La sombra de un marine estadounidense en Faluya, Irak, diciembre de 2004. Mehdi Fedouach /AFP/Getty Images
La sombra de un marine estadounidense en Faluya, Irak, diciembre de 2004. Mehdi Fedouach /AFP/Getty Images

Dos obras que analizan los errores, y consecuencias, de las políticas de Estados Unidas y Europa en la lucha contra el terrorismo, una batalla que por el momento parecen estar perdiendo.


Cover_blood_yearBlood Year, Islamic State and the Failures of the War on Terror

David Kilcullen, Hurst, 2016

ISIS, a History

Fawaz A. Gerges, Princeton University Press, 2016


No es habitual que los altos funcionarios occidentales que han participado en el diseño de una estrategia reconozcan que ha fracasado por completo, el libro Blood Year, Islamic State and the Failures of the War on Terror recoge interesantes críticas al respecto. “Los países occidentales (varios, en particular Estados Unidos, con una credibilidad internacional hoy muy disminuida) no se enfrentaban a un enemigo tan grande, tan unido, capaz, experimentado y brutal, en una región tan inestable fragmentada, con tanta rivalidad geopolítica y tanto peligro de conflicto entre grandes potencias, desde el 11-S”. Además, el hecho de que el presidente ruso, Vladímir Putin, se haya apartado del sistema internacional desde el fin de la Guerra Fría hace que Occidente afronte “un resurgimiento de la rivalidad militar entre las grandes potencias en Oriente Medio, el Mediterráneo, el Pacífico y Europa que complica enormemente nuestras opciones. Esto no es una coincidencia, en absoluto, sino consecuencia directa de que nuestros fracasos en Irak, Afganistán y la guerra contra el terrorismo en general, desde 2001, han dejado claros los límites del poder occidental y han enseñado a nuestros adversarios cómo combatirnos”.

Trece años de lucha antiterrorista, miles de vidas y miles de millones de dólares desde el 11-S, y cualquier avance en la guerra contra el terrorismo “quedó aparentemente barrido en cuestión de semanas”. En menos de 100 días, en el verano de 2014, Daesh lanzó su guerra relámpago en Irak, el gobierno de Libia cayó, la guerra civil devoró Yemen, los bombardeos israelíes en Gaza causaron la muerte de 2.200 palestinos, Rusia reavivó la Guerra Fría e Irán se convirtió en la práctica en un aliado de Estados Unidos en Irak, cuando Teherán y Washington decidieron, por distintos motivos, respaldar al gobierno de Bagdad. Desde enero de 2015, Daesh ha salido de su bastión de Siria e Irak y ha orquestado atentados masivos en París y Bruselas, desmintiendo así el argumento de que su único propósito era “restaurar” la identidad suní herida y luchar contra los musulmanes chiíes en Oriente Medio.

Blood Year debería ser lectura obligatoria para cualquier diplomático, soldado y periodista que pretenda comprender lo que ha ocurrido en el mundo desde el 11-S. El libro da a entender que los oficiales pueden ser mucho más honestos que los políticos; si nuestros dirigentes no reconocen este inmenso fracaso y extraen las conclusiones apropiadas, será imposible discutir de forma racional las opciones estratégicas que tenemos delante. El autor de esta obra, David Kilcullen, sugiere a nuestros políticos tres grandes alternativas ante la intervención de Rusia en Siria: aceptación, rivalidad -que descarta- y cooperación, que “parece una opción más aceptable, aunque ni mucho menos perfecta”. Enumera los inconvenientes de esta alternativa, entre los que están el carácter moralmente reprochable del régimen de Bachar al Assad, la aceptación implícita de las acciones de Rusia en Ucrania y el hecho de que los aliados actuales (como Israel, los países del Golfo, Arabia Saudí, Turquía y los rebeldes sirios) se indignarían con ese paso.

