Un grafiti contra la OTAN se ve el 31 de agosto de 2022 en Mitrovica, Kosovo. (Pierre Crom/Getty Images)

Es necesario conseguir un acuerdo entre Serbia y Kosovo, pero deben ser sus líderes quienes lo definan. Sin embargo, las constantes en la zona no cambian. 

El 12 de diciembre moría en Belgrado a los 89 años de edad la historiadora Latinka Perović. En su libro Élite dominante e indeseada [en serbio] realiza un estudio pormenorizado de políticos e intelectuales relevantes, como fue el caso de Marko Nikezić, su superior en su etapa en la Secretaría de la Liga Comunista de Serbia, pero también del expresidente serbio asesinado en 2003, Zoran Đindić o del filósofo Radomir Konstantinović. 

En su trabajo metodológico ponía especial énfasis en comprender la historia como un proceso de largo alcance donde las decisiones no se producían de forma natural o irreversible, sino como resultado de motivaciones concretas que generan orientaciones diversas. Algo aparentemente elemental, no lo es tanto cuando la toma de decisiones depende de factores externos que reducen el margen de maniobra. Probablemente, donde más se vislumbra esto sea en la geopolítica de los países de influencia limitada, pero, en cambio, que presentan un gran potencial de interdependencia económica y política con los rivales estratégicos en zonas instrumentales, como los Balcanes. Las potencias internacionales restringen el marco de acción de sus aliados más débiles cuando son periferia y el centro político se encuentra amenazado.

Un hombre sostiene un recorte del presidente ruso Vladimir Putin durante la marcha del "Regimiento Inmortal" el 9 de mayo de 2022 en Belgrado, Serbia. (Vladimir Zivojinovic/Getty Images)

El aislamiento serbio

Serbia es probablemente un paradigma de esta cuestión: su socio económico principal son los países de la UE, de los cuales depende en más de dos tercios su balanza comercial y a los que acude la inmensa mayoría de sus emigrantes. Pero su sociedad apenas aprueba el ingreso en la Unión por más de un 35%, en los últimos tiempos ha renacido una fuerte pulsión rusófila, alimentada por los medios progubernamentales, incompatible con el horizonte europeísta, y estrecha lazos con Moscú a través de su dependencia energética o del apoyo que le presta Rusia en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Gracias a ello, Serbia puede bloquear el reconocimiento internacional de Kosovo. Serbia coopera militarmente con Rusia y Bielorrusia en la Hermandad Eslava, pero la OTAN está más presente en el Ministerio de Defensa serbio de lo que los políticos locales se atreven a reconocer. No obstante, los bombardeos de la Alianza Atlántica han penetrado hasta tal punto en la conciencia política local que la nueva generación se siente tan resentida o más que la que los sufrió en 1999. Demasiados “peros” para concluir que la única coherencia táctica serbia consiste en mantener la independencia estratégica, aunque no beneficie necesariamente a sus ciudadanos.

Belgrado no parece estar entre dos alternativas, sino en las dos al mismo tiempo, porque no ha creado su propio espacio internacional: ni Serbia ha logrado ser Yugoslavia, ni el presidente Aleksandar Vučić será Tito. La invasión rusa a Ucrania ha reformulado el panorama regional en términos de seguridad. Durante la última etapa, Vučić sostenía y sostiene su reputación en su política de seguridad y estabilidad, aplaudida por Angela Merkel y por la gran familia democristiana europea, desde Varsovia a Budapest. A Belgrado le interesaba posponer la resolución de un conflicto con Prístina que no podía finalizar sin costes políticos y la diplomacia europea tenía otras prioridades encima de la mesa: los años de neutralizar la crisis del euro, el impacto del Brexit, la crisis de gestión de los refugiados, el ascenso del populismo o la crisis pandémica. 

Pero ese escenario ha variado principalmente porque el Ejecutivo socialdemócrata en Berlín y la Administración demócrata en Washington encuentran que la posición de Serbia, al no seguir las sanciones de la UE a Rusia, es insostenible para la arquitectura de defensa europea. Los países limítrofes han cerrado filas en torno a la OTAN, con la excepción del líder serbo-bosnio Milorad Dodik en Bosnia y Herzegovina. Solo el húngaro Viktor Órban sigue la corriente serbia en su política de ambigüedades, pero la guerra en Ucrania ha constreñido la apuesta conservadora en el encaje atlántico, en favor de la cohesión europea y de la defensa común contra la invasión rusa, como se ha visto en Italia o en Polonia pese a la fuerza ascendente de la derecha.

La propuesta franco-alemana

Desde hace meses, en septiembre y en diciembre, se viene filtrando la propuesta franco-alemana, que supondría que Serbia aceptara el ingreso de Kosovo en Naciones Unidas sin que fuera necesario el reconocimiento explícito de Belgrado. El 20 de enero, los enviados de Estados Unidos, la Unión Europea, Francia, Alemania e Italia se reunieron en Belgrado con Vučić y fueron firmes en sus exigencias, como no lo habían sido hasta este momento. 

