Un anciano camina por una calle en Atenas el día del referéndum sobre las medidas de austeridad el 5 de julio de 2015. (Aris Messinis/AFP/Getty
Un anciano camina por una calle en Atenas el día del referéndum sobre las medidas de austeridad el 5 de julio de 2015. (Aris Messinis/AFP/Getty

¿Por qué no funciona la austeridad y cómo, a pesar de ello, es una idea zombi que sigue resucitando?

Austerity: The History of a Dangerous Idea

Mark Blyth 

Oxford University Press, Nueva York, 2013

Aunque Blyth defiende que en tiempos difíciles hay que apretarse el cinturón, no llega a entender por qué los países han tomado la austeridad por bandera y han hecho de los recortes su principal medida de lucha contra esta crisis. Si bien, esto puede ser porque, según el autor, la percepción del gasto por la sociedad ha sido vista como un despilfarro irresponsable, algo que ha agravado la crisis económica. Es por esto que Blyth considera necesario recordar que la deuda de esta crisis no procede del gasto público, sino del rescate, la recapitalización y el aumento de la liquidez del sistema bancario quebrado. Esto en realidad era deuda privada, pero se ha rebautizado como deuda pública al entrar el Estado en juego, lo que ha conllevado, según él, que los que generaron esa deuda se hayan ido “de rositas”, mientras que los ciudadanos y el Estado cargan con la deuda.

La idea principal es si la austeridad es muy peligrosa. Para empezar, Blyth defiende que no funciona, porque la austeridad tiene sentido cuando un Estado, por sí mismo, busca crear una estrategia de crecimiento, en el sentido de “gastar con la cabeza”. Sin embargo, el problema de la austeridad es terriblemente peligroso cuando es contagioso, es decir, cuando son varios los países los que la aplican simultáneamente. De forma que es imposible que logren sus objetivos individuales, ya que sólo se consigue reducir el tamaño de la economía, llegando en ocasiones a empeorar de manera considerable la situación económica.

En esta obra, el politólogo, busca acercar al lector a la realidad de implementar medidas de austeridad para lo que divide su libro en tres grandes bloques: aporta un punto de vista general sobre la austeridad; explica el origen de la crisis; y explora la procedencia de la austeridad y sus aplicaciones prácticas en el último siglo.

Austeridad, deuda y juegos morales

Antes de 2008 nadie se preocupaba por las deudas o déficits excesivos de los países. La crisis hizo que los Estados debieran ayudar al sistema bancario, costeando su rescate. Según el autor, existe la “buena austeridad” y el “mal gasto”. Obviamente, por lógica, la austeridad lleva a reducir la deuda. Pero deja de lado dos cuestiones importantes: la economía se contrae si todos intentamos pagar nuestra deuda de forma simultánea y las políticas de austeridad tienen mayor impacto en aquellos situados en la parte baja y media de la escala de ingresos, lo que revierte en una sociedad más polarizada.

Blyth señala que la crisis comenzó en Estados Unidos debido a que se confiaba demasiado en que el sistema, por su tamaño, no podría colapsar. Se pensaba que los riesgos podían controlarse y que éstos estaban diversificados, pero los modelos que se utilizaban eran incapaces de prever acontecimientos aleatorios. Cuando se entendía que se estaba tomando un riesgo bajo, lo cierto es que éste estaba creciendo de forma exponencial, y estaba listo para estallar.

Sin embargo, para el autor, la causa más profunda de la crisis es el respaldo ciego a los modelos que ocultaban el riesgo en lugar de medirlo. Además de la creencia en una eficiencia lógica del mercado y también en las elecciones racionales de los individuos, asumiendo que son decisiones de actores súper inteligentes. Esto lleva a obviar ciertos aspectos como la consideración del Estado, el ciclo económico, las depresiones o el desempleo. En este sentido se confía en que el sector financiero, al ser privado, tiende siempre al equilibrio.

