
¿Existe una relación directa entre la candidatura de Trump y la imagen de EE UU?
Acababa de corregir la impresión de una mujer de que los sondeos sobre la elección presidencial de Estados Unidos daban un resultado dividido al 50% (no es verdad; Hillary Clinton ha estado siempre por delante, aunque a veces por escaso margen), cuando ella me replicó con una verdad muy incómoda: el hecho de que Donald Trump sea el candidato republicano dice mucho de los estadounidenses.
La candidatura de Trump me ha proporcionado numerosos momentos de bochorno en fiestas, en mis clases, en todas mis conversaciones con gente en Madrid durante el último año. Respecto a las primarias republicanas, puedo explicar que sólo votó alrededor del 15% del electorado y que la mayor parte del tiempo los votos se repartieron entre varios candidatos, así que, en realidad, fue un grupo muy reducido el que permitió su nominación.
Pero ahora que estamos en plena campaña para las elecciones generales, y ya hemos visto dos debates, resulta mucho más difícil explicar el respaldo que obtiene, que en el momento de escribir estas líneas está en el 43,5%, según la encuesta nacional agregada de FiveThirtyEight.com, frente al 48,3% de Clinton. Y esto ahora que Clinton está subiendo después del primer debate, en el que supo provocar a Trump hasta estallar en un ataque de furia que fue agravándose en mítines y en Twitter a medida que pasaban los días.
Cada vez es peor y esta último fin de semana ha sido abrumadoramente escandaloso: entre el vídeo de Trump de 2005 con sus declaraciones indignantes, su disculpa que no fue disculpa sino una amenaza a traer las indiscreciones de Bill Clinton a la campaña, su cumplimiento de esa amenaza en la forma de una rueda de prensa del último minuto antes del debate con cuatro mujeres del pasado de los Clinton y su comportamiento mendaz y de intimidación en el segundo debate.
Desde luego, y para mi total desolación, tanto desde el punto de vista personal como desde el profesional, esta campaña está siendo más desagradable que otras anteriores, y, dado que muchos de esos momentos lamentables proceden directamente de Donald Trump, está dañando especialmente la imagen de Estados Unidos en el extranjero. Esta es una gran diferencia con campañas anteriores, que solían ser un escaparate de lo mejor —y también lo más ostentoso— de nuestra democracia, y en las que los elementos más turbios no salían directamente de la boca de un candidato.
Es evidente que Estados Unidos, como cualquier otra democracia, ha vivido unas cuantas campañas negativas e incluso repugnantes. Pero lo normal es que los candidatos permanezcan ajenos a la refriega y que los ataques los lleven a cabo otros como los candidatos a la vicepresidencia y otros colaboradores, los anuncios de propaganda e incluso los periodistas a los que se hacen llegar informaciones perjudiciales ...
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