Los mediadores informaron al mandatario serbio de que si no aceptaba el plan se paralizaría la integración de Serbia en la UE. En una declaración, Vučić dijo: “No habrá progreso para Serbia en la Unión Europea si no aceptamos esto”. Las cosas se complicarían si se opusiera, como también el dirigente ha informado a la opinión pública, porque la siguiente medida sería bloquear las inversiones occidentales, a lo que se sumaría por ejemplo la introducción de sanciones o los visados para los ciudadanos. El coste para la sociedad serbia sería elevado y de consecuencias inciertas. 

La movilización del Ejército en diciembre hacia la frontera kosovar durante la última “crisis de las matrículas” parecía claro que tenía como propósito exhibir músculo para las negociaciones actuales, pero una estrategia que era funcional antes ahora lo es menos, porque la lectura de la influencia rusa en la región ya es diferente a la de antes de febrero de 2022. La integridad territorial es un tema muy serio en las relaciones internacionales y aunque Serbia respeta la integridad territorial ucraniana no se opone a la política de Putin. La Administración Biden ha ofrecido un trato preferente a Serbia, político y financiero, pero esta vez parece que cualquier maniobra que pretenda dilatar una resolución del conflicto, tendrá una respuesta menos complaciente. 

El enviado especial de EE UU para los Balcanes Occidentales, Gabriel Escobar, ha reconocido que se ha exigido al primer ministro kosovar, Albin Kurti, que forme la Unión de Municipios Serbios. Prístina teme que el autogobierno serbio en Kosovo suponga una entidad paraestatal, como la República Srpska en Bosnia y Herzegovina, que amenace desde Belgrado la viabilidad estatal. Escobar ha sido tajante: “Una persona y un partido no pueden abandonar la implementación de puntos legalmente vinculantes, eso es un hecho. Lo haremos, encontraré socios”. Kurti buscará algún tipo de contraprestación política, como el reconocimiento internacional por parte de los cinco países miembros de la Unión, entre ellos España, que no lo han hecho, pero sabe que las negociaciones han tomado un nuevo rumbo y que las presiones del embajador estadounidense serán intensas.

El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg (derecha), y el primer ministro de Kosovo, Albin Kurti (izquierda), celebran una conferencia de prensa conjunta en Bruselas, Bélgica, el 17 de agosto de 2022. (NATO / POOL/Anadolu Agency via Getty Images)

Nuevas reglas

La capacidad de influencia de Rusia en la región es limitada, no puede reemplazar la fuerza política y económica de la UE, pero sí tiene atributos para desestabilizar la región a través de su estrategia de manipulación mediática y de la activación de sus aliados en el nacionalismo étnico, contribuyendo al retraso del ingreso de la región en la Unión y al rechazo de Serbia y Bosnia y Herzegovina a la OTAN. La naturaleza de los conflictos en los que puede intervenir es reactiva y predecible, pero suponen una distracción sensible para la diplomacia europea, aunque para las sociedades locales se haya convertido en una competición ajena de la que se siente despegada.

Bruselas es consciente de que no está en condiciones de ofrecer nada relevante a cambio, una vez la membresía europeísta parece fuera de la agenda para los países candidatos. De hecho, esta nueva aproximación al contencioso se puede interpretar en clave de derrota para la entidad supranacional, una vez dicha propuesta será metabolizada por la sociedad serbia y kosovar como una imposición. La victoria oculta tras la aparente debilidad de los líderes locales es la carta del victimismo que ahora pueden ejercer, sobre todo Vučić, ante sus propios electores, pero también asentará a ambos en su puesto como actores imprescindibles para el resultado final si se comprometen a seguir la senda marcada. No se trata solo de mera psicología política, sino de la importancia de legitimar cualquier acuerdo: en el caso de Serbia, como se han encargado de repetir sus líderes, se esperaría la organización de un referéndum de aprobación y de la consiguiente modificación constitucional al cambiar las fronteras nacionales, algo que no será fácil de empaquetar a la sociedad serbia después de varias décadas de promesas.

Como se infiere de la metodología practicada por Perović, la situación actual deviene de una continuidad con el pasado, una estrategia de maximalismos nacionalistas que venía a persuadir a sus respectivas sociedades de que “Kosovo es Serbia” y de que la independencia kosovar era una realidad incontrovertible e indiscutida. Durante “las crisis de las matrículas” se demostraron varias cosas: que el Ejército serbio solo llega a la frontera norte de Kosovo y que la política de seguridad sobre la población serbo-kosovar no depende de Belgrado, sino de la OTAN; también que Prístina no controla todo su territorio y que tendrá que hacer concesiones si quiere seguir la vía de la UE y ser reconocido internacionalmente en Naciones Unidas. Es tan positivo el compromiso diplomático con la zona, como negativo que no sean sus líderes quienes definan los términos del posible acuerdo. Tres décadas después de la fragmentación yugoslava, algunas constantes no cambian. Se ha perdido tiempo, dinero y esfuerzo por el camino, demasiadas expectativas incumplidas.