El alcance de la crisis obligó a abrazar la economía keynesiana en términos generales, principalmente porque ésta aseguraba que tal crisis no podría ocurrir. Sin embargo, las medidas de estímulo de Keynes tardarían menos de un año en desvanecerse. En este sentido, llevó la voz cantante Alemania, que por su experiencia a lo largo del siglo pasado, se había convencido de que las crisis las producen decisiones políticas, no los mercados financieros.

Entonces, por qué los países europeos se vuelven tan contrarios al gasto del estímulo económico. Sorprende, particularmente, teniendo en cuenta que, a excepción de Grecia, la crisis europea, como en el caso de Estados Unidos, tampoco guardaba relación con un estado despilfarrador.

Para Blyth, la respuesta está en que ningún Estado podía cubrir los riesgos generados por sus propios bancos porque las entidades eran demasiado grandes para ser rescatados, es decir se confiaba en que nunca se llegaría a tal tesitura (“too big to bail”). El problema de la situación europea para el autor no son los huecos en su diseño institucional o el riesgo inmoral de los bancos, sino el “orgullo epistémico” del proyecto europeo, que ha provocado que despegar económicamente de nuevo sea bastante más complicado por tratarse del bien del conjunto en lugar de por el interés estatal individual.

La historia intelectual de la austeridad

Las ideas económicas liberales fermentaron en reacción al Estado, que, dibujando el principal punto de vista de éste, que por otro lado, no era como lo conocemos hoy.

Con el tiempo, la tensión entre estos puntos, genera un debate sobre cómo deben financiarse los Estados, lo que termina produciendo las condiciones para que surja la austeridad como una clara doctrina económica en el momento en el que éstos se convierten en entidades presupuestarias lo suficientemente grandes como para justificar el recorte.

Por ejemplo, en Estados Unidos, tras el crack del 29, el presidente Hoover procedió a aumentar los impuestos al tiempo que recortaba el gasto público. En dos años el desempleo prácticamente se triplicó y la economía colapsó y no hubo plena recuperación económica hasta 1944. O el caso de Reino Unido, que fijó un tipo de cambio tan alto tras la Primera Guerra Mundial, con el objetivo de impulsar el crecimiento e inspirar confianza en los inversores, que generaría la devaluación de la libra y llevó a la destrucción de las exportaciones británicas, frustrando la recuperación tras la guerra. Otros casos a destacar son el de Japón en 1920 o el de Alemania a principios de siglo, que llevaría al partido nazi al poder.

Parecía que el mundo se despedía de la austeridad después de un siglo XX cargado de desastres. Sin embargo, en los 90, varios estudios alabaron el impulso de las economías de Australia, Canadá, Dinamarca e Irlanda. Sin embargo, Blyth señala que el crecimiento de éstas no respondió a las expectativas o a la confianza de los inversores, sino, como Keynes defendía, a que el momento adecuado para recortar no es en contextos de frenazo, sino de crecimiento económico.

Los recortes, asegura Blyth, funcionan en países que, mientras aplican políticas de ajuste fiscal, pueden exportar a otros países de mayor tamaño que están en crecimiento. Por lo tanto, las economías interrelacionadas no pueden ser austeras simultáneamente y esperar incrementar sus exportaciones al mismo tiempo.

Para Blyth, la austeridad no funciona, porque es una idea que se ha probado frecuentemente y ha sido, también con frecuencia, abandonada por no otorgar los resultados esperados y por generar un aumento de deuda. Según Blyth, “La austeridad es una idea económica zombi porque se ha refutado una y otra vez, pero sigue resucitando”, y augura que los mecanismos de represión financiera y el aumento de impuestos a los que más ganan son algo inevitable en los próximos años. Esto, según Blyth, no es porque la austeridad sea injusta, que lo es; no ocurre porque haya más deudores que acreedores, que los hay, y no se da porque la democracia tenga un sesgo inflacionario, que no lo tiene, sino porque, simplemente, la austeridad no funciona.