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La política de salud ambiental como prioridad para un renacimiento mundial en materia de salud, que es al mismo tiempo la base de las actividades económicas.

Durante mucho tiempo, se ha considerado que la salud y el medio ambiente generaban un gran coste económico; sin embargo, en los últimos meses, la epidemia de la COVID-19 ha puesto en tela de juicio esta opinión y nos ha demostrado que, de hecho, son la base de nuestras economías. Esta toma de conciencia quizá tiene su máximo exponente en las palabras que pronunció la presidenta de la Comisión Europea (CE), Úrsula von der Leyen, el 6 de mayo, en vísperas de la Cumbre Mundial de la Salud del G20 y la Asamblea Mundial de la Salud de la OMS: “El mundo necesita un nuevo comienzo en política sanitaria. Y el renacimiento de nuestra salud empieza en Roma”. Nosotros compartimos esa esperanza.

Como miembros de la sociedad civil, nos gustaría dar a conocer nuestras reflexiones sobre la concepción y el fomento de mejores políticas sanitarias frente a la tragedia de la COVID-19. Su origen está en un nuevo documento político publicado el 17 de mayo, que establece seis principios para el diseño y la difusión de una política de salud ambiental tan necesaria en todos los niveles de gobierno. Nuestras propuestas son osadas pero, como muestran los casos prácticos de todo el mundo documentados en nuestra ponencia, están totalmente a nuestro alcance. Esencialmente, pedimos a los delegados de estas dos cumbres fundamentales que reconozcan las fructíferas interdependencias entre salud, medio ambiente y economía y actúen en consecuencia.

El primer e importantísimo principio: reconocer que la relación entre salud y medio ambiente está en la base de la salud planetaria y pasar del análisis costes-beneficios al de los cobeneficios. Ahora que el mundo trata de gestionar las crisis planetarias en materia de medio ambiente y salud, nuestra incapacidad de actuar eficazmente se debe, en gran parte, a los supuestos costes que esas medidas tendrían para “la economía”. Sin embargo, la economía, a la hora de la verdad, no es más que una palabra para designar nuestra forma de producir y abastecernos. No hay duda de que la transición para que nuestro sistema económico se aleje de la autodestrucción tiene un coste, pero ese precio es claramente inferior al de no hacer la transición. Debemos construir un sistema que reconozca que no hay que elegir entre “salvar la economía” y “salvar vidas” ni entre “la economía” y “el medio ambiente”. Si degradamos el medio ambiente, destruimos nuestra salud y las bases de toda actividad económica. La verdadera elección que debemos hacer es entre proteger simultáneamente estas tres valiosas dimensiones de la existencia humana o degradarlas de forma irreparable. Por tanto, ha llegado la hora de dejar atrás la relación costes-beneficios que sigue dominando nuestros actos y nuestra toma de decisiones. Necesitamos una estrategia de cobeneficios que tenga en cuenta el valor intrínseco de la salud de la gente y el planeta y su importancia como base de toda actividad económica. Si asumimos esta perspectiva, comprenderemos que mitigar el cambio climático no solo es vital para nuestra salud y nuestro bienestar colectivos sino que produce considerables ahorros sociales derivados de la mejoría de la salud.

Segundo principio: dar prioridad a la prevención y la mitigación de la sanidad. Como ha demostrado la pandemia de la COVID-19, el sistema sanitario es un órgano vital de nuestra sociedad. La pandemia ha puesto de manifiesto que mejorar la prevención beneficiaría a la salud y a la economía. Y el sector sanitario debe estar en primera línea de esa prevención, incluida la prevención de los perjuicios que causan sus propias prácticas para la salud y el medio ambiente. Las inversiones en prevención sanitaria tendría cobeneficios para la salud y el medio ambiente porque reduciría el número de enfermos, los daños ambientales y el gasto público, es decir, tendría consecuencias positivas en las tres dimensiones indispensables: salud, medio ambiente y economía. También creemos que hay que prepararse para mitigar lo que no pueda prevenirse. La COVID-19 nos ha ofrecido un claro ejemplo de hasta qué punto puede repercutir en nuestra vida el hecho de tener o no tener un plan para afrontar una emergencia sanitaria. También hemos comprendido la importancia de contar con el beneplácito de la opinión pública en esas situaciones. Por tanto, para que la prevención y la mitigación sean eficaces, es necesario educar a los ciudadanos en materia de salud.

