Conmemoración. (Ozan Kose/AFP/Getty Images)
Conmemoración. (Ozan Kose/AFP/Getty Images)

Aunque parezca que el proceso de normalización está estancado, se han tomado medidas importantes para capear el temporal.

Es evidente que este año, en el que se conmemora el centenario del genocidio armenio, es crucial para Turquía. Como han confirmado los acontecimientos recientes, entre ellos la declaración del papa Francisco y la resolución del Parlamento Europeo, el Gobierno turco está capeando un temporal de atención negativa por parte de los medios de comunicación internacionales y unas presiones sin precedentes.

Sin embargo, en muchos sentidos, la reacción desmesurada del propio Ejecutivo de Turquía ha sido la que ha exacerbado la situación. Por ejemplo, se ha desaprovechado una oportunidad cuando el presidente armenio recibió una insólita invitación de su homólogo turco para asistir a una ceremonia especial por el 100º aniversario de la campaña de Galípoli en la Primera Guerra Mundial.

Aunque la invitación era una más en el centenar largo enviado a los líderes de todo el mundo, el gesto habría proporcionado una nueva apertura diplomática al estancado proceso de normalización entre Turquía y Armenia. Y habría sido la continuación de la visita del ministro de Asuntos Exteriores armenio a Ankara en agosto de 2014 para asistir a la toma de posesión del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. La presencia del ministro armenio fue importante, a pesar de que Turquía aún no ha establecido relaciones diplomáticas con el país vecino ni ha abierto la frontera.

En otras circunstancias, la invitación habría podido constituir una nueva oportunidad para el diálogo diplomático, aún más necesaria dada la ausencia de relaciones diplomáticas entre los dos países. Pero la celebración de Galípoli no puede ser más inoportuna.

De hecho, en lo que parece una reinterpretación muy selectiva de la historia, el Gobierno turco ha organizado las ceremonias para recordar Galípoli para los días 23 y 24 de abril, con un desprecio evidente por la tradicional conmemoración del genocidio armenio, el día 24.

La decisión ha provocado una reacción muy negativa y ha contribuido a confirmar la imagen de Turquía como “interlocutor insincero y poco creíble”, porque se considera que la celebración de Galípoli es un burdo intento de oscurecer y negar la conmemoración del genocidio armenio.

El presidente armenio no tenía más remedio que rechazar la invitación y recordó a sus colegas turcos que había una invitación pendiente -hasta ahora sin respuesta-, hecha mucho tiempo antes, para que visitaran Armenia en ese mismo día.

Entonces el primer ministro turco, Ahmet Davutoğlu, hizo público un segundo mensaje en el que decía llamar “a todos los armenios e invitar a todos los que creen en la amistad entre Turquía y Armenia a colaborar en un nuevo comienzo”.

El ofrecimiento, que coincidió con el octavo aniversario del trágico asesinato del respetado periodista Hrant Dink, expresaba un espíritu de conmemoración y tragedia y afirmaba: “guiados por las semillas de amistad que él sembró, deseamos abrir nuevos caminos para llegar a los corazones y las mentes”.

Muchos se han mostrado en desacuerdo con Davutoğlu por centrarse en los “sucesos de 1915” y “las inhumanas consecuencias de las políticas de desplazamiento impuestas, en definitiva, en unas circunstancias de guerra”, y han dicho que su concepto del “dolor compartido” equivale a establecer una equiparación inaceptable y peligrosa entre las víctimas y los autores del genocidio.

No obstante, tanto la declaración en abril de 2014 del entonces primer ministro Erdogan como las palabras recientes de Davutoğlu merecen respuesta. En primer lugar, la declaración de Erdogan sorprendió a muchos por ser una declaración oficial sobre el genocidio armenio. Si bien es evidente que se quedó corta, fue una intervención inesperada y sin precedentes. No solo ofrecía un espacio seguro en el que hablar del genocidio, sino que implicaba a más gente en ese diálogo, con un mensaje dirigido a los armenios y a los propios partidarios de Erdogan. Y estableció un precedente importante, porque a partir de ahora se esperará que todos los primeros ministros turcos pronuncien unas palabras en sentido similar cada 24 de abril, coincidiendo con la conmemoración.

Cada declaración ofrece y amplía el margen de diálogo y discusión, pero además ayuda a mantener el impulso y cultivar un nuevo entorno más favorable al restablecimiento de relaciones entre las dos partes.

Esas relaciones diplomáticas han sido escasas y marginales; no ha habido ningún movimiento que siguiera a la visita que hizo a Armenia en diciembre de 2013 el entonces ministro de Asuntos Exteriores turco, Ahmet Davutoğlu, la primera visita de alto rango que se producía en cinco años.

Con estos antecedentes, parece evidente que el Gobierno de Turquía va a intentar capear el temporal de 2015 y esperar a que pase la conmemoración del centenario para pensar en reanudar el proceso de diálogo diplomático con Armenia. Aun así, los dos lados pueden dar algunos pasos más discretos para asegurar una atmósfera política que conduzca al proceso de normalización.

