Turquía y los kurdos disfrutan de las mayores probabilidades de llegar a un acercamiento de los últimos 25 años. ¿Pero qué significaría para la turquificación? ¿Y qué concesiones está dispuesta a hacer Ankara?  

 

El mes pasado, el presidente de Turquía, Abdulá Gül, rompió un antiguo tabú nacional: llamó al remoto pueblo de Guroymak por su nombre kurdo, “Norshin”.

Los adversarios del presidente dicen que a esto inevitablemente le seguirá renombrar Estambul como Constantinopla en las señalizaciones de las autopistas. O algo peor. Para muchos turcos, decir “Norshin” lleva a decir “Kurdistán”, y esto a su vez a reconocer un Estado kurdo independiente que se extendería por Irán, Irak, Siria y el sureste de Turquía.

MUSTAFÁ OZER/AFP/Getty Images

Tras un golpe militar en 1980, el país se turquificó: prohibió el lenguaje kurdo, impuso nuevos nombres turcos en muchos lugares y se hizo célebre su declaración de los kurdos como “turcos de las montañas." Su Gobierno ha abandonado desde entonces esta forma de asimilación forzosa. Pero permitir o usar nombres kurdos es todavía un acto lleno de connotaciones políticas, y muchos lo ven como una concesión al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (más conocido como PKK), que lleva 25 años embarcado en una brutal batalla para conseguir la independencia.

El Gobierno turco quiere acabar con la campaña terrorista del PKK sin que se produzca la separación de un Estado kurdo, y considera que la ampliación de los derechos culturales y las libertades lingüísticas de esta minoría es el mejor modo de hacerlo. ¿Pero qué va a hacer falta para reconciliar a ambas comunidades?

El reconocimiento verbal de los kurdos y su cultura al más alto nivel político es un primer paso, como demuestra el uso del nombre “Norshin” por parte de Gül. El primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, hace poco hizo derramar lágrimas a algunos parlamentarios al decir que algo realmente horrible está sucediendo cuando las madres de los soldados turcos y las de los combatientes del PKK  rezan las mismas oraciones sobre los cuerpos de sus hijos. Que incluso se pueda hacer esa comparación es de por sí una señal de avance.

Y también se han producido cambios concretos. El Ejecutivo ha abierto ya una cadena de radio en el idioma de esta minoría y promovido las clases de literatura kurda en las universidades. A finales de julio, Erdogan anunció que su Gobierno estaba poniendo en marcha una “Iniciativa kurda”. Todavía no ha facilitado los detalles. Pero la mayoría de los periodistas turcos esperan que permita a los funcionarios y a los políticos hablar kurdo, ponga fin a las restricciones a los medios de comunicación de esta minoría, ofrezca algún tipo de amnistía a todos los miembros del PKK, con excepción de los altos mandos, e incluso revise la Constitución para permitir que los kurdos sean plenos ciudadanos turcos sin renunciar a su identidad. (Aquéllos que se enorgullecen de considerarse turcos siempre han sido aceptados y a menudo llegan muy alto en el mundo de la política y la cultura pop).

Estas iniciativas se han encontrado —y seguirán encontrándose— con una enorme resistencia. Con anterioridad han existido líderes que llegaron a considerar cambios similares, como llamar a los ciudadanos “turkiyeli” (de Turquía) en vez de “turcos” para enfatizar la ciudadanía por encima de la identidad étnica. Pero los obstáculos para poner en práctica este tipo de iniciativas se han demostrado insuperables. Los dos principales partidos de la oposición ya han denunciado el plan de Erdogan. Además, Turquía tiene un Tribunal Constitucional con el poder de fulminar las leyes que alteren los artículos constitucionales “no enmendables” del país, uno de ellos declara que el lenguaje nacional es el turco.

Esta vez, sin embargo, el Ejecutivo tiene al Ejército, un viejo rival, de su parte. Tras haberse dado cuenta por fin de que la lucha nunca podrá ganarse a través de medios estrictamente militares, el principal general del país apoya ahora una mayor libertad cultural para los kurdos y quiere que se facilite la rendición a los miembros del PKK. El Consejo Nacional de Seguridad, tradicionalmente un vehículo para que el Ejército asesore al Gobierno en asuntos políticos, también ha dado su bendición a la medida.