Tercer principio: cambiar las ideas sobre producción y consumo de alimentos. De todas las actividades que caracterizan nuestra vida cotidiana, los alimentos son la prueba más destacable de las ventajas que tiene una estrategia basada en los cobeneficios. Los sistemas alimentarios mundiales, hoy, son perjudiciales tanto para la salud de las personas como para la salud del planeta, que están interconectadas. No obstante, tenemos al alcance varias oportunidades de mejorar el bienestar si adoptamos una estrategia basada en los cobeneficios. Los alimentos de los que se sabe que contribuyen a mejorar la salud humana son de los que menos impacto ambiental tienen, mientras que los que consumen muchos recursos suelen estar asociados con los mayores riesgos para la salud. Una dieta más sana puede aportar más beneficios para la salud y el medio ambiente, como la reducción sustancial de los costes que tiene para los sistemas sanitarios de la UE la lucha contra las enfermedades no transmisibles o, fuera de la sanidad, los costes que supone la disminución de la productividad laboral y los ingresos fiscales. También podrían lograrse otros cobeneficios si se aborda el desperdicio generalizado de alimentos tanto en la fase de producción (sobre todo en países de rentas bajas y medias) como en la de consumo (en los países de rentas altas). Unos programas mejores para reducir el despilfarro de comida y redistribuirlo entre grupos vulnerables disminuirían el impacto ambiental y, al mismo tiempo, resolvería unas necesidades humanas urgentes.

Cuarto principio: desarrollar sistemas energéticos para el bienestar. Dicho en pocas palabras, el sistema energético mundial que tenemos hoy no tiene sentido desde el punto de vista del bienestar. Por centrarnos en la Unión Europea, la contaminación resultante del uso de combustibles fósiles es un factor determinante en la vulnerabilidad de los europeos ante la COVID-19; mitigar esa contaminación en las ciudades europeas tendría un beneficio clave para la salud, el de reducir el riesgo de comorbilidad ante múltiples convulsiones ecológicas como las enfermedades respiratorias, pero también las olas de calor, cada vez más frecuentes e intensas en el continente. Hay pruebas firmes y convincentes de que el paso a unas estrategias globales y nacionales de transición energética que vinculen los beneficios para la salud, el empleo, la sostenibilidad y la seguridad daría frutos inmediatos y a largo plazo. Cuando se tienen en cuenta todos los cobeneficios, empezando por la morbilidad y la mortalidad relacionadas con la contaminación del aire (que, según estudios recientes, son muy superiores a las que se pensaba), la transición a energías renovables acaba ahorrando 15 veces el coste de su utilización.

Quinto principio: invertir en cooperación social. Ésta es la fuente principal de prosperidad humana y la clave para la sostenibilidad. Sin embargo, los sistemas económicos actuales tienden a aumentar la desigualdad social y el aislamiento social, en detrimento para el bienestar humano ahora y en el futuro. Las inversiones en cooperación social están intrínsecamente unidas al bienestar común de los seres humanos y el planeta y tiene numerosos beneficios para ambos. Existen cada vez más pruebas de la relación entre sostenibilidad y justicia, lo que en definitiva significa que, desde el punto de vista medioambiental, tiene sentido mitigar nuestra crisis social (reduciendo las desigualdades y el aislamiento) y desde el punto de vista social tiene sentido mitigar nuestras crisis medioambientales (reduciendo la presión humana sobre los ecosistemas).

Sexto principio: emplear la educación para el bienestar. Se ha visto una y otra vez que la educación y la salud están correlacionadas. Las personas con más años de educación suelen tener mejor salud y, por otra parte, la mala salud (y la mala nutrición) suele influir negativamente en el rendimiento escolar y el aprendizaje. Sin embargo, en nuestro documento orientativo, pedimos una reflexión sobre el tipo de educación que verdaderamente necesitamos. La educación actual en Occidente se centra en preparar a la gente para el mercado de trabajo, cuando debería ser mucho más. La prioridad de la educación debe ser el pensamiento crítico. Debe ser proporcionar una base desde la que adquirir conocimientos y preguntarse cómo, o incluso si, por el bien de toda la sociedad, deben utilizarse esos conocimientos. Además, en la forma que tiene actualmente la educación, se ha perdido la relación con el medio ambiente. Muchos alumnos actuales en Occidente aprenden sobre la naturaleza en los libros o mirando por la ventana, sin los valiosos conocimientos locales, que han desaparecido. Incluso las universidades siguen el mantra de la teoría económica clásica, enseñan pocas alternativas e impulsan la investigación con el objetivo de la producción y no en busca de soluciones a largo plazo. Los jóvenes están poniendo en tela de juicio nuestro sistema educativo y pidiendo algo mejor, así que ha llegado el momento de proporcionárselo.

Estos principios no abarcan todos los ámbitos en los que se entrelazan la salud, el medio ambiente y la economía. Pero sí ofrecen una buena base sobre la que construir políticas para tener gente sana en un planeta sano. Tras la Cumbre de Roma y la Asamblea de la OMS, queremos hacer dos preguntas a los participantes: ¿Y si la mejor política económica es una sólida política sanitaria? ¿Y si la mejor política sanitaria es una sólida política medioambiental? Como saben los países europeos, las crisis son la cuna de nuevas visiones, catalizadores de enfoques nuevos que pueden encontrar empuje en ellas. Sabemos que Roma no se construyó en un día, pero creemos que la estrategia de cobeneficios para la salud y el medio ambiente puede enseñarnos el camino.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.