas que envían los inmigrantes mexicanos a sus familias (25.000 millones de dólares en 2015), deportar a 5,6 millones de inmigrantes mexicanos indocumentados, desmantelar el tratado de libre comercio de América del Norte (Nafta) e imponer un arancel del 35% a las exportaciones mexicanas a EE UU, que el año pasado alcanzaron 316.000 millones de dólares, el 30% del PIB.

El Banco Central mexicano ha tenido que subir su tipo de interés de referencia al 4,75%, el más alto desde 2009, para contrarrestar las presiones inflacionarias que provoca la campaña electoral en EE UU. Por cada punto que sube Trump en los sondeos, el peso mexicano se deprecia un poco más. La divisa mexicana, la octava moneda que más se comercia en los mercados de capitales mundiales por su elevada liquidez, ha perdido el 12% de su valor en lo que va de año, algo que no ocurría desde el tequilazo de 1994-95. Y difícilmente abandonará la zona de turbulencias hasta después del 8 de noviembre. Y solo si gana Clinton.

En caso contrario, México sufriría una verdadera tormenta perfecta al sumarse a la victoria de Trump los bajos precios del petróleo, que supone casi el 18% de los ingresos públicos; el débil crecimiento de la economía, un mediocre 2,5% de media anual desde 1994 cuando el Nafta entró en vigor; la abultada deuda pública, un 30% de la cual está denominada en dólares; y la más que probable alza de los tipos de la Reserva Federal.

Gracias al Nafta, el comercio bilateral de México con EE UU alcanzó el año pasado los 583.000 millones de dólares, frente a los 104.000 millones de 1993. Hoy un 80% de sus exportaciones se dirigen a su gigantesco vecino del norte, con el que México tuvo un superávit comercial de 58.000 millones de dólares en 2015. Uno de cada tres puestos de trabajo del país depende directa o indirectamente del Nafta. Con esas cifras, no extraña que el 52% de los mexicanos esté en contra de un Mexit del bloque.

Trump, en cambio, asegura que el Nafta es el “peor acuerdo comercial firmado nunca”. Pero como le espetó Hillary Clinton en el primer debate presidencial, el candidato republicano vive en su “propia realidad”. Desde los 60, el comercio exterior estadounidense ha pasado del 10 al 30% del PIB. Más de la mitad de sus exportaciones van a países con los que la superpotencia tiene firmados tratados de libre comercio.

Trump, que asegura que si es elegido “la era de nuestra claudicación económica habrá terminado”, explota miedos reales de los trabajadores no cualificados –los blue collar workers– que han perdido sus antiguos empleos en una industria pesada que ya no existe. No es casual que pronunciara su discurso más proteccionista en Monessen, Pensilvania, que alguna vez fue el corazón de la industria siderúrgica del país, hoy prácticamente desaparecida por la competencia china.

Según el US Census Bureau, entre 2009 y 2014 solo el 20% de la población más rica vio aumentar sus ingresos, mientras que los del 80% más pobre no experimentó mejora alguna. Pero cerrar las fronteras solo lograría empobrecer a los consumidores de ambos países sin devolver a EE UU los puestos de trabajo perdidos. A Trump no parece importarle. Al fin y al cabo, el populismo consiste en prometer como viables cosas imposibles.

 

Los dilemas del libre  comercio

El libre comercio es presa fácil de la demagogia. Cuando un trabajador pierde su empleo por el traslado de una fábrica a otro país el primer culpable es la globalización. Pero nadie agradece al comercio internacional la multiplicación del poder adquisitivo que permite el acceso a bienes de consumo más baratos y variados.

En cambio, los beneficios del libre comercio, aunque sustanciales, son difusos. Sus costes, por el contrario, se suelen concentrar en pocos sectores que tienen gran capacidad para forzar medidas proteccionistas. Trump cree que a pesar de tener la economía más productiva y avanzada tecnológicamente del mundo, Estados Unidos no puede competir sin erigir elevadas barreras arancelarias a las importaciones.

Su sector manufacturero, sin embargo, es uno de los más competitivos del mundo en producción, valor añadido e I+D. La mayor prueba de ello es que atrae inversiones extranjeras directas (IED) por valor de un billón de dólares anuales, más del doble que China. La producción de automóviles se duplicó entre 2009 y 2015, hasta los 12 millones de vehículos, por lo que es el tercer mayor exportador después de Alemania y Japón.

Según la Cámara de Comercio de EE UU, las propuestas de Trump harían perder 3,5 millones de empleos. La razón es simple: ningún país puede tener éxito en un mundo globalizado tratando de proteger su pasado –ya irrecuperable– del futuro.

El proteccionismo comercial de Trump es, en ese sentido, una forma de xenofobia económica. Según un estudio publicado por el European Economic Review sobre los efectos políticos de las crisis financieras en 20 economías desarrolladas en los últimos 140 años, los partidos nacionalistas y populistas aumentaron su voto un 30% en 800 elecciones examinadas al culpar de todos los males a las minorías y a los extranjeros.