No obstante, existen algunas preocupaciones en materia de seguridad y política exterior que complican la cuestión. Numerosos turcos están convencidos de que el Gobierno de Estados Unidos —un amigo para políticos y generales y un enemigo para casi todos los demás— está detrás de la iniciativa kurda. Suponen que EE UU está desesperado por garantizar la seguridad en el norte de Irak al tiempo que se prepara para retirarse del país. Por tanto, según afirman, Washington, tras apoyar durante años al PKK, está ahora obligando a Turquía a ceder a las exigencias de éste con el fin de promover la paz con el Gobierno Regional del Kurdistán (GRK).

La teoría de la conspiración sólo es disparatada en parte. El PKK tiene su base en la zona montañosa de Kandil, en el Irak kurdo. EE UU, vacilante ante la perspectiva de perturbar la única región de Irak que funciona, se ha mostrado poco dispuesto a emprender acciones enérgicas contra él. Pero esta intransigencia estratégica estadounidense alimenta los sentimientos antiamericanos en Turquía. Además, la negativa del KRG a evitar que el PKK lance ataques contra este país ha envenenado las relaciones entre Ankara y Erbil.

“Si los chiíes eligen Irán, y los suníes eligen el mundo árabe, entonces los kurdos tendrán que aliarse con Turquía”

Pero desde el año pasado para los políticos turcos el KRG ha empezado a parecer cada vez menos una amenaza y más un aliado potencial. Las empresas turcas llevan ya tiempo haciendo negocios por valor de miles de millones de euros con los kurdos iraquíes en todo tipo de sectores que van de la construcción a las telecomunicaciones. Es más, si a la retirada de EE UU de Irak le sigue el caos, un Kurdistán pacífico contribuiría a proteger Turquía de la propagación de la violencia. Además de todo esto, el nuevo ministro de Asuntos Exteriores turco es el arquitecto de una política regional que en una traducción algo tosca pero concisa se podría definir como “cero problemas con los vecinos”. En la práctica esto ha significado intentar mejorar las relaciones con rivales tradicionales como Grecia, Siria, Rusia, e incluso Armenia.

Algunos acontecimientos recientes han producido incluso que el KRG se muestre ansioso por mejorar las relaciones con Turquía. A los kurdos les preocupa cada vez más quedarse sin amigos en la región, a medida que crecen las tensiones árabe-kurdas, empieza a parecer posible una confrontación por Kirkuk, y las fuerzas estadounidenses continúan su retirada. Como dijo el jefe del Estado Mayor del presidente del Kurdistán iraquí a International Crisis Group, “si los chiíes eligen Irán, y los suníes eligen el mundo árabe, entonces los kurdos tendrán que aliarse con Turquía”. La economía también adquiere importancia: los kurdos iraquíes, ricos en petróleo, realizan sus exportaciones a través de un oleoducto que llega hasta el puerto turco de Ceyhan.

¿Pero en se traduce todo este intrincado politiqueo para Ankara y el PKK?

El líder del grupo insurgente kurdo, Abdalá Ocalan, actualmente en prisión, continúa manteniendo un alto el fuego unilateral y ya no exige la independencia. Pero también ha realizado propuestas que ningún Gobierno turco aceptaría. Por ejemplo, ha manifestado que ambas comunidades deben reconocer Turquía y Kurdistán como una “patria conjunta”, sea lo que sea lo que eso signifique. Puede que también albergue el sueño de transformar el PKK en un partido político legítimo, como el Sinn Fein en Irlanda.

Incluso los políticos turcos más liberales se resisten a cualquier legitimización del PKK. ¿Pero por qué iba el grupo a entregar las armas si eso significara acceder a disolverse? Una razón podría ser Estados Unidos. Mientras el Pentágono estudia enviar tropas al norte de Irak para detener un conflicto armado kurdo-árabe, podría también presionar al KRG para tomar medidas enérgicas contra los campamentos del PKK. En este supuesto, esta organización no contaría ya con un refugio seguro en Irak o Turquía. Entonces podría aceptar la amnistía sin que pareciera que los políticos de Ankara están negociando o haciendo demasiadas concesiones.

Turquía está ahora más cerca que nunca de resolver los problemas que la han mantenido alejada de Estados Unidos, la Unión Europea y millones de sus propios ciudadanos. Sus políticos han comenzado a hablar en el lenguaje adecuado. Con suerte, le seguirán los hechos.

 

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