Kilcullen, un joven teniente coronel del Ejército australiano, luchó en Afganistán e Irak bajo el mando del general David Petraeus, durante la campaña de refuerzo para recuperar el control de la provincia de Anbar entre  2007 y 2008. Fue nombrado Estratega Jefe en la Oficina de Antiterrorismo del Departamento de Estado de EE UU, y es un especialista en la teoría de la contrainsurgencia que tomó notas constantes mientras “se desarrollaba este enorme desastre a cámara lenta”. El autor no abruma con su erudición, ni tampoco se muestra truculento, lo cual es de agradecer en vista de la absoluta depravación de los jefes y los soldados de a pie de Daesh. La historia que cuenta es aterradora y, narrada por un veterano con gran experiencia sobre el terreno, resulta perfectamente verosímil. Hay que preguntarse si algún líder occidental, desde George W. Bush -cuya política califica de “temeraria”- hasta Barack Obama -al que considera “irresponsable”-, pasando por los dirigentes europeos que sueñan con una política europea independiente pero luego lamentan la falta de liderazgo de Estados Unidos, se atreverían a presentar a sus electores las crudas verdades que saltan de cada frase del apasionante libro de Kilkullen.

Dice que la decisión de invadir Irak en 2003 fue un error estratégico tan grande como el de Hitler al invadir la Unión Soviética en 1941; nunca deberíamos haber entrado en Irak con la tarea a medio terminar en Afganistán. Cuando le destinaron con Petraeus en 2007, vio de primera mano cómo la campaña de refuerzo conseguía restablecer la seguridad en una sociedad rota por la ocupación estadounidense en 2003 y derrotar a Al Qaeda gracias al reclutamiento de combatientes de las tribus suníes. Pero todo lo logrado en ese periodo se echó a perder por la política sectaria e implacable en contra de los suníes llevada a cabo por el primer ministro chií de Irak, Nouri al Maliki, protegido tanto de Irán como de Estados Unidos. Esa circunstancia permitió que los vestigios de Al Qaeda y varios antiguos oficiales iraquíes renacieran de las cenizas del conflicto sirio y adoptaran una forma más letal, la del Estado Islámico. El margen de atención de EE UU es de corta duración; Obama llegó al poder con el compromiso de sacar a sus soldados de Oriente Medio, pero su postura de distanciamiento respecto a Irak y Afganistán ha sido tan desastrosa como la actitud bravucona de George Bush 10 años antes.

Kilcullen está convencido de que hoy es necesaria una “conversación sincera sobre los riesgos de la inmigración masiva (sobre todo la ilegal) de los que huyen de zonas de guerra y los peligros que plantean las comunidades marginadas, no integradas, dentro de las democracias occidentales”. Describe muy bien el peligro de la “radicalización remota”, un proceso que consiste en que los terroristas aprovechan los medios digitales para transportar la violencia a las sociedades occidentales. Cree que no valoramos lo suficiente hasta qué punto las redes criminales, las bandas callejeras y los narcotraficantes en Europa y Estados Unidos están empezando a importar técnicas y tecnologías como las de las emboscadas urbanas de Irak y Afganistán, y de esa forma están creando “una convergencia cada vez mayor entre delincuencia y guerra, lo que los analistas de operaciones especiales llaman una zona gris”.

En el libro ISIS, a history, Fawaz Gerges ofrece un lienzo político más general que sirve de complemento a la obra de Kilcullen. Explica que Daesh nació del caos de Irak, se fortaleció con el fracaso de la Primavera Árabe y se apoderó del liderazgo del movimiento yihadista Al Qaeda. En su opinión, el éxito de Daesh es un síntoma de la grave crisis orgánica de los gobiernos árabes, las décadas de falta de desarrollo en Oriente Medio y el norte de África, que, con la complicidad a menudo descarada de los gobiernos occidentales y los grandes donantes con los dictadores depredadores, ha desembocado en un inmenso empobrecimiento social y económico de esas sociedades. El totalitarismo extremo del Daesh -que ha atraído a más de 20.000 reclutas de 90 países-, el control de un territorio con cinco millones de habitantes, la despiadada organización de una moderna red de tráfico sexual, con contratos de compraventa acreditados por sus tribunales islámicos, y el extraordinario castigo infligido a la minoría yazidí, son señales de su intento de reconstruir una identidad suní maltrecha y han provocado más derramamiento de sangre, violencia y destrucción en una región en la que ya sobra brutalidad. El libro describe bien las diversas estrategias yihadistas, contrapuestas entre sí. La única conclusión razonable que se extrae de estos dos interesantes libros es que nos queda mucho camino por andar, tanto en Oriente Medio como en Europa.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

 

comision

 

Actividad subvencionada por la Secretaría de Estado de Asuntos Exteriores