Por ejemplo, aunque en la actualidad no tienen relaciones diplomáticas, los dos países sí tienen un volumen considerable de relaciones extraoficiales. Esta diplomacia extraoficial se observa en el hecho de que Armenia cuenta con presencia diplomática en Turquía, en Estambul, puesto que es miembro fundador de la Organización de Cooperación Económica del Mar Negro. Es claramente necesario dar un carácter más formal a esa situación, porque la falta de relaciones oficiales impide disponer de una línea de comunicación fiable y, debido a la falta de información, favorece las mentiras y los equívocos.

Además, el establecimiento de relaciones diplomáticas, que es uno de los dos objetivos fundamentales del proceso de normalización, es una demanda mínima y realista entre dos Estados, y no debe tratarse como un regalo ni una recompensa. Es la moneda de cambio habitual en las relaciones internacionales modernas.

Ahora bien, la evolución reciente de la política turca despierta varias preocupaciones. Para empezar, el rápido ascenso del presidente Erdogan hasta convertirse en el político más poderoso y el más controvertido es inquietante. Y, dada su imprevisible e inflexible postura personal sobre muchos temas, preocupa que tenga demasiado poder político e individual, sin el debido respeto al Estado de derecho ni las instituciones democráticas de Turquía.

Por otra parte, el futuro de la política regional de Turquía y su estrategia concreta respecto a la normalización de las relaciones con Armenia, depende más que nunca de la política interna.

Y resulta irónico que el Gobierno del AKP haya hecho más por mejorar y normalizar esas relaciones que cualquier otro gobierno anterior y, al mismo tiempo, haya sido el que más las ha perjudicado.

Pero la estrategia de Turquía, plasmada en el aislamiento de Armenia, ha sido siempre mucho más compleja de lo que se cree. Desde que reconoció la independencia del país, en enero de 1992, su política de vecindad consistió en la intimidación y la coacción. Pero el cierre de la frontera en 1993 y el aislamiento subsiguiente mostró el fracaso de una política, puesto que no obtuvo ninguna concesión por parte de los armenios y solo sirvió para impedir que Turquía adquiriera más influencia en la región. El cierre de la frontera hace mucho que dejó de ser útil como medida de coacción para obtener concesiones y compromisos. Armenia no solo ha sabido adaptarse sino que tiene unos índices impresionantes de crecimiento económico. En ciertos aspectos, el bloqueo ha unido a la población armenia (y de Karabaj). La mentalidad de asedio ha ayudado a superar las divisiones internas y ha fomentado una unidad mucho mayor que la de otros países vecinos de cara al exterior.

Si Turquía abriera ahora la frontera con Armenia, surgiría una nueva oportunidad estratégica, porque las posibles ventajas que proporcionaría no se limitarían al comercio y los nuevos mercados, sino que incluirían también la promesa de seguridad y estabilidad, a través del desarrollo económico.

Por consiguiente, el proceso de normalización tiene también un importante incentivo económico. Más en concreto, uno de los posibles beneficios deriva de las ventajas económicas de tener una frontera abierta y sin restricciones, costes más bajos para el tránsito de las importaciones y las exportaciones y un mayor acceso a nuevos mercados de fuera de la región.

Además, la actividad comercial y económica posterior a la apertura de la frontera estimularía el comercio entre los dos países y eso, a su vez, impulsaría una mayor cooperación formal en el importante terreno de la seguridad aduanera y de fronteras. Y no cabe duda de que, después de esa intensificación de los lazos comerciales y la cooperación transfronteriza, llegaría el establecimiento de relaciones diplomáticas. Es decir, la apertura de la frontera cerrada entre Armenia y Turquía no solo produciría un avance crucial en los vínculos comerciales y las relaciones económicas, sino que podría impulsar más estabilidad y seguridad en una región tan propensa a los conflictos como el sur del Cáucaso.

Perspectiva de futuro

Tras la reciente decisión del presidente armenio de “retirar” del Parlamento los protocolos Armenia-Turquía, da la impresión de que las perspectivas del proceso de normalización son peores que nunca. Además, los últimos meses hemos presenciado un encarnizado debate entre los líderes turcos y armenios, con la rivalidad de las invitaciones presidenciales, las provocaciones políticas y la dura retórica empleada.

Sin embargo, existen dos motivos para destacar que esta es una situación temporal que, aunque parece estar envenenando la atmósfera política, no tiene por qué indicar la muerte del proceso de normalización. El primero es que el calendario es importante para las dos partes. El presidente turco se enfrenta a unas elecciones cruciales en junio, y utilizar un lenguaje beligerante ayuda a atraer más votos. En cuanto a Armenia, el hecho de que este año se conmemore el centenario del genocidio invita a su presidente a mantener una actitud más enérgica.

El segundo factor, relacionado con el contexto político general, es que el presidente de Armenia acaba de superar una grave crisis política interna, y ha utilizado la publicación de los protocolos para reforzar su posición frente a la amenaza que representa el segundo partido político del país. Al mismo tiempo, el futuro de la política regional de Turquía y su política concreta sobre la normalización de las relaciones con Armenia depende cada vez más de los acontecimientos internos turcos.

Por tanto, aunque los intentos de reanudar el proceso de normalización estén estancados, se han tomado medidas importantes para, por lo menos, mantener el impulso y facilitar un nuevo contexto que permita reanudar el diálogo entre ambas partes. Y existe una nueva oportunidad para ampliar el margen de diálogo y relación, de sostener ese impulso y permitir esa reanudación, que acabe por normalizar la anómala falta de relaciones entre Turquía y Armenia.