La industria que une turismo y voluntariado tiene un valor de más de 173.000 millones de dólares. La mayor parte va a parar solo a las empresas intermediarias, acusadas de priorizar las necesidades de sus clientes por encima de quienes reciben la ayuda, aunque esta actividad también puede ser una vía para explotar la economía local. Bautizada como “la carga del turista blanco”, cabe preguntarse si esta práctica merece tal escarnio.

Cada año, millones de personas deciden combinar sus viajes lúdicos con actividades puntuales de voluntariado. El auge de esta industria llevó hace tiempo a que se acuñara el término volunturismo.
Buena parte de quienes recurren a esta fórmula mixta de experiencia viajera, ayuda al prójimo y contribución al desarrollo, son estudiantes que ven en estas actividades una forma de apuntalar sus currículos con una moderada dosis de “trabajo de campo” (no en vano, algunas de las empresas organizadoras venden sus planes como un complemento ideal al desempeño académico).
Los viajeros, sean o no estudiantes, proceden normalmente de países ricos occidentales y realizan sus actividades de voluntariado en lugares pobres del hemisferio Sur. Algunos de los destinos más comunes son Filipinas, la India, Tailandia, Nepal, Camboya o Suráfrica.
Se trata, además, de un fenómeno en aumento y con un futuro muy prometedor, ya que esta opción de viajes es cada vez más popular entre los jóvenes. Según un estudio de JPMorgan, el 84% de los millennials encuestados afirmaron querer participar en actividades de volunturismo.
El despegue de esta industria, noble o dudosa, ha coincidido con una encarnizada retórica contraria a la misma que la tacha de ineficiente, dañina, neocolonial y paternalista.
El hombre blanco y su carga
No le han faltado epítetos denigrantes a este negocio, incluido el que lo describe como la carga del turista blanco. Se trata de una referencia inspirada no tanto en el poema casi homónimo de Rudyard Kipling, como en las reflexiones del economista norteamericano William Easterly, quien, en su libro The White Man’s Burden: Why the West’s Efforts to Aid the Rest Have Done So Much Ill and So Little Good, publicado en 2006, denuncia el carácter contraproducente y estéril de la ayuda al desarrollo comandada desde los países ricos.
Muchas han sido las cabeceras mediáticas internacionales que, en los últimos años, se han sumado a la oleada de críticas, añadiendo así su propia muesca en la maltrecha reputación de esta industria. El volunturismo se ha convertido así en una suerte de chivo expiatorio, lo que lleva a preguntarse si es realmente merecedor de tanto escarnio y demonización.
Aunque no existan cálculos precisos, se estima que esta industria está valorada en cerca de 173.000 millones de dólares, según la organización ReThink Orphanages.
Al margen de la dificultad para cuantificar los números del volunturismo, es evidente que sus astronómicos dispendios podrían tener un beneficio mucho más notable si se inyectara directamente en proyectos concretos, ...
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