Pero la idea de que EE UU puede deportar a 5,6 millones de mexicanos de manera “humana y eficiente en un par de meses”, como asegura Trump, es ilusoria. Las deportaciones masivas siempre se han visto acompañadas de abusos, violencia y violaciones de los derechos humanos. Y todo ello resultaría, por lo demás, innecesario y contraproducente. Según la US Customs and Border Protection Agency, el número de personas que cruza ilegalmente la frontera entre ambos países cayó de 1,1 millones en 2006 a 337.000 el año pasado. En los 60 y 70, la tasa de natalidad mexicana era de siete por cada mujer en edad fértil. Hoy es apenas del 2,1.

 

La caja de Pandora

Una mujeres caminan bajo una bandera mexicana en el barrio de Queens, Nueva York. Spencer Platt/Getty Images
Una mujeres caminan bajo una bandera mexicana en el barrio de Queens, Nueva York. Spencer Platt/Getty Images

México desmanteló más barreras proteccionistas que EE UU al firmar el Nafta. Si se desmantelara el Nafta, ambos países restablecerían las condiciones arancelarias de la nación más favorecida, que cada Estado impone a Estados con los que no tiene firmados TLC. Si Estados Unidos aplicara un arancel del 35% a las importaciones mexicanas, en 2017 un Ford Fusion fabricado en Hermosillo (Sonora), por ejemplo, costaría en EE UU casi 30.000 dólares, 8.000 más que ahora.

Las fábricas en ambos lados de la frontera son tan interdependientes que algunos componentes de automóviles la cruzan una media de siete veces antes de que los vehículos salgan de las plantas de ensamblaje. Según la consultora mexicana De la Calle, Madrazo & Mancera, el 37% de los componentes y autopartes importados por Estados Unidos provinieron de México y Canadá en 2015, pero en sentido contrario el 61% de los componentes fabricados en EE UU fueron también a esos dos países, creando unas sinergias que han hecho que el sector se haya convertido en un imán para la IED.

Entre 2010 y 2014, el sector atrajo casi 70.000 millones de dólares en inversiones en los tres países. Las dos terceras partes de ese dinero fueron a EE UU, según estimaciones del Center for Automotive Research. Esa inversión ayudó a crear 254.8000 nuevos empleos en el sector entre enero de 2010 y junio de 2016 pese a la creciente robotización y automatización de la industria.

También en México compañías como Volkswagen, Chrysler y Toyota tienen cada vez mayor presencia. No es casual. Un trabajador del sector automotriz mexicano gana una media de cinco dólares la hora, frente a los cuatro dólares del salario mínimo por la jornada completa en el resto de la economía. Y aun así, ese sueldo es el 20% de lo que gana un trabajador de una planta de Ford o GM en Detroit.

Gracias al Nafta, México es el tercer mayor mercado exterior para la producción agrícola estadounidense después de China y Canadá. Si desapareciera, México impondría un arancel del 38,4% a productos agrícolas de sus vecinos norteamericanos, frente a la actual tasa del 0%, mientras que los productos manufacturados quedarían gravados con un arancel del 7,7%. Y dado que México tiene firmados TLC con la UE y Japón, entre muchos otros Estados y bloques, sus compañías adquirirían una considerable ventaja competitiva sobre los productores y agricultores estadounidenses.

El mercado mexicano se ha visto inundado por el maíz barato de la hiperproductiva agricultura de su vecino, pero aun así, México tuvo el año pasado un superávit comercial con EE UU en el sector agrícola. Ocho de cada 10 de los aguacates y la mitad de los tomates y limones que se consumen en suelo estadounidense son mexicanos.

El secretario de Economía mexicano, Ildefonso Guajardo, ha advertido que una renegociación del Nafta “abriría la caja de Pandora”. Según cálculos del Peterson Institute, una guerra comercial abierta entre EE UU y China y México podría provocar en 2019 cientos de miles de millones de dólares en pérdidas de producción y la desaparición de 4,8 millones de empleos.

Pero México tiene formas de defenderse. Entre otras cosas, podría exigir que EE UU demostrara que un migrante es mexicano antes de aceptar su repatriación, utilizar las propias leyes y tribunales estadounidenses para impedir la construcción del muro exigiendo evaluaciones sobre su impacto medioambiental o denunciar a Washington ante la Organización Mundial de Comercio (OMC). Una subida unilateral de aranceles violaría las normas de la OMC y, probablemente, obligaría a EE UU abandonar la organización.

Y todo ello sin contar con la opción nuclear: la revocación de los 75 tratados bilaterales, incluido el de 1848 que transfirió la mitad de su territorio –incluidos los Estados de California, Arizona y Colorado– a su vecino, como ha propuesto ante el Congreso mexicano el senador del PRD Armando Ríos Piter. Los vecinos distantes se convertirían así en nuevos enemigos íntimos.